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martes, 29 de julio de 2014

CORRE QUE TE PILLAN

Parece que ahora todo va muy deprisa. Las estaciones se acortan tanto, que cualquier día van a coincidir en el tiempo.
Las rebajas de verano, ya no esperan a Septiembre, comienzan en Junio. La lotería de Navidad, se vende en Julio.
Hoy he pasado por una tienda en cuyo escaparate ya se exhibían los modelitos de la temporada otoño-invierno, y yo aún con sandalias y en manga corta.
Los libros de texto del próximo año, los puedes reservar antes de acabar el curso anterior.
Hay que darse prisa, no nos vayamos a quedar sin algo. Hay que ahorrar tiempo y hacer lo que tengamos que hacer antes de que se nos echen encima las horas, los días, los meses, las estaciones. Si nos lo proponemos, podemos ser más veloces que el reloj.
Claro que frente a esta alternativa, hay otra totalmente contraria para los que, como yo, intentan no dejarse llevar por la avalancha.
Hoy al llegar a casa, mientras hacía estas cavilaciones,   me he acordado de un libro,  al que considero una joyita, y que me envió un amigo: "Pequeñas Alegrías" de Hermann Hesse. Y he vuelto a ojearlo. En el comienzo el señor Hesse, hace estas reflexiones acerca de la sobrevaloración que hacemos del aprovechamiento del tiempo, y dice:
"La sobreestimación aritmética del tiempo, la prisa como principio y fundamento de nuestro estilo de vida, es el más peligroso enemigo de la alegría".
"Este carácter vertiginoso de la vida actual ha ejercido sobre nosotros su nefasta influencia ya desde la primera educación; es triste, pero es inevitable. Lo peor es que la prisa de la vida moderna se ha apoderado ya de nuestras escasas parcelas de ocio, nuestra forma de gozar y divertirnos apenas es menos nerviosa y azacanada que la barahúnda de nuestro trabajo <La mayor cantidad posible y la mayor celeridad posible>, es la consigna. La consecuencia de ello es el aumento constante del placer y la disminución progresiva de la alegría".
Y más adelante sigue diciendo:
"Demoraos un poquito en la contemplación, y os proveeréis para todo el día de un mínimo de bienestar y de comunión con la naturaleza".


"UNA CONCHA, 1895"
De Niccolo Cannicci

Lo curioso es que este artículo, que da título al libro, data de l899. Y ya entonces, el señor Hesse hablaba de que se vivía demasiado aceleradamente. Imaginénse si le hubiera tocado vivir en nuestros días.
Ahora que estamos en verano es un buen momento para desacelerarse. Intentar hacer pequeñas paradas, hasta conseguir quedarse quieto durante un instante, mirando a nuestro alrededor, contemplando, como dice el señor Hesse, nuestro entorno. Da igual dónde estemos. Aunque el paisaje que nos rodee sea el de siempre, si nos detenemos a contemplarlo, seguramente descubriremos algo nuevo.
Porque, vamos a ver, ¿no se han preguntado nunca para qué les va a servir todo el tiempo que supuestamente han estado ahorrando a lo largo de su vida? ¿Qué van a hacer con él? ¿No sería más inteligente utilizarlo aquí y ahora, por si más adelante no lo pueden hacer?
Dejemos de ser usureros con nosotros mismos. Derrochemos tiempo ahora que lo tenemos. Cualquier momento puede ser un buen momento para comenzar, porque como dice el señor Hesse:
"La persona que por primera vez corta una florecita para tenerla junto así durante el trabajo, ha dado un paso adelante en la alegría de vivir".

sábado, 26 de julio de 2014

NUESTROS TESOROS COTIDIANOS

"NIÑAS LEYENDO"
De Vanessa Bell




Nuestra vida cotidiana nos va poniendo en el camino a personas y situaciones que nos pueden enseñar cosas importantes. Eso me ha ocurrido a mí esta semana que está a punto de terminar.
Tenía cita con el oftalmólogo en el Hospital Universitario. Se me ocurrió que para hacer más agradable la espera, podía cogerme algo para leer. Así que nada más entrar en el hospital, lo primero que hice fue buscar alguna librería. Y la encontré. Me arriesgué a preguntar si tenían algún libro de poesía, el hombre que regentaba la librería me dijo que lo único que tenía en ese momento era poesía para niños. En un principio le dije que no me interesaba y me dirigí hacia la sección de revistas. Viendo el desolador panorama que esta sección me presentaba, con las noticias en sus portadas del veraneo de los famosos, pensé que era mejor gastarme el dinero en algo más interesante, así que le dije al hombre que me enseñara los libros que me había indicado. Me mostró unos cuantos y, entre ellos, escogí uno porque me llamó la atención su título: "Las Palabras que se Lleva el Viento" de Juan Carlos Martín Ramos, con ilustraciones de Alicia Cañas. Editorial Everest (8,--€).
Una vez localizada mi consulta en el segundo sótano del edificio, me dirigí a la sala de espera en la que una enfermera me había indicado que tenía que esperar mi turno. Al entrar vi que estaba, literalmente, a oscuras. Dentro había cuatro personas adultas y dos niños. Éstos pegaditos a su madre. Instintivamente busqué un interruptor de luz, pues ahí no había quien pudiera ver, y menos yo que tenía intención de descubrir el libro que acababa de comprar. Cuando localicé los interruptores, se encendieron varias luces. A mi espalda alguien dijo: ¡Qué bien!.
Abrí el libro que resultó una grata sorpresa. Contiene unos poemas sencillos en su estructura, pero llenos de belleza, y que pueden gustar a los adultos también. Además sus ilustraciones de vivos colores, van como un guante  a cada uno de los poemas que adorna. De entre ellos, he escogido éste (más adelante se verá el  porqué), para compartirlo con ustedes:

