Mi lista de blogs

sábado, 28 de marzo de 2015

UN LECTOR, UNA ISLA

"CUENTOS DE HADAS"
De Mary L. Gow



Hace unos días fui a una librería para comprar unos folios. No había nadie excepto las dependientas. Dos de ellas estaban consultando en un calendario la posición lunar que tocaba en esos días.
Estamos en luna llena -dijo una de ellas.
Ya me parecía a mí -contestó la que estaba más cerca de mí-. Al darse la vuelta, se percató de mi presencia.
Se nota en el ambiente, ¿a que sí? -dije metiéndome en la conversación sin ser invitada.
Y que lo digas -me contestó sabiendo de sobra a lo que me refería-. La gente está ultimamente atacadita de los nervios. En cuanto tienen oportunidad, te contestan de mala manera.
Al salir estuve pensando sobre la fragilidad de todos nosotros. Vivimos bajo presiones diarias. Algunas tan sutiles, que casi ni las notamos pero, al final, pesan. Presiones, por ejemplo, en el trabajo, donde te exigen rendir cada vez más, por menos. Llegas a casa y no comentas nada con nadie, para qué preocupar a los tuyos. Así que te lo tragas tú solito. Cuando quedas con los amigos, tampoco es cosa de hablar de esos temas. Ellos tienen problemas parecidos.  Y, además, si coges fama de quejica, la gente puede dispersarse nada más verte. Y si se empieza a correr la voz de que puedes tener problemas económicos, la estampida entonces está asegurada. Así que vuelves a callar hasta que a alguien se le ocurra sacar un tema de esos que no comprometen a nada, como el fútbol, por ejemplo.
Y así vamos "viviendo". Calladitos, molestando lo menos posible allí donde deberíamos exigir nuestros derechos. Hasta que un día vas a una tienda y te encuentras con que la dependienta es una de esas chicas bobas que sonríen sin saber por qué, y piensas: se va a enterar la tía ésta. Y la armas, como está mandado. Lo de menos es si hay un motivo o no. El caso es que te oigan, que ya está bien de aguantar, ¿qué se han creído?
Siempre he pensado que cada uno intenta arreglar sus problemas como mejor le parece. Hay quien prefiere hacerlo de forma discreta, sin cargar con frustaciones propias a los ajenos. Intentando buscar respuestas, soluciones. Consultando a otras personas. Leyendo libros. Dicen que los lectores somos personas que nos escondemos de la realidad entre las páginas de los libros. El lector que lo haga así, está perdido, el pobre. Porque intentando huir de la realidad, se va a dar de morros con ella en más de una página.

Hace un par de semanas, hablando con mi amiga librera, le comenté que había una novela que me había llamado la atención. Cuando le dije el título fue a buscarlo y, empezó a leer el resumen en la contraportada, porque era un libro que ella aún no había leído.
¡Ah bueno! -exclamó la puñetera de ella, mientras esbozaba una de sus pícaras sonrisas-, pero esta historia ya está escrita hace mucho tiempo. Es un clásico. Entonces cometí el error que todos los lectores solemos cometer cuando caemos en las redes de nuestra curiosidad, y le pregunté:
-¿Y qué libro es ése?
Enseguida fue a buscarlo. El título que me enseñó era "Una Soledad Demasiado Ruidosa" de Bohumil Hrabal. No tengo que decirles dónde acabó el libro.
El autor nacido en Brno en 1914 y muerto en Praga en l997, nos cuenta la historia de Hañt`a, un hombre que trabaja desde hace 35 años en una trituradora de papel destruyendo libros y reproducciones de cuadros. Si el protagonista de esta historia fuera un trabajador que se limitara a cumplir con el trabajo por el que se le paga, ésto es, destruir de forma mecánica, no habría problemas. Pero resulta que a él le interesan algunos de los libros que pasan por sus manos,  así que decide apartarlos de su destino cruel y, quedarse con ellos. Pero es que encima, los lee. Y lo mismo ocurre con algunas de las reproducciones de cuadros. Es un hombre demasiado sensible o, tal vez estemos ante uno de esos románticos sin remedio. Total que acaba llevándose parte de las "víctimas" salvadas de su dramático final, a su casa.  Y ahí empiezan sus problemas, el primero, de espacio. Luego están los enfrentamientos con su jefe porque, claro, el seleccionar los libros que a él pueden interesarle, lleva su tiempo. Tiempo que hace que su rendimiento baje.
Hañt`a es un hombre que vive en una isla. La que él va construyendo con los libros que escoge. Pero mientras, las cosas van cambiando a su alrededor. Esta historia y su protagonista me han recordado a ese otro personaje "abducido" por los libros: Mendel el de los libros, de Stefan Zweig. Y si me atrevo a compararle con él es porque creo sinceramente que está tan bien escrito como este último.
Les pongo aquí una frase como aperitivo:
...los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.

