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miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL MONSTRUO QUE LLEVAMOS DENTRO

Imagen sacada de Internet

La mente humana tiene sus propios mecanismos para resistir a cualquier presión externa.
La vida de Connor (Lewis MacDougall) no puede ser más dura. Su madre (Felicity Jones) tiene cáncer, y él sufre cada día, al salir de clase, el acoso por parte de una pandilla de impresentables. Su padre (Toby Febbell) no vive hace tiempo con ellos, y  en cuanto a su abuela ( nada menos que Sigourney Weaver) , ella parece ser de otro planeta. Así las cosas, Connor necesita buscar a alguien con quien hablar. Una noche el árbol cercano a su casa, toma la forma de una especie de gigantesco monstruo (a quien en la V.O. pone voz Liam Neeson) que se cuela, más bien invade, su casa. El gigante le propone al niño contarle tres historias. El niño se resiste a escuchar, él no está para historias ajenas pues tiene la suya propia. El enorme árbol le insiste en que deberá escuchar o se enfadará con él, hasta el punto de destrozarle la casa. Tendrá que permanecer atento, sobre todo con la última historia que tiene mucho que ver con el gigante. Tras esta última historia, será el niño el que tendrá que empezar a contar la suya. No hay escapatoria.  Los momentos de la dura realidad del niño, se colarán entre historia e historia del gigante, hasta llegar a conocerse mejor entre ellos.
Veremos el coraje de una madre que sabe se va apagando, para inculcarle fuerza a un hijo al que la vida le va a obligar, a golpes, a madurar. 
Conoceremos la valentía, impotencia y, sobre todo, inteligencia de una abuela que se sabe rechazada por su nieto, para hablar con él cara a cara, e intentar unir fuerzas a fin de poder resistir el dolor, que a pesar de la distancia que parece haber entre ellos, es el mismo. El de quedarse sin un ser querido.
El árbol meterá sus enormes ramas y hurgará en el interior del niño, hasta hacer que su alma sangre la verdad que en ella esconde. De ahí le arrancará el valor que tiene,  para enfrentarse con sus malos compañeros de clase. Hurgará en su interior hasta sacarle el monstruo que lleva dentro, y el verdadero Connor saldrá a la luz.  La verdad le hará libre.
Juan Antonio Bayona, el director de esta película, ha creado una atmósfera con una gama de grises, salpicada de momentos de luz y color. 
El monstruo es un personaje que a veces da miedo, otras inspira compasión, quizá sea porque nos recuerda un poco a nosotros mismos. Él, que tiene cientos de años de vida, sabrá enseñarle al crío el verdadero significado de palabras como valor, miedo, amor, ira, fracaso, triunfo, redención. A través de ese recorrido, el niño se sentirá a momentos débil, otros fuerte,  hasta alcanzar la fuerza definitiva tan necesaria para dar un paso más hacia el crecimiento interno.
El monstruo, cada vez que acerque su temible rostro al niño, lo que le mostrará será su verdadero rostro.
No importa cuantas veces Connor tropiece o caiga. Volverá a levantarse y encontrará la fuerza necesaria para completar su recorrido. 
Madurar hace pupa. Connor descubrirá que él no es tan diferente a los demás y que lo que le ha sucedido, sucede cada día a muchas personas. Él no ha sido ni será el único que ha conocido al monstruo. Ese monstruo que todos llevamos dentro.
Más temibles resultan los monstruos externos, quienes en lugar de sacar su fuerza interior para crecer o ayudar  a crecer a otros, la derrochan en evitar que los demás vivan.


jueves, 17 de noviembre de 2016

A C O S O


"Every man is sorrounded by a neighbourhood of voluntary spies" (Jane Austen)
"Todo hombre está rodeado por una vecindad de espías voluntarios"

Esta frase me la envió hace un tiempo una buena amiga sabiéndome admiradora de la historias de Jane Austen. Esta escritora plasmó con una finura e ironía especiales todas las pequeñas y grandes miserias de la condición humana. En los tiempos en que acontecían sus relatos no existían los medios mecánicos ni electrónicos que ahora tenemos, lo que no era impedimento para que las noticias "volasen". Que había que caminar varios Kilómetros para saber de alguien y otros tantos varios kilómetros para extender éso que se acababa de averiguar, ¿y a quién le podía importar? El esfuerzo merecía la pena a cambio de ser el centro de admiración del resto de vecinos que no tenían la exclusiva. 
No hay comunidad que se precie que no tenga uno o varios cotillas en su epicentro.

Fotograma de la serie "Crandford"
(Imagen sacada de Internet)

