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sábado, 27 de diciembre de 2014

PUERTA DE SALIDA/PUERTA DE ENTRADA

"UNA VIDA SOLITARIA, c. 1873"
de Hugh Cameron

El año se nos ha hecho viejo. Está agotando sus últimos días. Hay que ir soltando lastre. Desprenderse de todo aquello que ya no nos sirve, guardarlo en una cabaña, y cerrar la puerta con llave. Seguir hacia delante, ligeros de peso, porque en el camino por descubrir, encontraremos vivencias, personas, situaciones, que nos irán llenando los días por estrenar. Nosotros también nos iremos haciendo más mayores, pero si tenemos bien abiertos los ojos, los oídos y sobre todo, el corazón y la mente,  nos convertiremos en más sabios.
Atrás quedarán encuentros, momentos de risa y de llanto. Los éxitos que unos pocos han alcanzado a costa del fracaso de otros muchos.   
Llevaremos en nuestro disco duro el recuerdo de las personas que queremos, los que aún podemos encontrarnos en el recorrido,  y el de los que hemos perdido para siempre.
Este año -me decía el señor que atiende el kiosko donde suelo comprar los sábados la prensa-, es el primer año que la gente no dice eso de: bueno, si el Año Nuevo no es mejor, por lo menos que sea como éste. Nadie quiere que se repita la situación que estamos viviendo. Todos dicen que quieren que cambie. Que es necesario que sea mejor, pero mucho mejor.
No es de extrañar,  porque hay gente que lo está pasando muy mal.
Un modelo socio-político-económico que permite que una gran parte de una sociedad esté abandonada en la miseria por aquellos que mienten al decir que les representan, es un modelo no sólo inútil, pues no cumple su verdadero fin, que es el de acoger a todos los ciudadanos, sino vergonzoso y  letal.
Que haya gente que ni siquiera trabajando tenga sus necesidades más vitales cubiertas, demuestra hasta dónde ha caído nuestra sociedad.
No valen las falsas promesas de aquellos que dejan caer de vez en cuando una limosna, que ni siquiera sale de sus bolsillos, como si de alimentar a un grupo de gallinas se tratara. Se trata de cubrir los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Derechos como el de educación y sanidad públicos. Derecho a una vivienda digna. Derecho a poder manifestarse pacíficamente en público, sin ser tratado como un delincuente.
El Viejo Año está a punto de marcharse definitivamente.

El Nuevo está por llegar...

"LA VISITA"
de Arthur Hopkins



Como esa visita-sorpresa que aún no ha crecido lo suficiente para alcanzar al llamador.
De nosotros depende "alimentarlo" para que crezca sano, fuerte, o dejarlo que se vaya convirtiendo en un ser débil, famélico, fantasmagórico.
El Año Nuevo está a punto de tocar a nuestra puerta. Recibamóslo con ilusión, con alegría, con ganas de darle todo lo bueno que podamos crear entre todos. Cada uno de nosotros, desde los que están en puestos de máxima responsabilidad, al resto de los ciudadanos, todos tenemos la obligación de dar a este Nuevo Año lo mejor de nosotros. Cometeremos errores, porque como escribió Kafka: "El camino verdadero, pasa por una cuerda que no está tendida en alto, sino a un palmo del suelo. Parece dispuesta más para tropezar con ella que para que se la recorra", pero se pueden ir corrigiendo sobre la marcha. Lo que no debe faltar en cada una de nuestras decisiones, en cada uno de nuestros actos es: la conciencia, la voluntad de hacer las cosas correctamente. ¿Lo intentamos?