No voy a engañarles, esta historia es terrible, pero está tan bien escrita, que es imposible, una vez que empiezas, no querer acompañar hasta el final a su protagonista. Por muchas alabanzas que yo le dedicase,  no le haría justicia. Quizás me pase lo mismo que a Immanuel Kant en su "Teoría General del Cielo",  que en este libro también se menciona:
En el silencio de la noche, cuando los sentidos reposan calmados, habla un espíritu inmortal en un lenguaje difícil de designar, compuesto de conceptos, que es posible comprender pero imposible describir.

Hagan como Hañt`a, salven este libro de un destino que sería peor que el de su destrucción, el de no llegar a ser leído por nadie. Leánlo.



miércoles, 25 de marzo de 2015

LOS REGALOS DE LA VIDA


"Madame Gautreau Brindando"
De John Singer Sargent


Hay veces que surgen encuentros, situaciones, vivencias, que te hacen recuperar la fe en el ser humano. Son pequeñas cosas, pero qué diferente se ve todo después de que ocurran. Algo así me ha pasado a mí estos últimos días.  Sucedió que por motivos de trabajo conocí a un chico con el que, desde el principio, hubo afinidad de ideas. Empezamos a hablar de cine, de libros... y ya es sabido que cuando alguien me plantea alguno  de estos temas, la conversación puede ser interminable. Lo curioso es que aunque nuestros gustos no coincidían, sí lo hacían nuestras conclusiones ante una determinada escena o un personaje en concreto. Así fue como un día me sugirió que viese una película, e incluso me la prestó en DVD. Su título: "Gravity", dirigida por Alfonso Cuarón, e interpretada por Sandra Bullock y George Clooney. Vaya por delante que el cine de ciencia-ficción no es de mis preferidos,  y así se lo hice saber . El muchacho insistió: tienes que verla, no es lo que parece. Pensé que no me costaba nada verla, sobre todo teniendo en cuenta que se había molestado incluso en dejármela, eso sí, con una condición: que se la cuidara, porque para él esta película era un pequeño tesoro. Haciendo gala de mi ironía le dije que no se preocupara, que en cuanto se fuera, la iba a tratar con mucho cuidado, metiéndola en el horno.
Eso -siguió él la broma-, pero no te olvides de gratinarla.
Pasaron un par de días y no me decidía a poner la película en cuestión. Al tercer día me dije que tenía que verla. La historia comienza cuando la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), que es una ingeniera en su primera misión en un transbordador, durante un paseo espacial aparentemente rutinario, que hace junto con un astronauta veterano llamado Matt Kowalsky (George Clooney), sufre un desastre, lo que origina que ambos acaben dando vueltas en la oscuridad.
Al principio la película me estaba resultando un tanto pesada, e incluso llegué a pensar que realmente debía meterla en el horno, pero en un momento determinado, todo cambia, la historia sufre un giro, y lo que parecía una película hecha para el lucimiento de efectos especiales y despliegue de medios tecnológicos, se convierte en una historia mucho más profunda.
No quiero desvelarles más, por si no la han visto y les apetece hacerlo.
Tiene además el gran acierto de que dura el tiempo justo.

Hace unos días quedé con una amiga a tomar un té. Mi sorpresa fue que cuando estábamos sentadas en una mesa, dejó sobre ella un paquetito para mí. Era un libro: "El Club del Té", de Vanessa Greene. Le he estado leyendo. Es una de esas historias que yo defino como "amables". Al leerla, me ha venido a la mente las novelas que leía hace unos cuantos años ya. Eran historias que durante el tiempo que duraba su lectura, me hacían salir de la realidad, no siempre tan amable como ellas.
Por un lado estuvo bien, por otro, me sirvió para comprobar cúanto habíamos evolucionado mis gustos literarios y yo.  Pero lo que sí agradezco es el que se molestara en escoger una historia que me hiciera sentir bien.

Hoy iba de mañana hacia el trabajo, cuando me he encontrado a un amigo de hace muchos años. Es un hombre jubilado ya. Hacía tiempo que no nos veíamos, así que hemos estado unos minutos charlando. En un momento determinado me ha dicho que se acordaba mucho de mí y de mi familia, y espontáneamente ha saltado: Ven que te doy un abrazo. Este gesto ha hecho que la fría mañana de la invernal primavera a la que Burgos nos tiene ya acostumbrados, fuera más cálida.  Y que después de despedirme de él, el ir al trabajo se convirtiera casi en un acontecimiento festivo. 

