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domingo, 3 de agosto de 2014

EL INICIO


"LA BIBLIOTECA EN ANYHOE"
De Julia Cartwright




Todo tiene un principio. Todo tiene un comienzo. Un chaparrón empieza por una gota. El desierto empezó, posiblemente, por un grano de arena, y así sucesivamente.
Hoy he estado recordando cómo empezó a ser lo que es hoy, mi pequeña biblioteca. En qué preciso momento la única estantería de dos baldas que tenía en mi habitación, comenzó a hacerse pequeña para los libros que iban aumentando en número.
Si echo la vista atrás, veo a una niña que empieza a comprar sus primeras lecturas en forma de tebeos. El Botones Sacarino, Las Hermanas Gilda, Pepe Gotera y Otilio, Zipi y Zape. Pero mis historias preferidas eran las que acontecían en la Rue del Percebe nº 13. En ese bloque que carecía de fachada, podías colarte y ver lo que ocurría en cada uno de los pisos, empezando por la portería. Había varias historias que eran fiel reflejo de la España de aquellos años y que, ahora, paradójicamente, volverían a estar de actualidad. Como la del vecino que habitaba el último de los pisos, una casa abuhardillada. Era tan pobre, que lo único que a veces se veía dentro de su plato, era la suela de un zapato.
Como me daban muy poca propina los domingos, si quería leer, tenía que bajar la ración de chuches. A más tebeos para leer, menos caramelos y gominolas para comer. Pero a mí eso no me importaba. En aquella época en algún portal cerca de mi casa, había una pequeña tienda o kiosco en el  que vendían desde las golosinas y juguetes que buscábamos los niños, hasta la prensa que querían los adultos.  Allí había oportunidad de cambiar tus tebeos ya leídos, por otros que estaban por descubrir.
Más tarde llegaron "Los Siete Secretos" sobre las andanzas de un grupo de chavales, cuyos veranos estaban siempre llenos de aventuras e incluso peligros. El primer volumen me llegó en uno de mis cumpleaños. A partir de ahí, fui dejando los tebeos y empecé con los libros. Fue entonces cuando la cosa empezó a complicarse, porque mi propina dominguera no subía, pero el precio de los libros era mayor al de los tebeos, y aunque tenía también las lecturas del colegio, a mí no me bastaban porque éstas las veía como una tarea, no como un placer. Fue entonces cuando alguien me habló de la Biblioteca Pública, y allí que fui a hacerme mi carnet.
En uno de esos días, hice con unas compañeras de clase lo del amigo invisible. Yo tuve la enorme suerte de que me tocó una chica que me regaló un libro que cambiaría completamente mi percepción de la vida y de la lectura. El libro se titulaba: "Los Curas Comunistas", de Jose Luis Martín Vigil. Lo primero que me impactó fue el título. Luego, cuando pasé sus páginas de una manera rápida, me sorprendió que no tuviera ningún dibujo o fotografía.  Aún así lo leí. Algo se revolucionó dentro de mí. Después de ese libro, busqué otros del mismo autor.  El "veneno" había entrado en mis venas y ya fue imparable.
Lo siguiente fue buscar más libros, de más autores, de más temas. La propina de los domingos se quedó obsoleta. Así que la Biblioteca Pública fue el lugar donde empecé a saciar mi sed de saber más.
Cuando empecé a trabajar, una ventana al mundo se me abrió. Por fín tenía un dinerillo mío para gastármelo en lo que más me gustara. Y lo que más me gustaba era leer.
Recuerdo que todos los finales de mes, mi madre siempre me decía lo mismo: Ahora que vas a cobrar, aprovecha para mirarte ropa, que vas siempre con lo mismo. Y yo ponía todo mi empeño en hacerle caso, pero una fuerza susperior me llevaba siempre a los escaparates de las librerías, y casi nunca, a los de las tiendas de ropa. En aquellos tiempos, yo era la chica más pasada de moda en su vestimenta y, quizás, la más actual en sus lecturas.
Tanto cuando iba a la biblioteca como cuando iba a las librerías, me dejaba llevar por mi instinto. Eso posiblemente me hizo perder grandes títulos y autores. Pero en contra, me hizo descubrir verdaderas joyitas.
Según iba creciendo, mis tendencias lectoras se dirigían más a los autores contemporáneos que a los clásicos. Esto se debía, posiblemente, a que a los clásicos los asociaba más con la lectura obligada de estudios.
El aprender un nuevo idioma, el inglés en mi caso, volvió a abrirme otra ventana. Empecé a conocer nombres de autores británicos, y en versión original.
En algunos casos no me bastaba con leer los libros, quería tenerlos. No como objeto fetiche, sino para subrayarlos, llenarlos de comentarios en sus márgenes. Leer y releer cada una de las frases, de las páginas que me llenaban la vida de belleza a veces, o de inquietud otras. La inquietud que te crea el hacerte preguntas que te llevan a buscar respuestas, que a su vez te llevan a nuevas preguntas.
Entonces tuve que colocar más estanterías en mi casa. Y según las colocaba, las iba llenando de mis preciadas posesiones: mis libros.
A menudo, cuando he leído entrevistas que han hecho a escritores y confiesan que tienen una biblioteca de tres o cuatro mil volúmenes en su casa, la primera pregunta que me hago es: ¿Los habrán leído todos?
La mía no llega a tanto. Ni puedo, ni quiero que llegue. Para mí lo importante no es acumular títulos en casa, sino algo de conocimiento en mi cabeza.
Ha habido momentos que no he podido leer. Hay días, incluso meses, que la realidad se impone con tal violencia, que no te deja ni aire para respirar. En esos días me ha ocurrido que al acercarme a la estantería para buscar un libro que me aliviara de tanto dolor, lo que me ha producido es una especie de naúsea que me ha impedido leer. O si leía, era incapaz de asimilar lo que entraba por mis ojos. Entonces tuve que ir al principio. Buscar dentro de mí a esa niña que quería leer solamente por pasarlo bien. Y tuve que buscar libros del tipo de  los de la colección "El Barco de Vapor", porque mi cabeza no asimilaba lecturas más fuertes. Como cuando tienes el estómago mal y no puedes comer carne, sólo purés. Pues lo mismo.
Y así ha sido como poco a poco mi bliblioteca se ha convertido en eso, una pequeña biblioteca llena de libros, llena de historias que han ido llenando una vida. La mía.
Es verano. En verano la gente dice que lee más, a mí me pasa lo contario, pero en fín. 
No puedo dejar esta entrada sin recomendarles algún autor, algún título.
Hay una autora que yo quiero recomendar, a la que yo suelo volver,  curiosamente, durante los veranos. Se llama Joanne Harris. Sí, es la autora de la novela "Chocolate". Ya sé lo que estarán pensando, ¡vaya, literatura de verano para mujeres!. No se llamen a engaño. No es nada de eso.
Me gustaría que leyeran la novela "Chocolate" sobre todo aquellos que no la conocen, pero han visto la película. Verán que no tiene nada que ver. A menudo cuando se hace la versión cinematográfica, se piensa en hacer una versión que llegue al mayor número posible de gente. Para ello, se deciden por una versión más o menos "familiar". Lo más agradable posible, lo menos polémica posible. Y si hay que cambiar la historia "levemente", se cambia y ya está. El problema es que esos cambios no suelen ser tan leves para el conjunto de la historia. Porque, no nos engañemos, no es lo mismo que una determinada acción la haga un personaje que la haga otro.
Cuando lean la novela, sabrán por qué lo digo.
Ésta es una autora que es capaz de contar sus historias con un lenguaje sereno. Creando una atmósfera de aparente tranquilidad, pero cuando las vas leyendo,  cuando vas conociendo a lo largo de la novela a sus personajes, te das cuenta que son historias mucho más profundas de lo que en principio parecían, y las psicologías de sus personajes, mucho más complicadas de lo que a priori anunciaban. Y todo ello envuelto, como digo, en un ambiente de aparente tranquilidad.
Quizás les pase como a mí, que después de leer ese primer título, que arriba les recomiendo, tengan que buscar más títulos suyos.
Otro de los títulos que el director de la versión cinematográfica se ha encargado de destrozar, es "Soldados de Salamina" de Javier Cercas. Lean la novela si no la conocen aún, y disfruten de la buena versión de la historia.