domingo, 21 de diciembre de 2014

QUE NADIE SE QUEDE FUERA

"LOS PEQUEÑOS ESPÍAS"
De Augustus Edwin Mulready



Hay personas que desde que nacen se les destina, a la fuerza, a vivir desde fuera de la vida. A contemplar, y no disfrutar, las cosas buenas que les rodean. Son los "invitados" a mirar desde una ventana, o desde un escaparate, cómo otros se atiborran de comida, de dinero, de todo.
Su vida está al otro lado del cristal, pero ya no les pertenece, porque otros se han quedado con ella.  Les han dejado fuera, en el lado del frío, del hambre, de la miseria. Son los expulsados de su casa, de su ciudad, de su país, de la propia existencia. Obligados a vagar de uno a otro lado, como si estuvieran en este planeta por equivocación, y no tuvieran derecho a ocupar ni un rincón en él.
Y yo me pregunto ¿quién tiene derecho a decirle a alguien que no puede vivir en un determinado lugar, que no merece comer, beber, vestir, reír, como lo haría el mismo que se lo está prohibiendo? ¿Quién puede creerse tan poderoso como para cerrarle a otro la puerta que le conduce a la vida?
<La pobreza del otro es el fracaso de mi historia como ser humano: no le puedo echar la culpa a ningún otro. Soy yo el que estoy detrás de esa puerta clausurada. Soy yo el equivocado>
¿Quién puede creerse tan supremo como para, imaginarse siquiera, que puede perseguir a otro porque piense, sienta, o quiera vivir de una manera diferente a él? ¿Es osadía, prepotencia, estupidez, o un poco de todo ello envuelto con una gruesa capa de egoísmo?
Está cerca la Navidad y yo tengo varios buenos deseos para todos los desheredados de este mundo. Les deseo Fortaleza para soportar los empujones de quienes desean echarles del mundo. Valor para enfrentarse a todas la injusticias con las que se les quiere castigar.  Y una Saludable Larga Vida, para que puedan sobrevivir a sus opresores.
*Para hacer del mundo un lugar justo debería importarnos el daño que hacemos, por lo menos, tanto como el daño que nos hacen.

A toda la gente buena del mundo, no les deseo sólo Feliz Navidad, también les deseo Feliz Existencia.





Las frases que aparecen entre estos signos < >, las he sacado del libro "Echo al Fuego los Restos del Naufragio" de Pedro Ojeda Escudero.
Las que comienzan con el asterisco (*), las he tomado de el libro: "Gotas sobre el Polvo" de Alberto Pérez Ruiz.

jueves, 18 de diciembre de 2014

ESOS MOMENTOS TAN MIOS


"MAÑANA DE DOMINGO"
De Jozef Israels



En estos días previos a las fiestas navideñas, siempre he deseado alejarme del bullicio. Como un caracol que cuando ve movimiento a su alrededor, se recoge en sí mismo, intentando hacerse invisible.
Cuando alguien me ha preguntado cúales serían para mí las navidades ideales, siempre he contestado lo mismo: descansar en una cabaña en mitad del bosque. Una buena chimenea, algo de comer en la despensa, y una pequeña biblioteca a la que ir arrancando historias. Si todo esto lo pudiera compartir con una buena compañía, mejor, claro. Pero tampoco me importaría pasar unos días retirada de todo y de todos.
Para mí, uno de los momentos mejores de la lectura, es cuando cierro el libro tras haber leído unas cuantas páginas, y reflexiono sobre lo que el autor me ha estado contando. Levanto la vista mirando hacia ninguna parte,  y pienso: que bella frase ha construído o, por el contrario, ésto yo lo hubiera dicho de otra manera, (así de atrevida soy cuando leo). A veces la duda también acecha entre líneas, ¿qué habrá querido decir con esta expresión? ¿Tendrá este comentario una segunda intención que no acabo de captar? Y así pasar las horas. Dejar que el tiempo me adelante, sin tener la necesidad de perseguirle. Quietud, silencio. Belleza con forma de palabra, con aspecto de naturaleza. Tierra, madera, hierba. Hojas, río, aire. Lluvia, frío, nieve.
Que los árboles que rodeasen mi cabaña, tuvieran como únicos adornos navideños los débiles rayos del sol en la mañana, o el plateado brillo de las estrellas en la oscura noche. Y que el sonido de sus ramas azotadas por el viento, fueran el único villancico que me amenizara estos días.
Leer, pasear, escribir, reflexionar. Leer.
Que el crepitar de la leña en la chimenea intentase sacarme la cabeza de entre las páginas de un libro, recordándome que debería retirar la tetera, antes que, enfadado,  con su calor, el fuego la hiciera estallar.
Tiempo. Tiempo para descansar, disfrutar, perder. Sin remordimientos. Que cuando llegase la noche, la invitase a quedarse conmigo, compartiendo con ella varias tazas de té, más allá de la madrugada. Tiempo. Tiempo para poder disfrutar de esos momentos, ya tan míos, a base de recrearlos una y otra vez en mi mente.