Son tres pequeñas historias que demuestran que, a veces, cuando menos te lo esperas, la vida te sorprende con un bonito regalo. El de poner en tu camino a gente que piensa en tí.

sábado, 21 de marzo de 2015

AL BORDE DEL CALVARIO

A veces sucede que tú vas buscando las historias, otras, son ellas las que te encuentran a tí. Eso me pasó a mí hace unos días. Estaba buscando un libro para leer, cuando mis ojos se detuvieron en: "AL BORDE DEL CAMINO" de Seumas O´Kelly, un autor irlandés (Loughrea 1881-Dublín, 1918), que murió prematuramente a los 37 años de una hemorragia cerebral a raíz de una disputa con un grupo de soldados británicos que irrumpieron en la redacción del periódico Nationality, vinculado al Sinn Féin, del que era editor jefe. Este es un libro de relatos. A través de ellos su autor va desnudando el alma de varios personajes, y con ello, desvelando al lector todas sus grandezas y todas sus miserias. Es uno de esos libros por el que cualquiera de los lectores moriríamos por ser capaces de escribir. Las descripciones del paisaje, del clima, de los colores, de los objetos pequeños y grandes pero, sobre todo, la forma de dibujarnos a cada hombre, a cada mujer que pasa por cada una de sus historias. Si tuviera que elegir entre todos los títulos, escogería estos dos: "La Lata con la Marca del Diamante", que es el primero en aparecer nada más abrir el libro y "El Zapatero". Y es en éste último donde me voy a detener. En esta historia un hombre que se dedica a arreglar los zapatos de todo el que pasa por su local, nos va desvelando poco a poco, cómo acabó siendo zapatero.
Hay que destacar el magnífico trabajo de la traductora de esta obra, Celia Filipetto.




                                                Imagen sacada de Internet



No sé si ustedes creen en las casualidades, yo sí. Hacía unos días que aprovechando el día del espectador, había ido al cine a ver una película: "Calvary", que se anunciaba como de "humor negro", era una producción irlandesa, dirigida por John Michael Mcdonagh, y protagonizada por un Brendan Gleeson que es capaz de llenar toda la pantalla él solito, y no lo digo sólo por su tamaño físico. La historia comienza cuando un sacerdote, que interpreta el señor Gleeson, durante la confesión de uno de sus parroquianos, oye como éste le dice que el próximo domingo le va a matar. A partir de ahí se abre una especie de caja de Pandora  de donde se escapan todas las debilidades humanas, personificadas en varios de los habitantes del pueblo donde habita y trabaja el sacerdote.
La casualidad de la que les hablaba se produjo cuando, en un momento determinado, el asesino le dice al sacerdote por qué le ha elegido a él como víctima. La razón no es otra que porque él es un hombre bueno. El matar a una persona mala es tan lógico, según la mente del asesino, que le quitaría a su acto el impacto que al parecer él necesita que se produzca. Sin embargo, matar a un hombre bueno es tan ilógico, tan atroz, que hará que se convierta en algo difícil de olvidar. Y ahí es donde se produce la casualidad de la que les hablaba, porque en la historia de "El Zapatero", se da una situación similar, y si no, juzguen ustedes mismos por el extracto que aquí les dejo:
<--En este país los ejemplos luminosos deberían utilizarse con la mayor de las moderaciones. --Miró por la ventana y al cabo de un rato añadió--:Ese terrateniente de Gobstown es el loco más peligroso de toda Irlanda.
>>--¿Por qué lo dices?--pregunté yo.
>>--Porque --respondió mi famoso primo-- tiene un corazón perfecto. --Inclinó la cabeza hacia el otro lado, me miró y dijo --: Si Gobstown no hace algo, puede convertirse en el instrumento de nuestra destrucción.
>> --¿Cómo? --pregunté yo.
>>--Puede volverse contagioso --contestó mi primo--. ¡Imagínate que cunda su ejemplo y que Irlanda se convierta en una vasta extensión sembrada de Gobstowns! ¿No sería preferible cualquier otra cosa antes que ese destino?
>> Yo, que lo sabía por experiencia, contesté:
--Sabe Dios que sí.

Está claro que lo de menos es como venga presentada una historia, Sea mediante imágenes, sea mediante palabras escritas, cuando la historia es buena y está bien contada, no hay nada que consiga borrarla de tu memoria. Eso me ha pasado a mí con esta película y con el maravilloso libro de Seumas O´Kelly, que van a ir, a partir de ahora, siempre conmigo.
Un par de advertencias, si van a ver la película, hagánlo cuando su ánimo esté alto, porque es una historia tan intensa, que puede arrastrarles como la lava de un volcán. Y no se levanten nada más aparecer los títulos de crédito, porque después de éstos, hay más.
De nada.




martes, 17 de marzo de 2015

¡EL LECHEROOO!