EL PIRATA TATUADO

En el brazo del pirata
nada el tatuaje de un pez.
En la palma de la mano,
navega el barco
que nunca pudo tener.

Todo su cuerpo es un cromo,
lleva a cuestas mil historias
dibujadas en la piel.

Su bandera desgarrada
sobre el pecho,
el retrato de su loro
junto a un pie.

Pero ¡ay, pobre pirata!,
el mapa de su tesoro
se lo han tatuado en la espalda,
y no lo ve.

(Juan Carlos Martín Ramos)

Al salir del hospital pensé cómo era posible que cuatro personas adultas estuvieran en una sala de espera a oscuras, y ninguno de ellos tuviera la iniciativa, aunque sólo fuera por puro instinto, de buscar la luz.
Al día siguiente quedé con una amiga a tomar un té. Mi amiga me comentó que hacía tiempo que se sentía poco valorada en su casa. Nadie parecía seguir sus consejos, ni su marido, ni sus hijos, aunque en más de una ocasión se había visto a posteriori, que ella tenía razón.
Me pareció injusto porque sé que ella es una buena persona que siempre ha querido lo mejor para los suyos. Se da la circunstancia de que tiene la suficiente experiencia de la vida, además de conocimientos académicos, para poder tener una visión bastante clara a la hora de tomar decisiones o dar consejos.
Entonces me acordé de lo que había visto en la sala de espera del hospital, y pensé que hay gente que se obstina en no ver la luz, aunque la tenga delante de sus narices. Y esa luz a veces la tenemos a nuestro alcance en forma de interruptor, o personificada en un ser querido,  como en el caso de la familia de mi amiga.
Hay personas que les pasa como al pirata tatuado del poema del señor Martín Ramos, que tienen el mapa de un tesoro a sus espaldas, y no lo ven. Y ustedes se preguntarán cómo puede el pirata ver el mapa del tesoro que tiene tatuado en su espalda. Pues es tan sencillo como ponerse frente a un espejo, y copiar, o mandar copiar, lo que se refleja en él. Eso sí, teniendo en cuenta que lo que en el espejo aparece en el lado derecho, en la realidad, estaría en el izquierdo. Que no es cosa de dar vueltas a lo tonto.



Esta entrada se la dedico, con todo mi cariño, a mi amiga T., a la que yo siempre escucho su consejos, que en más de una ocasión me han servido de mucho. Ánimo, algún día los tuyos se darán cuenta de lo que tienen cerca.

martes, 22 de julio de 2014

REALIDADES PARALELAS

"NOBLEZA POLACA EN GDANSK"
De Wilhelm August Stryowski (Stryjowski)