lunes, 15 de diciembre de 2014

SOBRE LOBOS Y CORDEROS

Robin Hood
(Imagen sacada de Internet)


La mejor definición que yo he oído de la palabra "lider" fue en una película que un anciano le dijo al joven protagonista: El líder es aquel que se atreve  a decir "NO".
A lo largo de los libros que he ido leyendo y de las películas que he visto, esta definición encajaba perfectamente con cualquiera de los protagonistas, los valientes que acababan siendo los líderes de la comunidad a la que pertenecían.
Uno de esos valientes líderes era Robin Hood. Su destreza con el arco y las flechas, su descaro para enfrentarse a los poderosos corruptos de la época, y su solidaridad con los más débiles, le convirtieron en un auténtico héroe ante mis jovencísimos ojos, la primera vez que le ví encarnado en la persona de Errol Flynn. Luego vinieron otros actores como Kevin Costner. Y últimamente le hemos visto con el impresionante físico de Russell Crowe.
Es un personaje que rebosa fuerza, seguridad, valentía. Sin embargo acaba como un proscrito, todo porque cae en el error de fiarse de la palabra de un rey. Al final, es la astucia, y no la fuerza, lo que parece desviar la balanza a favor de alguien que nadie esperaba que ganase.

Cuando yo tenía unos once o doce años, solía ir al antiguo barrio donde mi abuela había tenido su casa, el barrio de San Esteban. Hoy en día, después de la fiebre de la construcción y rehabilitación del casco antiguo, ese barrio se ha convertido en una zona casi residencial. Pero en la época de la que yo estoy hablando, era un suburbio donde vivían los menos favorecidos de esta ciudad. Si eras una chica y decías que vivías allí, ningún chico quería acompañarte porque lo consideraban un barrio "peligroso". Y si eras un chico, te miraban como si fueras un ladronzuelo. Lo cual no era del todo justo porque, si bien es verdad que había gente de no muy buen vivir, también había  personas decentes que no merecían que se les metiera en el mismo saco que a los primeros.
 Para rematar la mala imagen, esa zona, como otras que estaban un poco apartadas del centro, también tuvo que sufrir el azote de la droga. Pero eso fue años después al tiempo al que yo me estoy refiriendo.
Un día, mientras mis padres estaban hablando con un conocido, me fui a dar una vuelta por una de las callejuelas del barrio mencionado. No había llegado a la mitad, cuando me salió un chaval que parecía tener unos cuantos años más que yo.
¿A dónde vas? -me preguntó muy serio.
A dar una vuelta -contesté extrañada.
-¿No sabes que esta calle es mía? Por aquí sólo puede pasar quien yo diga.
Fue entonces cuando me percaté de la presencia de un perro de esos que tienen el morro chato y la mirada fiera, que permanecía pegado al chico.
Vale -contesté casí en un susurro. Ya me voy.
Cuando había dado unos pasos, el chico aún insistió:
-Y no vuelvas a pasar por aquí.
Al girarme ví su media sonrisa, mitad de satisfacción, mitad de cinismo, y algo se revolvió dentro de mí.