Según han ido pasando los años, todo ha evolucionado. Se han ido imponiendo las máquinas poco a poco, eso ha hecho que algunos oficios hayan desaparecido.  Ha cambiado también la estética de las ciudades y con ella, sus sonidos. Es curioso cómo se pueden llegar a extrañar algunos de ellos, los que diariamente escuchábamos y ahora ya no se oyen. Sobre esto estuve pensando el otro día según volvía para casa. Recuerdo sobre todo en las tardes ya avanzadas de primavera y verano, cuando ventanas y balcones permanecían más tiempo abiertos para que los últimos rayos del sol entraran por todos los rincones de la casa. Con ellos no sólo se colaba la luz, también algunos ruidos que no nos parecían tales, por lo que anunciaban: que alguien cuya presencia nos era ya familiar, caminaba por nuestra calle. Uno de esos soniquetes familiares lo provocaba el afilador, que con una armónica anunciaba su llegada. Entonces las mujeres rebuscaban en los cajones de los armarios de la cocina, esa tijera que no cumplía su misión, ni con el hilo de hilvanar,  o ese cuchillo que parecía vegetariano de lo mal que cortaba la carne.
Pero a mí el que más me gustaba era el de la voz de ese hombre que subía con un recipiente de aluminio, que debía pesar lo suyo, y se hacía sentir con su grito de guerra: ¡el lecherooo! tras el que soltaba un silbido tan agudo, que se te metía en lo más profundo de los tímpanos. No importaba lo que yo estuviera haciendo en ese momento, lo dejaba todo y me dirigía al balcón para contemplar una serie de escenas que parecían formar parte de un ritual.
 Al poco de anunciarse el hombre aquel, las puertas de diferentes portales iban abriéndose y brotaban de ellas las mujeres, algunas mayores, otras más jóvenes, todas ellas provistas de recipientes donde llevar la leche a su casa. De todas, la más salada era doña Herminia. Esa mujer de edad avanzada, nunca confesada, ha sido una de las mejor peinadas que yo he visto en mi vida. Salía del portal con su maravilloso pelo blanco, lleno de ondas en la parte superior de la cabeza, y por detrás, recogido en un moño que cubría toda su nuca, y tan bien hecho, que hasta el mismísimo Llongueras se hubiera muerto de envidia. Doña Herminia tenía unos ojos negros, pequeños como cabezas de alfiler, cuyo brillo traspasaba los cristales de sus gafas de montura dorada. Cuando salía del portal con una botella de cristal en la mano, se repetía siempre el mismo diálogo, si la tarde era soleada.
Buenas tardes, Herminia -saludaba el lechero mientras se disponía a llenarle la botella de leche a la mujer- ¿cómo va eso?
-Cómo quieres que vaya, hijo. Como siempre, de mal en peor.
-Bueno mujer, no será para tanto -añadía el hombre mientras posaba el recipiente en el suelo, presto a cobrarle el importe correspondiente a la negativa mujer.
Este diálogo tenía un añadido si la tarde era lluviosa. Observen, si no.
-Buenas tardes, Herminia ¿cómo va eso?
-Cómo quieres que vaya, hijo. Como siempre, de mal en peor.
-Bueno mujer, no será para tanto -intentaba animar el lechero mientras se disponía a cerrar su pesada lechera.
Y era entonces cuando doña Herminia atacaba:
-No es ahora cuando tienes que cerrar tu lechera, sino antes. Que siempre que llueve haces lo mismo, dejarla abierta para que se cuele el agua de la lluvia. Entre ésa y la que ya habrás añadido tú, hoy vamos a tomar el café con leche bien aguadito. Anda, no seas rácano y échame un poco más. Por las sisas.
Y el lechero no tenía más remedio que ceder, mientras suspiraba entre dientes:
-¡Ay, esta mujer!

Ahora todo ha evolucionado como he dicho antes. Los controles de higiene, entre otras cosas, hicieron que los lecheros ambulantes desaparecieran, como los dinosaurios. Ahora la leche se trasnporta, en cantidades industriales, en veloces camiones cisterna. De ahí se lleva a embasar para vender en tiendas y grandes superficies. Todo es mejor,  según dicen. Aunque no todos están de acuerdo. Recuerdo hace un tiempo que coincidí con un camionero que conducía uno de esos camiones que transportaba leche. En un momento determinado, el hombre me comentó que cada cierto tiempo debía detener el camión para añadir unas pastillas de color verde a la leche, con el fin de que no se estropeara. Será más seguro eso, me dijo, pero yo desde que me dedico a este trabajo ya no tomo leche.
Ya ven, hay gustos para todo.

En lo que a mí se refiere, me ha ocurrido que en alguna de esas tardes soleadas, he salido al balcón sin saber qué esperaba encontrar. Entonces he afinado el oído para ver si volvía a escuchar el agudo silbido del lechero y mis ojos, instintivamente, le han buscado a él, a doña Herminia y al resto de mujeres, con sus recipientes en la mano. Y si la tarde era lluviosa, me reía por lo bajini esperando oir la pequeña bronca que le echaba doña Herminia al lechero. Pero claro, no han aparecido.  Ahora mi calle es mucho menos "ruidosa", más moderna, más higiénica. Vamos, que es la leche.





Nota: La fotografía de el lechero, la he sacado de Internet.

domingo, 15 de marzo de 2015

LAS VÍCTIMAS PERFECTAS


"LEÓN ATACANDO A UN CABALLO, c 1762"
De George Stubbs



La primera vez que vi la película "King-Kong", tendría unos diez u once años. Era en blanco y negro, lo que hizo que el gorila gigante me pareciera todavía más temible. No era de extrañar que siendo tan enorme, tuviera siempre ganas de comer. El "menú" que los aterrorizados vecinos del gorila le ofrecían, fue para mí un auténtico sorpresón. Cuando vi que lo que ponían al alcance de esa bestia, era una joven, me pregunté: ¿por qué ella?