Ya sé que estamos en verano, que es tiempo de pensar en playa, descanso, comida, viajes. Es en eso en lo que debería centrar mi mirada, pero ésta no se centra en esas cosas. Instintivamente mis ojos se desvían a esas otras realidades paralelas que solo aparecen en la prensa escrita o transmitida de palabra por radios y televisores, situándolas en algún país muy lejano al nuestro. Y tampoco es tan extraño que me ocurra esto, bien mirado, no son mis ojos los únicos que se "extravían", y para demostrarlo bien cerca tengo un ejemplo. Ayer mismo en un telediario de las nueve dieron esta noticia: "La riqueza de las familias españolas, según un reciente estudio, ha aumentado un 26% en lo que llevamos de año". Pensé que estaban repitiendo el noticiario de algún otro tiempo pasado en este país. Pero no, se referían al tiempo presente. Y me pregunté ¿hacia dónde estaría mirando el sesudo que llegó a semejante conclusión? Entonces me vino a la cabeza una imagen que vi el domingo pasado. Eran sobre las ocho de la tarde, cuando yo iba por una calle céntrica de Burgos. Al pasar por un contenedor de basura, me fijé que había una mujer que llevaba varias bolsas de papel. En una de ellas, estaba introduciendo un pantalón vaquero que había "pescado" en el contenedor. La mujer no era mayor, sin embargo, caminaba como si sus pies, su cuerpo entero, fueran centenarios.  Parecía cansada. Rota.
Seguí calle abajo y apenas había dado unos pasos, cuando vi en una esquina de uno de los bloques de casas, en la terraza de un mesón, un grupo de gente sentada alrededor de varias mesas, que daba buena cuenta de una suculenta y variada merienda. Entre bocado y bocado, los comensales no dejaban de reir a carcajada. No les sobraban razones, pues estaban llenando la panza y disfrutando de buena compañía.
Estas dos realidades convivían en un espacio de apenas unos metros.
Si yo tuviera que hacer un estudio con, por ejemplo, fines políticos, sobre la realidad económica y social de mi ciudad en la actualidad, y quisiera ser objetivo, tendría que dar cuenta de las dos escenas que se estaban produciendo en ese momento. Si quisiera ser subjetivo, parcial, interesado, incluso mentiroso, sólo tendría que dar parte de la segunda escena, lo que aparte de resultarme más cómodo y agradable, me podría dar más de un beneficio personal. Así que lo único que podría salvar el que yo diera parte de la auténtica realidad, sería mi conciencia. Y eso, la conciencia, señores, se está vendiendo últimamente muy cara.
Lo bueno de que haya realidades paralelas, habrá pensado el que ha hecho ese informe tan exhaustivo, es que cada uno puede elegir ver la que más le guste o interese, lo que le permite a su vez, crear una vida virtual. Teniendo esta opción tan atractiva ¿iba a ser él tan  tonto como para eligir la otra realidad, la de la miseria, con el compromiso de hacer algo para ayudar a tranformarla en una realidad mejor para los que lo están pasando mal? ¡Ni que se hubiera vuelto loco, o ciego,  oiga!

domingo, 20 de julio de 2014

CUMPLIENDO AÑOS FELIZ

Imagen sacada de Internet



Tal día como hoy, 20 de Julio, pero del año 1961 a las seis de la tarde de aquel jueves, una mujer ingresada de parto en la clínica de Barrantes en la ciudad de Burgos,  paría,  con ayuda de la comadrona doña Margarita, una niña. Habían estado esperando  a ver si podía salir por "sus propios medios", pero al final hubo que practicar una cesárea. Cuando la niña salió al mundo, según le dijeron después a la madre, venía con los ojos muy abiertos y moviéndo las manitas como si quisiera agarrarse al aire que dentro del vientre de su madre, ya había empezado a faltarle.
Va a ser una niña luchadora-dijo doña Margarita a la mamá-. Se nota que tiene ganas de vivir.
Después de hablarlo con su marido, decidieron que la niña llevaría el nombre de su abuela materna: Concepción, con el María delante, como era entonces obligado. Y fue un nombre bien elegido pues su significado: Vida, iba a ser de gran importancia para la recién nacida.
Esa niña era yo.
Hoy cumplo 53 añazos. Cada año, cada instante, desde el más diminuto hasta el más largo, me ha parecido un regalo, incluso los más duros, porque en esos momentos es cuando más he notado el cariño de algunos familiares y de mis amigos.  Por eso quiero compartir mi felicidad con todos ellos. Estéis donde estéis: Gracias por estar siempre cerca de mí.
A lo largo de estos años mi interior ha cambiado, ha ido creciendo. En cuanto a mi cuerpo, también se ha ido transformando. Mis rizos, que eran castaños, ahora son blancos. Alguna arruga se ha colado en mi cara. Y los michelines, campan por doquier que da gusto. Pero no me importa. No seré yo quien reniegue de estos últimos, sobre todo teniendo en cuenta, como decía un amigo mío, los dineros que nos cuesta mantenerlos. Y no me preocupan porque cada una de esas transformaciones dice que he hecho un recorrido, y creo que para bien. Ahora me siento más segura, más fuerte. Aunque también soy algo más sentimental según para qué cosas.
Además del gran tesoro que tengo en la gente que me quiere y acepta como soy, están mis fieles compañeros, los libros. De los que, como de la gente, cada día aprendo cosas nuevas. Y hay tanto por aprender.
Quiero compartir esta felicidad también con los que, de vez en cuando, dejan sus opiniones en mi blog, y con aquellos que aunque no dejan su opinión, sé que me leen.
Si todo esto es posible es gracias a una amiga que me empezó a meter en Internet, y me descubrió un nuevo mundo.
Durante estos cincuenta y tres años, he ido adquiriendo muchas cosas, pero también he perdido otras. Seres muy queridos se han quedado en el camino. De cuatro hermanos, yo soy la única superviviente. Medio en broma, medio en serio, le comentaba a una amiga hace no mucho, que a veces me siento  como el último mohicano.
Hoy es mi cumpleaños, y como cada día, me he puesto delante de un espejo que tengo en mi dormitorio, que me regaló una buena amiga, y me he dicho: Conchita eres cojonuda.
Hoy es mi cumpleaños. Estreno un año nuevo, y todo está por descubrir.