Cuando llegué a donde estaban mis padres, mi madre enseguida me preguntó por qué estaba tan colorada. Les conté lo que me había pasado. Y entonces vi las dos reacciones, tan diferentes, de cada uno. Mi madre quería que le dijera dónde estaba ese chico para decirle dos cosas. Mi padre, queriendo restarle importancia, dijo que lo olvidáramos, y luego añadió algo que me revolvió más que lo que me había dicho aquel chico:
-Procura no meterte en problemas.
¡Ésta sí que es buena! -pensé. Así que soy yo la que se mete en problemas.
Cada vez que volvíamos por ese barrio, yo no podía olvidar la callejuela "prohibida". Llegó a ser una especie de fijación en mi mente. Hasta que un día, decidí que iba a cruzarla entera.
Mi temperatura corporal subió por lo menos a cincuenta grados. Eso sí, exteriormente, intenté mantener el tipo.
No había andado media docena de pasos, cuando apareció el "sheriff" del condado. Acompañado, como no podía ser menos, por su fiel perro.
Cometí el error de arrimarme a una pared, en un intento desesperado de fusionarme con ella y hacerme invisible.
El chico aprovechó la ocasión para echarme el perro encima.
Mi espalda notaba la dura pared, mientras mi cara estaba casi pegada a la de un perro, que puesto en pie, con sus dos patas delanteras sobre mí, sobrepasaba mi estatura. La boca le babeaba, pero en lugar de causarme asco, lo que pensé fue: si la abre, ahí dentro quepo yo entera.
-¿No te había dicho que ésta es mi calle?
Además de chulo, tenía memoria, el tío.
Con el perro encima no puedo hablar -le dije en un intento desesperado de ganar tiempo, no sabía bien para qué.
Bájate -le ordenó al animal.
No sé cómo ni de dónde me salió entonces la frase:
-Enséñame la escritura de propiedad.
Durante unos segundos vi el rostro del chico desencajado.
-¿Cómo dices?
-Que me enseñes la escritura de propiedad. Si esta calle es tuya, tienes que tenerla.
Pues no la tengo -casi gritó, cayendo en la trampa.
-Si no hay escritura, no hay propiedad. Asi que seguiré pasando por esta calle cuando quiera.
Antes de que pudiera contestarme, empecé a andar, esta vez sin mirar atrás. Toda erguida. Con poderío.
Aquel debió ser uno de esos días milagrosos. Porque el chico se quedó atras, sin decir nada.
Cuando llegué a casa, mi ropa estaba empapada a la altura de la espalda.
Volví a pasar poco después, uno, dos, tres días. El chico no volvió a aparecer.

Hace apenas unas semanas, me crucé con ese chico, ya un hombre.  Es curioso lo que el transcurrir del tiempo, cambia la perspectiva de las cosas y de las personas. Me pareció más bajito, y ya no tenía aspecto fiero, no sé si sería por el hecho de que ya no iba acompañado por su perro, (supongo que el pobre animal ya se habrá muerto). Entonces fui yo quien esbozó una sonrisa irónica, acordándome de mi "proeza". Y recordé también las palabras que Robin Hood había heredado de sus antepasados: "Rise and rise again til lambs become woolves" ("Alzaos una y otra vez hasta que los corderos se conviertan en lobos").
A mis padres no les conté nunca el final de la historia. Como mi padre sabiamente me aconsejó, a veces, lo mejor es no meterse en problemas.

jueves, 11 de diciembre de 2014

¿QUIÉN SOY?