Hace un tiempo, viendo con un grupo de gente un documental, en el que se mostraban las imágenes de personas que estaban viviendo en un barrio de chabolas, no recuerdo en qué país de sudamérica, alguien comentó lo horrible que tenía que ser eso: vivir de esa manera. Entonces otro de los reunidos alegó que para esas personas era lo normal, que ya estaban acostumbradas a ese tipo de vida. Algo se me revolvió por dentro. Desde entonces vengo dándole vueltas, y quiero hacer una serie de reflexiones en voz alta para compartirlas con ustedes.
Nunca he entendido por qué se da por hecho que algunas personas, algunos grupos sociales, algunos países, incluso algunos continentes parecen estar en el mundo sólo para soportar toda clase de miserias. De la misma manera, me resultaría imposible entender que alguien pudiera pensar que cuando una mujer, pongamos, en la India, tiene una niña, es con el único propósito de que la utilicen como esclava sexual. ¿Conocen alguna madre que fuera capaz de hacer algo así en algún rincón de Europa, por situar el mismo ejemplo en la otra punta del mundo? O que en el caso de una mujer africana que trae un hijo varón al mundo, es con el fin de que se lo arranquen de los brazos, y le obliguen a ser soldado en cualquier grupo guerrillero,   o como esclavo para trabajar en una mina. Igualmente me es imposible imaginar que alguien forme una familia en un país sudamericano para vivir entre basura, ratas, suciedad, pobreza y hambre. Si partimos de la base de que todos queremos lo mejor para los nuestros y para nosotros mismos, ¿de dónde sale la peregrina idea de que un hombre por el hecho de ser judío, o negro, o pobre, puede desear algo distinto para los suyos y para él mismo? ¿Bajo qué retorcidos criterios se elige a la "víctima perfecta"? Tras mucho pensar, he llegado a la conclusión que la base principal es el miedo. Miedo a que alguien diferente a nosotros pueda quitarnos lo que tenemos. Olvidamos que aquello que creemos sólo nuestro es, en realidad, de todos. Sobre todo cuando hablamos de derechos humanos. Y ya se sabe que cuando alguien tiene miedo, tiende a hacerse el fuerte con el más débil, sacrificándolo. Les voy a poner un ejemplo: todo el mundo a estas alturas ya sabe que el tabaco es nocivo hasta el punto que, como se indica en cada caja de pitillos, puede matar, debido a los componentes que se añaden al, cada vez, más escaso tabaco que se encuentra en cada cigarrillo. Lo lógico sería perseguir a las compañías tabaqueras para que quitasen esos componentes nocivos de los cigarrillos, pero en lugar de eso, ¿qué se hace? se persigue a los fumadores, convirtiéndoles en dobles víctimas, las del tabaco-veneno, y las de las leyes anti-tabaco.
Otro ejemplo: últimamente se habla mucho de salvar a la clase media, que parece que está en peligro de extinción. ¿Y qué pasa con la clase baja? porque ésa ha estado sufriendo una persecución desde hace siglos, y parece que nadie se ha dado cuenta. ¿Se da por hecho quizás, que por tratarse de los más pobres, no tienen derecho a mejorar su situación, a aspirar a salir de la miseria? ¿O quizás lo que se piensa es que como son pobres "de nacimiento" ya deben de serlo de por vida y durante generaciones?
Si realmente tenemos intención de que las cosas cambien y mejoren para los más desfavorecidos, debemos dejar de alimentar cobardemente al gorila gigante que intenta devorarnos uno a uno, unirnos, y luchar contra él.

martes, 10 de marzo de 2015

LIBROS-AMIGOS

"QUEMA DE LIBROS"
(Imagen Sacada de Internet)





