Mi lista de blogs

viernes, 1 de agosto de 2014

A I R E


"CHICA EN EL BORDE DE UNA CANOA..."
de John La Farge




Siempre me ha gustado acercarme a la orilla del mar o de los ríos. Quedarme quieta escuchando el sonido del agua. Mimetizándome con su lento transcurrir. Todo se detiene. No existen los ruidos, ni la gente.
Me gusta especialmente en esos días en los que el aire se embravece. Aire, agua. Aire... Respirar por cada poro de la piel. Hacer que los pulmones absorvan toda su fuerza, purificándome el cuerpo y la mente.
Cuando me asomo a las aguas cristalinas de cualquier rio, es como si volviera a ver a todos aquellos que formaran parte de mi niñez o adolescencia, en esos días en los que la tranquilidad, era parte importante de nuestra existencia.
Me acuerdo especialmente de mi tía María. Cuando la vi por primera vez ya era mayor. Lo era al menos para mí, desde la mirada de mis diez añitos. Me llamaron la atención sus manos. Grandes. Ensanchadas por el duro trabajo de arañar la tierra para sacarle todo lo que pudiera alimentar. María era la mayor de los siete hermanos que tenía mi madre. Era la más callada. La más tranquila. Cuando nos reuníamos todos, apenas hablaba. Y cuando lo hacía, parecía una de esas mujeres indias, sabias, pero casi invisibles. Su rostro estaba surcado por los rayos del sol.
No sabría decir de qué color eran sus ojos. A veces parecían castaños claros, otras, parecían envueltos en una especie de neblina que les daba un tono gris.
Solía llevar su cabeza cubierta por un pañuelo de tela más bien gruesa, incluso en verano. Atado en la parte de la nuca.
De todos los hermanos, era la única que se había quedado soltera. Un día le pregunté si no había conocido a nadie que le hubiera gustado. Evadió la respuesta con ese arte que tenía para hacer como que no había oído. Así que se lo pregunté a mi madre. Me contó que sí había habido un chico que le gustaba, hacía muchos años, pero su padre había pensado en otra persona para ella. Cuando rechazó la "sugerencia" de su padre, y le dijo a éste que a ella le gustaba otra persona, el padre no dejó lugar a dudas: tenía que casarse con quien él le exigía.
Entonces María se atrevió a hacer lo que muchas mujeres de su época no hicieron, simplemente dijo: NO. Eso la condenó a una vida de soledad, alimentada por la incomprensión, incluso de algunas mujeres, que no entendían que se hubiera atrevido a contestar de esa manera.
Desde que supe de esa historia, la quise y la respeté aú más.  Me parecía una auténtica heroina.
Callada. Con su mirada en alguna otra parte. Su cuerpo algo tullido de aguantar lluvias, fríos y calores, siempre en exceso. Pero valiente, contundente, libre. Sobre todo cuando quería defender una postura.
Todo lo que a mí me atraía del agua,   a ella le espantaba.
Un día me acompañó hasta el río de la aldea porque le dije que quería pasear por ahí. Yo me acerqué enseguida a la orilla, y ella, enseguida, me dijo que no me metiera en el agua. Basta que me lo dijera, para que hiciera todo lo contrario.
-Mira tía, mete los pies en el agua como yo. ¡Está fresquita!.
Ella aterrorizada contestaba:
Sal de ahí rapaza, que el río es muy falso, y puede llevarte.
Y yo venga a incitarla:
-Que no, que me voy a meter, que el agua está muy rica. Ven conmigo.
- * Deixa, deixa.
Y yo me reía al ver la cara de susto que ponía.
Luego me explicó que ese río se había llevado hasta sus profundidades, llenas de pozos, a unos cuantos hombres.
Cuando fueron pasando los años y yo volvía a Galicia sin novio oficial, alguna vez me dijeron: Como sigas así vas a ser como tu tía María.  Y yo pensaba: ¡Ójalá fuera como ella!. Ojalá tuviera como ella, conocimiento de los distintos árboles que poblaban los bosques. Ojalá conociera el nombre de todas las hierbas, como ella los conocía. Y fuera, como ella, capaz de distinguirlas sólo por el olor. Ojalá reconociera a los pájaros sólo por su canto.
Y sobre todo, ojalá fuera capaz de defender mi libertad, como ella, con la valentía de decir NO.
Siempre que me acerco a un rio, veo el reflejo de su rostro en las aguas tranquilas. La veo con sus ojos pequeños, avizores, capaces de ver lo que muchos no captan. Y la veo con su sonrisa socarrona, o con su cara de susto, advirtiéndome: no te acerques a las aguas falsamente mansas,  rapaza, que pueden arrastrarte  hasta sus  hondos pozos, para siempre.
Aire, agua.  Aire... Libertad.





* Deja, deja. (traducción del gallego)

2 comentarios:

  1. Esa chica de la barca guarda un difícil equilibrio, bellísima.
    Tú tenías a la tía María, a mí me decían que iba a ser como la tía Paca a la que no conocí, era en realidad tía abuela. La tía Paca fue una soltera muy desgraciada, la pobre. Yo soy una soltera ni más feliz ni menos que las casadas, en mi vida de todo ha habido. Y soy soltera de vocación, desde los quince años.
    No hay nada que valga tanto como la libertad,,,

    Besos, amiga caminante.

    ResponderEliminar
  2. Me encanta lo claro que lo has explicado. Yo decidí que quería ser libre a los doce años. Pero no me engaño, sé que la libertad absoluta no existe. Aunque no tengas pareja, te unen otros tipos de afectos. Están los padres, los hermanos, y por supuesto, los amigos. Al final, a poquitas ganas que tengas de echar una mano, estás pillada. Eso también ayuda a crecer, aunque a veces te apetece irte lejos, meterte en una barca, como la chica del precioso cuadro del señor La Fargue, y dejar que el viento se lleve todo aquello que te resulta demasiado pesado.
    Un abrazo, abejita caminante.

    ResponderEliminar