Como hoy empiezo una nueva etapa, he decidido cambiar el aspecto de mi blog,  un año nuevo requiere una imagen nueva. Espero que les guste.

viernes, 18 de julio de 2014

SOLTAR LASTRE

"HÉROE"
De Sir Lawrence Alma-Tadema



Han sido días de arreglar papeles. De desprenderse de objetos personales que ya no tienen dueño. De poner en orden recuerdos y sentimientos. Han sido días extraños en los que no parecía encajar nada. Y, sin embargo, todo ha ido encontrando poco a poco su sitio. Y ahora que sólo ha quedado el silencio, es el momento de soltar lastre. De pensar sólo en lo que hay por delante, que aún es mucho y variado.
Ayer en la presentación de un libro oí cantar un tango. Hacía tiempo que no escuchaba uno. Es un tipo de música que no siempre me apetece oir. Por el desgarro de sus letras. Éste hablaba, cómo no, de recuerdos que no se podían abandonar. Yo sí puedo, y quiero abandonar algunos de los míos.  Empieza una nueva etapa para mí, y quiero que sea un comienzo a la alegría, a la luz, a la vida. Quiero soltar lastre. Tirar al mar aquello que ya no me sirve, porque no deseo ser como el naúfrago que se queda agarrado a los restos de su naufragio. Prefiero cambiar de barco y seguir mi viaje unas veces desde la nave, otras desde la orilla. Pero siempre contemplando la belleza del mar que me rodea. Sin mirar su inmensidad como una amenaza, sino como la húmeda alfombra que me conducirá allá donde yo quiera ir.

El agua se aprende por la sed;
la tierra, por los océanos atravesados;
el éxtasis, por la agonía.
La paz se revela por las batallas;
el amor, por el recuerdo de los que se fueron;
los pájaros por la nieve.

Emily Dickinson.

martes, 15 de julio de 2014

AQUELLOS VERANOS

"VERANO"
De Charles Sims




Podría contar infinidad de historias de mis veranos en Galicia. Para mí el primer día que llegué allí fue como descubrir el Paraíso. Con diez años los olores, los colores, los sabores que te rodean, que te envuelven, se quedan grabados para siempre.
Pero de todo lo que allí descubrí lo mejor fue la gente, mi gente. Mi madre tenía nada menos que siete hermanos, así que cuando llegué y los conocí a todos, me pareció algo increible. Pero es que además cada hermano tenía sus hijos excepto la mayor, María, que se había quedado soltera. Con lo que la presentación de todos los primos que tenía, me pareció interminable y a la vez maravillosa.
Yo llegaba de la Castilla de gente contenida, austera a la hora de expresar sentimientos, y me encontré en un lugar donde todo el mundo me daba unos achuchones que me cortaban la respiración. Cuando mis tías me abrazaban, lo hacían rodeándome con sus fuertes brazos, acostumbrados a trabajar duro en la tierra y a llevar mucho peso.  Y los besos eran sonoros y dados con toda la cara.
Cuando conoces a un grupo de gente no sabes por qué siempre te inclinas más hacia uno que hacia otro. Es algo instintivo. Y en una familia numerosa, de repente te llama la atención uno de ellos sobre los demás. Eso me ocurrió con mi prima Alsira.
Alsira no era una niña guapa. Pero tenía un encanto especial. Era de esas crías que llevan un angel encima. Su cara no tenía ningún rasgo que destacara, sin embargo tenía tanta luz, que era imposible no fijarse en ella. Los ojos eran oscuros, brillantes. Su pelo era de color que yo denomino pelirrojo-contenido, porque no era ni castaño, ni rubio. Era de ese color que tienen los maizales cuando les da la última luz del sol. Como si quisiera explotar en una mezcla de amarillo y rojo, pero no terminara de decidirse. Pues así era el pelo de Alsira. En la época que yo la conocí, se le estaban cayendo los dientes de leche, así que la parte superior de su boca, tenía un enorme hueco justo en el medio, lo que hacía que cuando se reía, pareciera la entrada a el túnel del tren de la bruja.
Mientras que sus hermanos montaban jolgorio, ella se quedaba callada, sonriendo. Cuando alguien le decía algo, se encogía de hombros y sonreía aún más. Se sentaba como si quisiera contenerse en sí misma. Parecía un duendecillo al que le diera miedo quitarle espacio al aire. Cuando por fín se decidía a hablar, se le iba el aire por el hueco de la boca, lo que le hacía reírse de su propia gracia.
Por entonces nosotros vivíamos en un piso de alquiler, abuhardillado. Y aunque también jubágamos en la calle, no teníamos la suerte que tenían mis primos de estar rodeados de campo. Siempre andaban correteando, a veces descalzos. Mi madre siempre me traducía lo que ellos decían pues hablaban en gallego, pero la verdad es que no me hubiera hecho falta, porque nos hubiéramos entendido, como niños que éramos, aunque hubiésemos hablado en ruso.
Recuerdo que alguna vez nos quedábamos en casa de mis primos hasta la noche. Y las noches en esa parte de Galicia, eran maravillosas. Sólo se oían los grillos y, de vez en cuando, algún perro ladrar. Nos sentábamos en la entrada de la casa y hablábamos y reíamos sin parar. Queríamos alargar la noche tanto, que a veces pillé a Alsira bostezando, vencida por el sueño. Entonces nos dábamos cuenta de que era hora de irse a dormir. Al día siguiente, íbamos despues de desayunar a verlos otra vez. Salían limpitos y peinaditos de casa. Y al poco tiempo de corretear de aquí para allá los pelos estaban revueltos, la ropa llena de tierra, o mojada del agua del pilón que estaba junto a la casa, o salpicada de briznas de hierbajos. Lo que menos les duraba limpios eran los pies porque correteaban, como he dicho, descalzos. Y cómo corrían, sobre todo cuando alguno de los chicos se perseguían.
Durante años, cada verano nos volvíamos a encontrar. Y en cada re-encuentro, descubríamos la transformación que iban teniendo nuestros rostros y nuestros cuerpos. Los chicos fueron estirando primero, luego sus brazos y piernas se fueron musculando. En el caso de las chicas, se fueron haciendo mujeres. Cada vez corrían menos y hablaban más. Pero seguían manteniendo el olor a campo, a aire puro, a sol. En sus pieles, en sus rostros. Cuando me daban un beso, era como si pegasen en mi cara todo el paisaje comprimido en él.
Un año empezaron a faltar alguno de ellos a la cita veraniega. Habían encontrado un trabajo fuera y lo que entonces supe de ellos, ya fue por referencias de otras personas.
Lo último que oí de Alsira es que había estado viviendo con su chico, y un día éste le pegó una paliza.
Cuando me lo contaron, fue como si me clavaran un objeto punzante en el mismo corazón. Me vino enseguida a la mente la imagen de esa niña de pelo de color pelirrojo-contenido. Vi su desdentada sonrisa. Su cuerpecillo encogido. Sentada con las manos bajo sus piernas, intentando no ocupar demasiado sitio. Su mirada oscura, brillante, dirigiéndose hacia todo y todos los que la rodeaban. Pensé que no había derecho a que alguien así sufriera semejante trato. Y fué entonces cuando salió, de lo más profundo de mi ser, todo el gallego que conozco, para lanzarle a ese individuo el peor de los deseos.