A veces el correo nos sorprende y en lugar de traernos las aburridas cartas de siempre, nos deja una grata sorpresa. Eso me pasó  a mí hace unos días. Al abrir mi buzón me encontré con un sobre más grande de lo corriente. El remite me indicaba que me lo enviaba un amigo. No pude esperar hasta llegar a casa y lo abrí de inmediato. Lo que me mostró no pudo ser más grato, era un libro, su título: "Demian" de Hermann Hesse. Verán que repito autor. No es casual. Quien me enviaba este libro ya me había enviado otro título del mismo autor, que también comenté en este blog. El motivo es, como me explicó mi amigo en su día, que quería que conociera la obra de este escritor,  y para ello me había seleccionado unos cuantos títulos que me iría mandando poco a poco, títulos que sabía de antemano me iban a interesar y gustar. No se equivocó ni con el primero ni  con éste. Pero es que además este último envío me ha llegado justo cuando más necesitaba recordar ciertas cosas.
Acabo de llegar de una de esas reuniones que celebran las comunidades de propietarios. No voy a decirles lo que es eso, porque supongo que ustedes también habrán sufrido más de una, y el que utilice para la ocasión el verbo "sufrir" no es casual.
Ya se sabe que hay personas que aprovechan cualquier ocasión para mostrar su lado más desagradable, incluso inhumano. Y una reunión del tipo que les menciono, parece ser un buen campo de cultivo para sacar los instintos más bajos. Pero lo que he oído y visto en ésta, es difícil de superar. Con qué facilidad se llega al corporativismo para intentar apartar de una comunidad a una determinada persona que, por razones que aún no alcanzo a comprender, puede resultar molesta. Y lo sorprendente es que la víctima elegida siempre es alguien más débil. Lo que hace evidente la cobardía de algunas personas. Que se intente utilizar la discapacidad de uno de los propietarios como arma arrojadiza contra su persona y sus derechos es, como he dicho, inhumano. Cuando a la salida de la reunión, me dirigía hacia casa, me vino a la mente el libro del señor Hesse porque es de eso precisamente de  lo que nos habla este libro, del aprendizaje que cada persona hace en su recorrido por la vida para llegar a un conocimiento más profundo de sí mismo, y de los encuentros que tiene en ese andar, y su repercusión. El autor nos lo cuenta a través del recorrido que hace el protagonista de la historia, que da nombre al título. Demian es aún un niño cuando se le cruza en el camino un chico un poco mayor que él, (Franz Kromer), que no es de su clase social acomodada, pero que parece ser respetado o más bien temido por todos. La necesidad de ser tan popular como ese chico, incluso de atraer su atención, le llevará a decir una mentira. Y ya se sabe que cuando se miente, hay que mantenerlo hasta el final para no quedar como un pollino. Eso le pondrá a Demian totalmente en manos de Kromer. La aparición de otro muchacho, Emil Sinclair, le dará las herramientas necesarias para defenderse del primero. Pero el señor Hesse no nos engaña, todo aprendizaje conlleva una ruptura, un desprendimiento, y a veces sufrimiento.  Como el pollito que para salir del huevo tiene que romper el cascarón, o como el nacimiento de un ser humano, que se anuncia con el llanto del recién nacido. Ya la introducción de este libro es una auténtica maravilla. De ella saco este extracto:
"Pero cada hombre no es solamente él; también es el punto único y especial, en todo caso importante y curioso, donde, una vez y nunca más, se cruzan los fenómenos del mundo de una manera singular. Por eso la historia de cada hombre, mientras viva y cumpla la voluntad de la naturaleza, es admirable y digna de toda atención. En cada uno se ha encarnado el espíritu, en cada uno sufre la criatura, en cada uno es crucificado un salvador."
Hermann Hesse a través de la voz de Demian nos habla de temas tan importantes como:
"La solidaridad -dijo Demian- es algo hermoso. Pero lo que vemos florecer por ahí no es solidaridad. Volverá a renacer del conocimiento del individuo por los individuos y durante algún tiempo transformará el mundo. La que hoy existe no es más que espíritu gregario. Los hombres se unen porque tienen miedo los unos de los otros; los señores se asocian, los trabajadores se asocian, los sabios se asocian. ¿Y por qué tienen miedo? Sólo se tiene miedo cuando se está en disensión consigo mismo. Tienen miedo porque nunca se han reconocido a sí mismos. ¡Una sociedad de hombres que tienen miedo de lo desconocido que anida en ellos!

Ahora que lo pienso en la reunión en la que he estado, tenía que haber aprovechado la sección de Ruegos y Preguntas, para pedirles a los protagonistas del bochornoso espectáculo que les he citado arriba, que leyesen libros como éste. Quizás les aportaría algo del valor, solidaridad, y sentido común que han demostrado no tener.