"COMEDIA, DESDE EL SALÓN CHEVET"
De Jules Cheret



Hace unos días una amiga me dijo que tenía apartado un libro que ella había leído. Al leerlo, se había acordado de mí. Pensó que podía interesarme. El libro en cuestión es: "Más o Menos Yo" de Miquel Duran. Éste es uno de esos libros que es difícil comentar. Cuando lo empecé a leer me llamó la atención el lenguaje. Fresco, ligero, metafórico, irónico, inteligente. A través de sus páginas, el protagonista nos va presentando a su peculiar familia, y su secreto. Así como a alguno de sus amigos, y a su chica. Y poco a poco se va viendo  la personalidad de cada uno de ellos. Pero hay más, porque el recorrido no es sólo hacia afuera, va también hacia dentro. Según se va abriendo el telón, lentamente, vamos conociendo igualmente, las "entrañas" del protagonista. Sus pensamientos, sus deseos, sus miedos. También a  sus seres queridos ya para siempre ausentes,  aunque parecen estar muy presentes, como su tio Oriol.
Nos describe los lugares por donde han pasado él y los suyos. Y los paisajes que ahora habitan.
Éste es uno de esos libros cuya tapa te echa para atrás, porque tal y como está diseñada, parece más que una novela, uno de esos libros de instrucciones que vienen con los muebles que la gente se compra por Internet, y tienen que montar ellos mismos en sus casas. Pero cuando lo vas leyendo, te das cuenta que no se podía haber elegido mejor ilustración, pues tal y como está construida la historia, es comparable al montaje de un mueble. Las diferentes partes o piezas, parecen no encajar, incluso se diría que nos han metido alguna de más. Y sin embargo, al llegar al final, descubres que todo encaja, y que, para sorpresa tuya, lector, lo que se estaba construyendo no era sólo una historia.
Para que vean que no exagero  en mis halagos, les pongo a continuación algunas frases que me han llamado la atención.
Hablando de la chica que le gusta, cuando el amigo del protagonista y él, la ven por primera vez:
"Ciertamente, era una chica invertida. Del revés como un calcetín, aclaró Pol, con la personalidad afuera y la apariencia dentro".

"A mi padre le presentas una reflexión del tamaño de una maceta y te siembra una idea".

"...volar es muy fácil, no hay más que tirarse al suelo y fallar".

"Oriol solo pintaba nubes cuando se le acababa el azul".

"...las fotos de un difunto siempre salen ensayadas".

"En el parvulario, uno de los momentos más estresantes del día era cuando, al salir coriendo al patio, nos esperaban decenas de madres con los brazos abiertos y teníamos que acertar con la nuestra".

Tengo que añadir, por si lo dicho fuera poco, que con esta novela su autor quedó finalista del premio Joaquim Ruyra. Será cuestión de enterarse de quién fue el ganador, porque para superar esta historia, hay que ser muy, pero que muy bueno.
Si pueden, no se lo pierdan.

Me halaga que una amiga se acuerde de mí, pero que además lo haga cuando lee un libro como éste, ha hecho que mi ego cogiera sobrepeso.

sábado, 6 de diciembre de 2014

EL PASTORCILLO COJO



PASTORCILLO
(Imagen sacada de Internet)