sábado, 12 de julio de 2014

JEFES CUALIFICADOS

Imagen sacada de Internet



Sabido es que cada vez se exige más a las personas que buscan empleo. Además de una buena presencia física, juventud y experiencia (estas dos últimas exigencias no dejan de ser un tanto contradictorias), se les pide que tengan una cualificación alta, incluso para ocupar puestos que no la requerirían. Eso sin contar con que el empleado sea, por supuesto, honrado y, lo más flexible posible en cuanto a horarios de trabajo. Vamos, que si está dispuesto a dormir y comer en la empresa, mucho mejor. Sin embargo, el empleado no parece tener derecho a exigir que su futuro jefe tenga también un nivel. Puede que esto dicho así suene a broma, pero lo digo muy en serio.
En el número de la revista "Tiempo" del 11 al 17 de los corrientes, en un artículo que sale publicado en la sección de Sociedad, se habla de los empresarios sociales. Se comenta el caso de varias personas que han decidido contratar en sus empresas a personas que, por circunstancias personales, se las ha ido apartando de la circulación laboral. En el artículo se comenta por ejemplo el caso de un empresario cántabro, Carlos Zamora, fundador junto con su hermana de la empresa De Luz y Cía, que tiene empleados como camareros en sus restaurantes a emigrantes, discapacitados intelectuales, gitanos, sordos, mayores de 60 años. Pero, y copio literalmente del arículo, "si ésto es atípico lo son más las condiciones de trabajo que ofrecen en un sector tan esclavo como puede ser el de la hostelería: Tenemos muy en cuenta las condiciones de los que tienen hijos: por ejemplo, les ofrecemos turnos, les damos vacaciones en Semana Santa o verano. La gente trabaja 40 horas a la semana y si hace extras, se les paga".
Pero hay más, mucha gente les decía que estaban locos cuando empezaron a contratar al tipo de personal que les he indicado arriba, que harían que los costes de dicho personal fueran muy altos. A lo que el señor Zamora dice: "Y es verdad que lo son pero aquí estamos, con una cuenta de resultados muy ajustada, que además facilitamos a cada empleado para que ellos entienda cómo va la empresa. Y además, en estos años en los que se han cerrado muchos locales, nosotros hemos crecido. Es verdad que mis costes de personal son altos pero en contrapartida mi rotación es nula, y la gente está contenta trabajando aquí. Esto último se traduce en la relación con el cliente, que lo nota y repite ..."