sábado, 7 de marzo de 2015

LOS HOMBRES QUE SÍ AMABAN A LAS MUJERES

Imagen sacada de Internet


Hoy traigo un par de historias de esas pequeñas, que ocurren a menudo en muchas partes del mundo, y que no suelen salir en ningún titular de prensa, ni en ningún noticiario de hora punta, quizás por eso, porque son tan pequeñas, que se cree que pueden no interesar a nadie.
La primera es sobre un joven español que conoce a una chica llegada de un país hispanoamericano en busca de una nueva oportunidad, de una nueva vida. Los dos son jóvenes, llenos de ilusiones y ganas de vivir. Se enamoran y deciden casarse y construir una vida juntos. Con gran esfuerzo llevan un pequeño negocio familiar en un pueblo de la provincia de donde es él. Para colmar más aún su felicidad, esperan su primer hijo. Entonces ella le sugiere a él irse a vivir a su país de origen, pues desea estar cerca de su madre cuando nazca el bebé. Tras mucho insistir, él accede pensando que si ella ha estado tanto tiempo lejos de los suyos,  justo es que ahora estén una temporada cerca de la familia de ella. Así que desmonta el negocio que tanto esfuerzo le había costado levantar, cierra la casa donde vivían, y cogen los bártulos para cruzar el charco.
Ya allí, ella se encuentra pletórica de felicidad pues está de nuevo cerca de su familia. Tras los meses de embarazo, tienen al bebé esperado. Es una niña, sana y bonita. Pasan los meses y la vida sigue sonriendo a la joven pareja, pues él ha encontrado trabajo,  y ella parece que tiene también perspectivas de conseguirlo.
Un buen día cuando él regresa del trabajo, se encuentra las maletas en la puerta de su casa. Al parecer ella ha conocido a otra persona, y quiere el divorcio. Él de la noche a la mañana, se ve en la calle.
Lo último que he sabido de nuestro joven protagonista es que ha perdido su trabajo. Su familia le ha aconsejado que regrese a España, pero él ha dicho que de eso, ni hablar. Ha decidido que no quiere perderse los primeros años de la vida de su pequeña hija, ni que ésta cuando sea un poco más mayor, piense que su padre no la quiere o no le importa. Así que ahí sigue, intentando sobrevivir como puede. Su familia le manda de vez en cuando alguna ayuda desde este lado del charco.
La segunda historia tiene como protagonista a una pareja que llevan ya varios años casados. Forman una de esas parejas que los que les conocen, no pueden menos que sentir un poco de envidia porque después de bastantes años juntos, siguen enamorados como desde el primer instante que se vieron. Porque lo suyo fue un flechazo en toda regla.
Un mal día ella nota que tiene un bulto en un pecho. Decide hacerse una revisión. El médico le indica que lo mejor es que le hagan una biopsia para ver lo que realmente puede ser. Y lo que resulta ser, no es bueno. Así que lo siguiente es operar y quitarle el pecho.
Desde el primer instante él ha estado con ella, apoyándola, animándola, dándole fuerzas cuando a ella las suyas se le venían abajo. Horas de pasillos y de salas de espera. Horas de sesiones de quimioterapia, que él también ha sufrido aunque estuviera al otro lado de la puerta de la consulta. Ha pedido en la empresa todos los permisos a los que tenía derecho y muchos más. No le ha importado incluso tener que humillarse ante el jefe. Lo importante era estar con su mujer. Él que nunca ha sorportado la sangre, ni las inyecciones, ha hecho de tripas corazón para estar lo más cerca posible de la mujer de su vida. Porque ella ha sido siempre la mujer de su vida. Y sin ella, esa vida ya no tendría ningún valor.
A base de fuerza interna, de tragarse lágrimas y orgullo. A golpe de ganas de vivir cuando la muerte parecía querer alcanzar la delantera, consiguieron que ella saliera bien de la operación, y lo consiguieron juntos, como han conseguido todo lo que tienen, que desde la dura experiencia, tiene más valor. Justo es decir que el equipo médico que la atendió hizo un gran trabajo.
Cuando la dan el alta hospitalaria, él no baja la guardia. Sabe que todavía queda un trecho por recorrer, y está dispuesto a resistir lo que haga falta.
Las primeras noches ella se da la vuelta para desnudarse y ponerse el camisón. Él piensa que quizás hay que darle un tiempo, pues todo está muy reciente. Pero cuando persiste en esa actitud de esconderse de él, decide que lo mejor es hablar del tema. Y lo que le dice es que no debe esconder su cuerpo, aunque ahora haya sufrido un cambio. Porque para él, ella sigue siendo su chica. Y la quiere y la desea tanto o más que antes, así que no más darle la espalda. Entonces ella se vuelve, y cuando le mira vuelve a ver al muchacho que la enamoró el primer día, y le sonríe mientras le caen lágrimas de los ojos. Esa noche se besaron y abrazaron tanto, que casi tienen que llamar a los bomberos para que los separen.
Han pasado ya unos cuantos años. El susto que les dio la vida en esa ocasión, solo es un recuerdo lejano. Y ahí siguen, juntos, casi fundidos el uno en el otro, y sin poder disimular lo mucho que se quieren.
Ocho de Marzo, Día Internacional de la Mujer, por eso he querido en esta entrada, hacer un homenaje a todos esos hombres que con sus pequeños-grandes gestos diarios, demuestran lo mucho que son capaces de amar a los mujeres.
Gracias a todos y feliz día también para vosotros.

martes, 3 de marzo de 2015

¡ S A M B A !