Recuerdo que me contaban no hace mucho la historia de una de esas cotillas de comunidad de vecinos que controlaba todo movimiento de dicha comunidad, y luego pasaba a relatarlo con pelos y señales a quien tuviera a bien escucharla. Era como tener en continuo funcionamiento las noticias de Radio Nacional. Pobre del que cayera dentro del territorio de su mirada controladora. Ése ya no volvería a ser el mismo ante los ojos del resto de vecinos. Cada vez que lo mirasen, sería como si le vieran en paños menores.
La susodicha señora se cambió de casa a otra más nueva que tenía, entre otras ventajas, ascensor. Ni que decir tiene el alivio que sintieron el resto de vecinos ante semejante buena noticia. Alivio que duró lo que el agua en una cesta pues cuando la buena mujer se enteró que en su nueva comunidad había más de cien vecinos, casi le da un soponcio. ¿Cómo iba ella a controlar a tanta gente? y  siendo así, ¿cómo podría seguir viviendo en paz, sabiendo que una gran parte de esa vecindad se escapaba de su ojo avizor? No lo dudó y volvió a su antigua casa. Ahora ella es feliz aunque sufra de los huesos y tenga que subir y bajar las escaleras a pie. No hay mal que por bien no venga, pues aprovechando las paradas que su estado de saludo le obliga a hacer, se "acerca"  a cualquiera de las puertas de esa planta, más que nada por comprobar si hay vida detrás de ella.
El personaje del cotilla puede resultar hasta gracioso. Lo malo es cuando el cotilla se "profesionaliza". Eso sucede en el momento en que ese deseo de meterse en una vida ajena, se convierte en obsesión. Y si se da un paso más y con la  obsesión por saber de la vida de otros sin ponerse límites, incluso se llega a invadir su privacidad, entonces de lo que estamos hablando es de acoso.
Con las nuevas tecnologías el acosador lo tiene muy fácil. Se puede empezar por hacer una foto con el móvil. Y a poder ser haciéndose ver por la persona elegida, por aquello de irle metiendo la duda y luego el miedo. Se pueden grabar sus conversaciones. Es tan fácil hacerse con una vida ajena. Sólo es cuestión de observar. 
No hace mucho una bibliotecaria me decía: Por los libros que escoge una persona en la biblioteca, se puede saber mucho acerca de ella. 
Se observa lo que lee, ve, escucha, bebe, come. Con quién va o viene, cómo viste, dónde compra. Somos animales de costumbre así que es sólo cuestión de esperar en algún punto en mitad del recorrido diario de la persona elegida, y ya está. 
La diferencia entre el cotilla y el acosador es que el primero intenta hacerse invisible, el segundo no. Una de las metas del acosador es ésa precisamente, la de hacerse ver para meter el miedo en el cuerpo a su víctima. Ese miedo hará el resto del trabajo, consiguiendo que cambie de costumbres, de vida, hasta desequilibrarla. Un acosador no tiene por qué ser alguien desagradable. Se puede acosar con una sonrisa en la boca. Hace un tiempo me contaron de uno de esos tipejos que se dedicaba a acosar a uno de sus vecinos y luego se dirigió a este último todo amable, para darle el pésame por la reciente muerte de su padre. Ya ven. Y aunque se emplee el género masculino singular para definirlo, no se equivoquen, también hay féminas y plurales en ésto de acosar. Ellas suelen ser incluso más agresivas.
Un acosador puede ser un marido, (las personas amantes del cine clásico recordarán "Luz de Gas" protagonizada por Ingrid Bergman, quienes no la conozcan, no se la pierdan), un jefe, un vecino. Cualquiera que tenga capacidad de tener más de una cara. El acoso se puede utilizar incluso como herramienta de trabajo en algunas profesiones. Es ilegal, pero ¿por qué iba a importarles?
El acoso tiene algo de psicología (psyque = alma) (logía = conocimiento de). 
Si tienes conocimiento sobre el alma de otra persona, ¿no la tienes bajo tu poder?

No quisiera dejarles con el miedo en el cuerpo, y con mi costumbre de mencionar, siempre que puedo, alguna lectura en mis entradas, hoy les traigo un libro de Roald Dahl. Ésta es una historia para adultos. Su título: "El Librero". El ejemplar que hace unos días tomé prestado de la biblioteca es de la editorial Nórdica. Está bellamente ilustrado por  Xesús Fraga.
Los relatos del señor Dahl suelen estar impregnados de ironía y un fino tono agri-dulce a la hora de plasmar las miserias humanas. En este libro se nos relata la historia de una pareja formada por el señor William Buggage, dueño de una librería de  libros raros y su secretaria-amante la señorita Tottle.
A diferencia de la mayoría de libreros, al señor Buggage no le importan demasiado los libros, sino el dinero que puede conseguir con ellos. Es más un especulador que otra cosa. Si fuera un verdadero librero tendría también algo de psicólogo, y conocería mejor a su clientes. Es esa falta de interés por los lectores, lo que le hará caer en un enorme error.
No se lo pierdan.





martes, 1 de noviembre de 2016

N O V I E M B R E

Imagen sacada de Internet


Mes en que las hojas de los árboles roban su tono al membrillo. 
La hierba se despeja del sueño nocturno con gotas de rocío. 
Las noches se adelantan aunque se haya atrasado la hora. 
Mes que comienza con calabazas dadas y recibidas con sonrisas.
 Con día de Santos y Ánimas,
 de recordar ausencias dolientes, 
de buñuelos rellenos de cariño, 
de muertos vivientes
 y fantasmas muy vivos, 
de brujas que llevan escoba
y vampiros de blancos colmillos.  

Mes que regala mañanas de niebla 
y tardes de paseo. 
Mes en que apetece algo caliente al salir del trabajo
y una charla con un rostro amigo. 
Noviembre melancólico. Penúltimo del año. 
Noviembre extraño,
sí, entre raro y feo.





P.D. Cuando me he puesto a escribir sobre el mes de Noviembre, me he dado cuenta que las frases rimaban como si de un pareado se tratara. Llamar poema a lo que he escrito me parecería un poco atrevido. Quizá es una especie de chascarrillo, y que disculpen los verdaderos poetas mi atrevimiento.