Me pregunto qué pensarán de todo esto esos otros "empresarios", los que se han dedicado y siguen dedicándose a contratar a trabajadores en condiciones que bordean la esclavitud. Los que son capaces de presentar una ERE debidamente "diseñada" para combatir su insaciable hambre de dinero fácil.
Lo que debería ser algo normal, como es el que un empresario fuera honrado y estuviera capacitado para llevar una empresa como es debido, se ha convertido en una especie de excepción y eso lo demuestra el hecho de que en el artículo arriba mencionado, se denomina a este tipo de empresarios como "sociales". ¿Acaso el ser un jefe como es debido es un favor o un servicio especial que sus empleados reciben? ¿No debería ser este modelo el imperante en nuestra sociedad laboral?
Creo que ya va siendo hora de que los empleados también empecemos a exigir cualificaciones a nuestros empleadores. Ningún trabajador honrado debería ofrecer sus servicios a personas que utilizan su empresas como tapadera para actos, tan fuera de la ley, como la explotación laboral.
Como trabajadora, yo también quiero que mis jefes estén a la altura de las condiciones que a mí se me exigen.

jueves, 10 de julio de 2014

EL ARTE DE LA PALABRA



JOHN KEATS





EL NOVELISTA

Enfundado en talento a modo de uniforme,
El rango de cada poeta es bien conocido;
Nos pueden asombrar como una tormenta
O morir tan jóvenes, o vivir solos durantes años.

Pueden avanzar como húsares, pero él
Debe luchar contra su don juvenil y aprender
Cómo ser sencillo y difícil, cómo ser
Alguien tras el cual nadie piensa que merezca la pena volver
la mirada.

Pues, para obtener su más ligero deseo, él debe
Convertirse en el colmo del aburrimiento, sujeto a
Vulgares quejas como el amor, entre los Justos

Ser justo, entre los Inmundos, también inmundo,
Y en su insignificante persona, si puede,
Aguantar obtusamente los errores del Hombre.

(Sacado del Libro "Poemas" de W.H. Auden-1907/1973)



Cada vez que alguien escribe un poema, desnuda su alma. Cada vez que alguien abre un libro y lee ese poema, encuentra su alma gemela. Porque detrás del poeta, hay un ser humano con las mismas miserias y grandezas que el que lo descubre leyendo. La única diferencia entre lector y poeta es que éste último ha sido capaz de convertir las palabras en una obra de arte.
Es necesario que se vaya pasando el testigo de una generación a otra, para que la poesía sobreviva a su creador, para que perdure en el tiempo. Que se transforme, que evolucione. Cada tiempo requiere su forma de expresión, su estilo, pero sin que se altere su esencia. Hoy más que nunca son necesarios los escritores, los poetas, los creadores del arte escrito. Porque hay muchas cosas que decir, mucho que reivindicar. Por los que ya no pueden hablar, por nosotros mismos. Es necesario un futuro lleno de poesía, lleno de creadores de diferentes expresiones del arte. Otro poeta anterior a W.H. Auden, ya lo decía.

POETAS FUTUROS

¡Poetas futuros, oradores, cantores, músicos futuros!
No me justificará este día ni responderá por mí,
Pero vosotros, de una generación nueva, pura,
atlética, continental, más grande que todas las
generaciones conocidas,
¡Despertad pues tenéis que justificarme!

Yo no hago otra cosa que escribir una o dos
palabras indicativas para el porvenir;
No hago otra cosa que avanzar un instante, y luego
me vuelvo apresuradamente a las tinieblas.

Soy un hombre que, vagando a la ventura y sin
detenerse, os dirige una mirada casual y vuelve
el rostro,
Dejando que vosotros lo analicéis y lo defináis,
Esperando de vosotros lo más importante.

(Sacado del libro ¡Oh, Capitán!
¡Mi Capitán! de Walt Whitman-1819/1892)