Cuando le comenté a un conocido la película que iba a ir a ver el sábado pasado, me dijo que él hacía tiempo que no iba a ver cine realista,  que había descubierto hacía poco el cine fantástico, y le parecía genial. ¿Para qué iba a pagar una entrada por ver cosas que ya tenía diariamente a su alrededor? Bien mirado, el hombre tenía razón. Pero sólo en parte. Porque, como le dije, de vez en cuando es bueno recordarse que en la vida no todo es mágico, que hay miseria, que hay dolor. Y como vamos tan ciegos por la vida, a veces, necesitamos verlo en pantalla grande. La película de la que le estaba hablando era  "Samba", producción francesa, dirigida por Olivier Nakache y Eric Toledano, y protagonizada por Omar Sy, Charlotte Gainsbourg, Tahar Rahim, (genial en su interpretación), e Izia Higelin, entre otros, además de un elenco de magníficos actores secundarios. En ella se nos relata la historia de un emigrante africano, sin papeles, que sobrevive como puede en Francia, consiguiendo de vez en cuando algún que otro trabajo mal remunerado. La falta de documentación le obliga a vivir haciéndose el invisible. Pero no lo consigue, claro. Más que nada porque en su mismo camino hay otras personas como él. Y cuando digo como él, me refiero a personas a las que un sistema político-económico que parece más una mina anti-personas,  ha dejado también en la cuneta. Como Wilson que siendo árabe, se hace pasar por brasileño, para tener más suerte a la hora de encontrar trabajo o para conquistar a las chicas.Y también me refiero a esas otras personas que ese mismo sistema político-económico, engullidor de almas, han llevado al borde de la locura. Y es precisamente en la cuneta de la delgada frontera entre la cordura y la falta de ella, donde una mujer, Alice, que sin tener nada que ver con el hombre venido de África,  entre otras cosas porque pertenece a un estatus social muy por encima del suyo, parece estar esperándole.  Pero no se equivoquen, con todo el peso que este encuentro tiene en la historia, no es el eje principal, al menos según yo lo veo. De lo que realmente habla esta película es de que da igual lo ricos, listos, o guapos que creamos ser. O lo bien preparados que creamos estar, si los que manejan todo este engranaje de destrucción masiva se encaprichan con nosotros, porque en ese caso, estamos perdidos.
¿Recuerdan ustedes el famoso eslogan que en su día un "iluminado" sacó a la calle, como respuesta a las continuas protestas de muchos jóvenes que estaban en contra de la guerra, negándose a contestar a la llamada a filas? Sí, hombre, ése que decía algo así como: "A ti no te interesa el ejército, pero al ejército le interesas tú". Pues seguimos en las mismas. Los personajes de la historia que nos ocupa no quieren formar parte de un sistema que no piensa ni en ellos, ni en cualquiera que tenga el menor atisbo de humanidad, pero da igual. Resulta que el sistema sí los quiere a ellos. Quiere hasta sus almas. Así que les va acorralando con reglas sociales, que parecen más bien lo contrario. Con exigencias cada vez más asfixiantes. Y a la vez que se les exige cada vez más, se les va poniendo cada vez más zancadillas: Que quieren encontrar un trabajo honrado, vale, no hay problema, siempre y cuando tengan un montón de papeles que les permitan acceder a dicho trabajo. Pero resulta que los papeles cuestan dinero, y encima hay que comer todos los días. Y en lugar de facilitarles el acceso a esa documentación, que a su vez les facilitaría el trabajo, que les daría el dinero necesario para que pudieran  vivir decentemente, se les va poniendo trampa tras trampa, hasta conseguir que se agoten, o mueran en el intento.
Que quieren cumplir las máximas expectativas en su estupendo trabajo, como es el caso de Alice, no hay problema, puede intentarlo. Otra cosa es que se lo consientan. Se le pone horarios interminables, se le exige cuotas de producción imposibles de alcanzar, y así hasta romperla, literalmente.
De lo que habla esta película es de que todos podemos ser tratados como emigrantes, (si no vaya usted un poco más allá de nuestras fronteras y diga que es español, verá qué risa).  O como indocumentados. A mí me pasó no hace mucho, que cuando murió mi padre tuve que arreglar papeles, y aquello parecía interminable. Durante semanas llevé una cartera llena de documentos de un organismo a otro. Tanto tiempo la estuve llevando encima,  que ya parecía una prótesis adherida a mi mano. Y eso que estaba en mi país.
El verdadero mensaje de esta película es que no debemos apartarnos de nadie por el hecho de que sea de otra nacionalidad, raza o creencia, porque cuanto más nos dividamos, más débiles nos haremos. Debemos juntarnos, mezclarnos unos con otros, porque de la mezcla saldremos más fuertes y algo más sabios. Lo que nos dice esta película es que nunca debemos dejar de vernos y de ver al otro como lo que todos somos: seres humanos con una dignidad, una fuerza y un valor, que ningún político, estratega o tecnócrata, puede ni negarnos, ni quitarnos, si nosotros no se lo consentimos.
Debemos estar unidos en el dolor para que éste se empequeñezca. Y compatir los momentos de alegría para que ésta se haga más y más grande.
Alguien me dijo una vez que la vida era como una bonita melodía, que no necesitaba que nadie la analizara o midiese. Lo único que había que hacer era dejarse llevar por ella, disfrutarla. Así que ya saben, a los que nos quieren dividir, incluso enfrentar, a los que nos quieren ver tristes y derrumbados, demósles ¡Saaamba!