Ya que estoy lanzada, les voy a hacer otra sugerencia: Si les interesa el humor corrosivo, como envoltorio de una buena historia, busquen: "Dos Historias Nada Decentes" de Alan Bennett. Se van a tronchar.

5 comentarios:

  1. Sí, yo también leí con avidez los libros de Enid Blyto, yo decía enid bliton. No leí a Martín Vigil, aunque era lo más en mis años de Instituto. Lo cuento en una entrada de mi blog:
    http://aranitacampena.blogspot.com.es/2012/11/el-placer-de-la-lectura-siguen-las.html

    Apunto tus sugerencias, especialmente las historias nada decentes.
    Nunca he entendido lo de animar a leer, me parece que es como si dijeran animar a respirar, a vivir...Las lecturas obligadas son un arma de doble filo, pueden llevar a amar los libros o a aborrecerlos. Las películas de libros decepcionan, la mayoría de las veces...
    Que sigan creciendo tus estanterías.

    Besos, amiga caminante.

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  2. Corrijo:
    ...los libros de Enid Blyton, yo decía Enid bliton.

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    Respuestas
    1. Al leer tu comentario me da la impresión de que no me he explicado bien en cuanto a los libros de Joanne Harris. No es que sean historias "indecentes" . Hablan de las miserias que todos podemos tener. El problema en la versión cinematográfica de "Chocolate", es que no han respetado la historia original. En la película otorgan protagonismo a otros personajes distintos de la novela, y eso cambia bastante la historia.
      Cuando miro atrás y recuerdo los autores y los títulos que me gustaban, pienso ¡cúanto he cambiado!. Creo que es sinónimo de crecimiento. Cada libro y autor, en su momento preciso, puede enseñarnos mucho. Y luego hay que seguir hacia delante.
      Un abrazo amiga caminante. Por cierto, ayer domingo saqué mi mochila a pasear. Se notaba que había menos gente, la vacaciones. Me gusta ver los lugares semi-vacios, así puedes fijarte más en el entorno.

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  3. ¿Y qué me dices del tendero de 13 rue del Percebe, siempre atento a meter un pedrusco entre las patatas? ¿Y la portera del moño? ¿Y el ascensor siempre averiado? ¿Y el sastre tramposo? Un espejo deformado, pero espejo.
    Ya suponía que no eran indecentes...
    Se crece y se leen otras cosas, ya no leo tochos de escaparate, no hace tanto que los leía. Me gustaría leer en inglés como tú, lo dejo para otra vida...si la hay...
    Las películas de los libros...lo que ocurre es que el libro no cabe en tan poco espacio.
    Ahora paseo entre campos segados, no puedo ver tu mochila...
    Besos amiga caminante.

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  4. Empápate de campo, de sol, de aire puro. Disfruta mucho, Abejita.
    Un abrazo grande.

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