domingo, 6 de julio de 2014

EL CARTERO

"CARTERO ROULIN"
De Vincent Van Gogh



En el siglo pasado la gente escribía cartas a mano y las enviaba dentro de un sobre debidamente sellado. Había quien lo hacía con un bolígrafo, otros preferían la pluma. En aquellos tiempos las cartas las repartía un empleado de correos: el cartero. En algunos pueblos, los carteros hacían el reparto a pie o sobre una bicicleta que pesaba bastante más que las de ahora, pues en la época a la que me refiero, las bicicletas eran de hierro.
El cartero no era sólo el repartidor, era también un confidente, pues en algunos lugares había gente que no sabía leer, y el cartero tenía que leerles la correspondencia. Como entonces los trabajos eran de por vida, un cartero estaba en su puesto hasta que se jubilaba o moría, por lo que todo el mundo le conocía y a su vez, el cartero conocía a los receptores del correo que él repartía.
En esos tiempos el cartero tenía que hacer también de psicólogo, cuando las noticias que llegaban no eran buenas.
Yo tenía un tío cartero. Tenía el pelo de tono entre rubio y pelirojo. Sus ojos pequeños, azules, eran capaces de leerte el alma. Leía tu rostro con la misma facilidad que leía las cartas a quien se lo solicitaba.
En invierno solía cubrir su pelo claro con una boina. Lucía una larga barba que le daba aspecto como de un hermano de Santa Klaus. Cuando la gente veía desde lejos su boina negra en invierno, o su pelo rubio-zanahoria, en verano, sabían que tenían carta.
Los pies de mi tío habían recorrido muchos, muchos kilómetros, pero nunca dejó de repartir debidamente las cartas.
Él conocía las tristezas y las alegrías de los vecinos. Sabía de los nacimientos y de las muertes de cada familia. Jamás traicionó la confianza de ninguno de ellos. Si las noticias que llegaban eran buenas, andaba jovial el resto del camino que le pudiera faltar por recorrer. Si en la carta que tenía que leer había malas noticias, las vivía con el receptor en silencio.
Un día intenté tentarle para que me contara algo de lo que había leído en las muchas cartas que había repartido. Su respuesta no se hizo esperar: eso es cosa de cada cual.
Pero en esta vida nadie es perfecto, mi tío cartero tampoco lo era.  Durante muchos años le estuve escribiendo cartas, pues él y su familia vivían en Galicia. Jamás me respondió. Cada verano que íbamos allí,  le echaba en cara que no me respondiera y le preguntaba qué sería de los carteros,  si nadie escribiese como él hacía. A lo que me respondió con su tono irónico: bueno, ya escribes tú por los dos.
Las cosas han cambiado mucho. Ahora con eso de ahorrar papel, cada vez son más los que envían sus noticias por amail. Pero no es lo mismo. Hay algo de ritual en ponerse a escribir una carta a mano, en el colocar todo el material necesario en la mesa. La pluma, una carga de repuesto, por si nos alargamos y gastamos la que tiene puesta, unos cuantos folios, el sobre, el sello, la agenda con la dirección de aquellos a los que escribimos, y un corrector, por si nos equivocamos en algo, no enviarla con borrones.
Cuando empezamos a escribir, nos aislamos del resto del mundo. Mantenemos un diálogo con aquel o aquellos a los que nos dirigimos y, a la vez, nos podemos imaginar qué pensará o dirá cuando reciba nuestras noticias.
Alguna vez me ha pasado que no sabía muy bien cómo comenzar. Pero una vez superado este breve momento de duda, las palabras fluyen en cascada de mi pluma. Porque yo soy de las clásicas, suelo escribir con pluma. Y quien recibe ese correo, al leerlo, me tiene a su lado. Es un diálogo íntimo. Tengo un grupito de gente con la que sigo carteándome, y cuando recibo sus cartas, es como si me enviaran un regalo. No dejo de sorprenderme con cada una de sus misivas. Y a veces las espero con impaciencia.
Gracias desde aquí a los que me siguen escribiendo cartas. Y gracias a los carteros que con buen o mal tiempo, siguen haciendo posible algo tan bonito como es el recibir un sobre con pedacitos de vida de aquellos que tenemos lejos.