Hoy he estado poniendo nuestro belén. Es un belén muy sencillo formado por las tres figuras principales: María, José y el Niño. Según iba colocándolo, me han venido algunos recuerdos a la cabeza. He pensado cuanto ha cambiado mi vida desde que colocara mi primer belén. Cuanta gente ha pasado por ella.
El belén que teníamos anteriormente era más clásico. El que tenemos ahora, es de figuritas rusas. Un día decidí cambiarlo.  La "culpa", en parte, la tuvo un pequeño pastorcillo que me regaló un niño, al que mi familia y yo teníamos mucho cariño. Quizás quieran saber la historia.
Durante años pusimos las figuras del Nacimiento que nos regalara mi abuela. A las tres figuras que formaban el misterio,   le añadimos unas cuantas ovejillas, para que no fuera tan serio. Un día el hijo de una vecina, que por entonces tendría seis o siete años, decidió regalarme una pequeña figura de un pastorcillo. Era de plástico, y al ponerlo junto a las ovejas, me di cuenta que no se posaba bien del todo, pues la base donde tenía pegados los pies, estaba un poco torcida.
Parece que el pastorcillo está un poco cojo -dijo mi hermana.
No importa -contesté yo al ver la cara de preocupación que se le había quedado al crío. Aunque esté cojo, le pondremos cerca del Niño.
Nos lo había traído con tanta ilusión, que me pareció que debíamos agradecérselo, colocándo la figura en un lugar de honor.
El chaval volvió a su casa, más contento que unas castañuelas.
Los años pasaron, y seguimos montando el belén con el pastorcillo cojo, aun después de que el niño que nos lo había dado, y sus padres,  se fueran a vivir a otra casa.
Por esos azares que tiene la vida, un día tuvimos que enfrentarnos legalmente a un familiar del niño en cuestión, quien ocupaba la casa donde viviera el crío,  y que estaba teniendo un comportamiento incívico contra mí y el resto de los vecinos de nuestra Comunidad.  El niño, convertido ya en un hombre, apareció entonces en escena. Cuando le ví, recordando el buen corazón que, en más de una ocasión, había demostrado tener siendo pequeño,   pensé, inocentemente, que iba con el ánimo de que se supiera la verdad, y de mediar para que se solucionara la situación definitivamente. Pero resultó que no fue así. Decidio tomar partido a favor de su familiar. Sin importarle que para ello  tuviera que ayudarle a tergiversar la versión de los hechos, incluso mentir.
Cuando a la salida del juicio le miré a la cara, lo que vi me causó un dolor inmenso. Ese no era el rostro del niño que me había regalado el pastorcillo. Su mirada estaba llena de cinismo, de hipocresía. En ese momento, él supo que yo ya no le iba a creer jamás, dijera lo que dijera. Los dos supimos en ese instante que, independientemente de quién ganara el juicio, (que finalmente gané yo) , los dos ya habíamos perdido algo. Yo había perdido a aquel niño de buen corazón. Él, su credibilidad.
Cuando meses después, llegó la Navidad y fui a poner nuestro belén. Al sacar las figuritas, y ver la del pastorcillo "cojo",  no pude evitar sentir una punzada en el corazón. Cogí la figura en cuestión, y la tiré a la basura. 
Pocos años después, cambiamos también de Nacimiento.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

PAJARITOS EN LA CABEZA

"EL CONTADOR DE HISTORIAS"
De Jules Zennati


Desde el principio de los tiempos, el hombre ha necesitado oir historias y también contarlas. Al principio fue la palabra. Más adelante la escritura en una tablilla de arcilla. Después los egipcios utilizarían los rollos de papiro. En cada lugar del mundo la escritura iba evolucionando de distinta manera, pero siempre con el mismo fin: que las historias, que los datos, que el conocimiento, no se perdiera.
¿A quién no le ha gustado que le contaran un cuento de pequeño?
Recuerdo que cuando llegaban las navidades, mi abuela paterna (fue la única de los abuelos que llegué a conocer), pasaba con nosotros bien la Nochebuena, o bien la Nochevieja. Lo mejor de esas noches era cuando nos íbamos a la cama, ( mi hermana, mi abuela y yo, compartíamos dormitorio), y nos contaba viejas historias que ella también un día, oyera de boca de personas mayores. Entonces yo empezaba a preguntarla por detalles de los protagonistas de esas historias. Quería saberlo todo. A veces eran historias que me daban miedo, pero como era más grande mi ansia de saber el final, que el temor que esas historias me hacían sentir, para intentar disimular el miedo, me pegaba a mi abuela, pensando que mientras tuviera ese trozo de su cuerpo pegado al mío, nunca podría ser atrapada por los "malos" de las historias. Había veces que me quedaba con la mitad de una respuesta, pues me vencía el sueño. Pero eso no evitaba que al día siguiente cogiera el hilo del relato, y volviera a marear a mi pobre abuela, con un montón de preguntas.
Cuando fui a Galicia, se me abrieron varias ventanas al mundo, porque allí había gente que había viajado a otros ciudades, incluso a otros países. Hombres que habían estado mucho tiempo embarcados, surcando infinitos mares. Cuando estas personas relataban lo que habían visto u oído, me quedaba sentada cerca de ellos, escuchando. Muchas noches de verano nos dieron altas horas de la madrugada, ellos hablando, yo escuchándoles,  mientras mi imaginación creaba dentro de mi cabeza cada escena que me narraban.
Más tarde fui independizándome, buscando por mí misma más historias en los libros. Cuando encontraba alguna que me gustaba especialmente, o cuando descubría un personaje que me resultaba admirable, aprovechaba cualquier momento que estuviera con mi familia para compartir esa magia con ellos. Ponía tanta pasión en mis descripciones, que un día mi padre me llegó a decir que no debía hacer demasiado caso a esas historias, que evitara tener pajaritos en la cabeza. Supongo que de lo que me quería advertir era del peligro de creerme todo lo que leía. Él era un hombre muy terrenal. Pero a mí no me bastaba el terrreno que mis pies pisaban, o lo que captaban mis ojos físicos. Yo necesitaba algo más. Palabras, frases, pensamientos, ideas. Todo lo que alimentase mi hambriento espíritu.