jueves, 3 de julio de 2014

TRAPEROS E HIJOS


En el año 1936 él tenía siete años. Fue el año que murió su padre. No podía haber "elegido" peor año para morirse.
Como el crío era el mayor de dos hermanos, le tocó buscarse la vida, rebuscando entre los escombros para encontrar algo que vender o que fuera útil para casa. Así comenzó su carrera profesional como trapero. Tuvo que vérselas con hombres hechos y derechos, lo que le obligó a crecer a golpe de desengaños y traiciones. Pero además se le tatuó el silencio en la piel, con la tinta más indeleble que pueda haberse inventado: el miedo. Así se forjó su carácter: callado, reservado, hermético. "Cuidado con lo que hablas, cuidado con quién hablas".  Se aprendió tan bien la lección, que vio como una obligación el transmitírsela a sus descendientes.
El niño se hizo hombre, se casó y tuvo su primer descendiente: una niña, vaya por Dios, con lo que él estaba deseando tener un hijo varón. Quizás a la segunda... Pero la segunda también fue una niña, que murió al poco de nacer. Y la tercera, también hembra. Ya es mala suerte... A la cuarta parecía que iba a ser la vencida, pero no. Aunque esta vez sí nació un varón, vino al mundo con los ojos cerrados para siempre. Era como si el universo se hubiera cebado con este hombre.
Se encerró más en su trabajo. Al dedicarse también a la compra, y posterior venta de la lana de los colchones que la gente de los pueblos y de la capital le vendían, se le empezó a conocer como "el lanero". Para los niños era el "terrible" hombre del saco. Cuando le veían aparecer, era como si vieran al diablo. Esa leyenda la alimentaban las madres cuando alguno de sus críos no las obedecía: Como no te estés quieto -amenazaban las mujeres a sus pequeños-, te va a llevar el hombre del saco. Y el crío de marras no se movía ni con aceite hirviendo.
La vida familiar podía haber sido sencilla, pero ya se sabe que en la vida, todo es complicación. Y la suya, y la de sus hijas, comenzaron a complicarse cuando éstas empezaron a ir al colegio. Se le ocurrió a su mujer que debían ir a un buen colegio de pago. Eso le exigió más trabajo y sacrificio. En cuanto a las niñas, por el hecho de ser hijas de un simple trapero, no fueron aceptadas por todas las compañeras y profesoras de igual manera. De las dos, a la mayor fue a la que, como mayor que era, le tocó el peor papel. A veces tuvo que defender a su hermana pequeña ante algún que otro grupito de niñas bien, que habían decidido esperarlas a la salida para recordarlas quiénes eran y de dónde venían. En una de esas "reuniones espontáneas", una de esas niñas bien le reprochó a la mayor de las dos hermanas, que su padre olía mal. Por muy hija de un trapero que fuera, no iba a consentir eso, así que le contestó que peor olía su padre abogado, que se dedicaba a engañar a la gente. Se lo soltó sin pensar, sin ni siquiera conocer al ofendido. De lo que se trataba era de defenderse como gato panza arriba. Por paradojas de la vida, años después se supo que el mencionado abogado había estado en la cárcel por quedarse con un dinero que no era suyo.
En cuanto a las profesoras, la mayor de las niñas tuvo que repetir tres veces un cuestionario que le hicieron en el colegio, sólo porque en el apartado en el que le pedían la profesión del padre, ella resueltamente escribió: Trapero. La monja que recogió el cuestionario, consideró que esa no era una profesión lo suficientemente elegante para su elegante centro. Así que le pidió a la niña, que borrase semejante palabra, y pusiera en su lugar: Industrial. Pero la niña no estaba por la labor porque tenía muy claro cúal era el oficio de su padre. Así que insistió en poner lo que ella quería. Tres veces, se le hizo borrar esa palabra de tan poca clase. La niña, ya aburrida, tuvo que acceder a la exigencia de su tutora.
Pero las peleas también se daban en casa. Ya se sabe que no hay nada peor que una mujer con ganas de saber de todo. Y sus hijas tenía hambre de conocimiento. Sobre todo la mayor, que se pasaba la vida con la cabeza metida en los libros. Y así no hay quien pueda con ellas. Éstas no habían salido como él. A éstas nadie podía mandarlas callar, porque no hacían ni caso. Las peloteras que mantuvo el trapero sobre todo con su hija mayor, que lo cuestionaba todo, fueron sonoras. Y la más sonora de todas fue la de aquel día que al hombre se le ocurrió saltarle a sus hija mayor, que los libros no servían para nada. Ese día una especie de enorme grieta se abrió entre los dos, y el diálogo fue practicamente imposible.
Así fueron transcurriendo los años. Así se pasó la vida. Llegaron años de  más dolor. La pérdida de seres queridos, entre ellos, la hija menor. Eso dejó al trapero hecho, literalmente, un trapo. Ya nunca fue el mismo. Ese hombre que había sido capaz de llevar a cabo el más duro de los trabajos, sin ni siquiera susurrar la más mínima de las quejas, con la muerte de su hija menor,  se rindió. Dejó bien claro de palabra y obra, que ya no le importaba nada. Tras unos años de autocastigo que degeneró en un deterioro físico,  el día 30 del pasado mes de Junio, una insuficiencia renal, obligó al trapero a dejar esta vida que tan cruel había sido con él.
En cuanto a la mayor de sus hijas, que soy yo, también ha tenido que luchar varias veces con las bofetadas que le ha dado la vida. Pero a diferencia de su padre, el hecho de creer en el poder de la palabra escrita, le ha salvado del total hundimiento.
Uno de los libros que hizo que me sintiera menos sóla fue la Autobiografía de Kirk Douglas, que él tituló: "El Hijo del Trapero". A pesar de la distancia entre él y yo, nunca me sentí más cercana a una persona. Cuando leí las dificultades que el señor Douglas había tenido por el hecho de ser hijo de quien era, incluso en la relación con su padre, sentí que por fín había encontrado mi alma gemela.
He extraído del libro arriba mencionado un extracto en el que el señor Douglas habla de su profesión, el cúal explica muy bien el porqué de la importancia de la imaginación en la vida. Imaginación que pienso se puede desarrollar tanto en el caso, como es el suyo, de dedicarse a una profesión artística, o en el disfrute de placeres, como es el mío, de la lectura.
"Cuando las cosas se complican demasiado, matizo las realidades de la vida con la imaginación, atenúo la línea divisoria entre lo que es real y lo que es fantasía. Se trata de una medida de protección que permite que algo de la irrealidad de mi profesión se deslice en la realidad de mi vida. Suaviza los contornos".
Esta entrada es un pequeño homenaje a mi padre, que es el señor con gafas de la foto. Un homenaje que le hace su hija, que es la niña que él está sosteniendo en la foto.
No importa el tiempo que pase. He sido, soy, y seré, para siempre, y a mucha honra, la hija del trapero.