Hoy me he enterado que han cerrado una pequeña librería que, no hacía mucho, había abierto sus puertas. Se llamaba Tiovivo. Estaba en la céntrica calle burgalesa de San Pablo. Cuando acababa de abrir, fui a comprar unos cuentos para regalar, y me quedé charlando con el dueño. Era, y sigue siendo, un hombre joven. Lo que más me gustó fue la pasión con la que hablaba de los libros, de sus libros. Aquellos con los que quería llenar su librería. Una librería que había decorado con gusto. Todas las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de historias. En el centro tenía una estantería más pequeña, que también tenía cuentos, algunos de diferentes países en su lengua original. Había puesto una pequeña mesa redonda, con unas cuantas sillas bajitas, para que los sábados pudieran ir los más pequeños a leer con sus padres, si les apetecía.
Todavía puedo ver la chispa en sus ojos cuando me decía que él iba a buscar libros especiales. Que tuvieran historias, ilustraciones originales. Y lo consiguió, puedo dar fe de ello. Porque los cuentos de Tiovivo no eran sólo para niños. Había verdaderas joyas para adultos, que no hubieran querido terminar de crecer. Recuerdo que le compré unos libros preciosos, llenos de canciones de la tradición judía y rusa. Ambos iban con un CD para poder escucharlas. Pero es que los libros te explicaban de dónde venían esas canciones y la tradición de cantarlas. Aprendías historia de esos países. Te trasladaban a otros lugares, a otros tiempos. Te empapaban de sentimientos y belleza.
Nada más salir del trabajo, me he acercado por allí con la esperanza de que todavía estuviera el dueño dentro, para poderme despedir de él, y darle las gracias por compartir tantas cosas bonitas con los que pasábamos por su librería. Me he encontrado el pequeño local vacío, oscuro. Y con un letrero que cruzaba el cristal del escaparate que indicaba un teléfono para el que estuviera interesado en alquilarlo.
Entonces un sentimiento mezcla de tristeza y rabia, me ha hecho revolverme por dentro.
Qué clase de tiempos estamos viviendo que no dejan espacio para los pequeños comercios. Ya sé que en Internet hay de todo. De todo, menos el contacto humano, que ya lo he dicho en otras entradas, para mí es muy necesario.
Lo bonito de comprar un libro, no es el hecho de conseguirlo, sino el tocarlo, ojearlo. Pero sobre todo, tener a alguien cerca que te dé unas pistas sobre lo que cuenta ese libro. Y que te lo cuente mientras le salten  chispas de los ojos, y haga volar sus manos, como queriendo coger al vuelo a alguno de los protagonistas de la historia que esconde ese libro. Lo mejor del libro es el tener cerca a la única persona que te puede transmitir la pasión que ha dejado el escritor entre las líneas impresas: el librero. Porque, lo confieso, los libreros me recuerdan a esas personas que, ahora lo sé, he tenido la enorme suerte de conocer, que me contaban de pequeña, maravillosas historias venidas de lugares remotos. Y porque, dijera lo que dijera mi padre, de vez en cuando, es necesario tener un buen nido de pajaritos en la cabeza.