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viernes, 31 de marzo de 2017

PARAGUAS PARA DÍAS SOLEADOS

"DIA VENTOSO"

En estos días han llegado a mis manos varios artículos interesantes. Uno de ellos está escrito por Begoña Rodríguez Urriz, se titula: "Paraguas Rotos", en él su autora utiliza los paraguas rotos como metáfora, y redacto literalmente "de esas personas que por una causa u otra, no han podido resistir los golpes de la vida, (quizá por haber protegido a otros de los mismos) y se han roto y han claudicado ante la adversidad; están ahí como  paraguas tras el vendaval, tirados y abandonos en papeleras y contenedores como existen y hemos organizado para ellos".
Es tan fácil romper a una persona, aunque a veces quien parece más débil no lo es tanto. Es desconcertante que alguien que ha aguantado vientos y mareas se derrote ante una situación aparentemente sencilla, claro que hay que tener en cuenta que lo que hace rebosar el vaso no es la gota, sino todo el líquido acumulado anteriormente. 
Para esquivar esos duros momentos, cada uno se parapeta como puede. Hay quien invoca a sus ancestros, otros a seres divinos. Los hay que buscan la cura en los libros, pero hay que elegir bien el libro adecuado para esos momentos tan especiales porque no todos los libros curan, algunos por el contrario, duelen. Aún así puede que haya personas que eligiesen uno de estos libros para los malos momentos, basándose quizá en la teoría que nada mejor que un clavo para sacar otro clavo.
Paseo mi mirada sobre las líneas a veces con forma de verso, otras de pensamientos en prosa, del libro de Vicente Aleixandre "Espadas como Labios- Pasión de la Tierra" . De la sección en prosa escojo "Hacia El Azul", y de este capítulo son estas líneas:
"Canta, esperanza de agua. Dadme un vaso de nata o una afiladísima espada con que yo parta en dos la ceguera de bruma, esta niebla que estoy acariciando como frente. Hermosísima, tú eres, tú, no la superficie de metal, no la garantía de soñar, no la garganta partida por un cuchillo de esmeralda, no sino sólo un parpadeo de dos visos sin tacto, de dos bellas cortinas de ignorancia. ¡Olvidar! Olvidar es una palabra fácil, fíjate bien: olvidar. Como quien dice: "Qué día hermoso", o "Qué hora será cuando la lluvia", o "Dime el peso exacto de tu pena y te diré cómo querrías llamarte: Alegre".
Intenten arreglar las varillas de su vapuleado paraguas. Utilicénlo como sombrilla para que  el sol repose sus rayos en ella,  y bajo su cálida sombra, lean.





sábado, 25 de marzo de 2017

PISTAS FALSAS

Escena de "El Lazarillo de Tormes"
(sacada de Internet)


Lázaro es un niño que nació a orillas del  rio Tormes, de ahí que le conozcan por El Lazarillo de Tormes. No tiene una infancia feliz, en realidad no tiene infancia. Debido a su humilde origen, se ve obligado a servir a diferentes señores, a cual más avaro, injusto, incluso cruel. 
Lázaro guía a su señor, ciego, hasta la mesa donde le espera el condumio, que no es otro que un humilde huevo frito. Junto al plato, un buen pedazo de pan de hogaza, cuya miga espera a que alguien sepa mojarla, y exprimirle con ese gesto, todo el sabor posible. El hombre ciego extiende su mano en busca del plato primero, y del pan después. 
El zagal, en un rápido movimiento, coge el pan y parte dos trozos. Uno lo deja cerca de él, el otro se lo acerca a la mano del hombre. Cuando éste lo coge, el niño dirige la mano del hombre, pero en lugar de llevársela al lugar exacto donde el huevo frito reposa, se la pone en un hueco vacío del plato. El ciego posa el pan repetidamente sobre lo que cree ser la sabrosa yema del huevo, mientras el niño coge el pedazo de pan que había reservado para él y en rápidos movimientos exprime, con la miga, gran parte de la yema del huevo. Cuando el invidente se da cuenta que el pan que creía mojado, ha llegado seco a su boca, recrimina al zagal su torpeza en el arte del guiar. Pero es ya demasiado tarde porque el niño se ha comido prácticamente toda la yema.

Se cuenta que en una de las muchas cenas o comidas sociales a las que el  Nobel de Las Letras Camilo José Cela asistió, el escritor tuvo el infortunio de dejarse escapar un pedo. Pero no uno cualquiera, lo que no es de extrañar tratándose de Don Camilo, sino uno de esos rotundamente sonoros. La reacción del escritor fue tan inesperada como el sonoro escape de aire. Dirigiéndose a una dama que se sentaba a su siniestra, Don Camilo le dijo: No se preocupe, señora, diré que he sido yo. 
Puro arte, éso es lo que demostró el señor Cela con su habilidad de desviar el foco de atención. Al igual que el joven Lazarillo, que pícaramente guió la mano de su ciego amo a un lugar indebido. 
En estas dos historias ese "arte" queda en algo casi anecdótico. El problema es cuando esa habilidad se utiliza para desviar responsabilidades de hechos más serios, incluso delictivos, y se intenta hacerlas recaer sobre inocentes. Dicho problema se multiplica por dos cuando los inocentes que saben lo que está ocurriendo, se atreven a denunciarlo públicamente, y nadie les cree, abocándoles a la soledad e impotencia más absolutas, mientras que el verdadero culpable, agazapado en la sombra, saborea su triunfo. Un triunfo que gotea sobre la comisura de su boca, como si de un resto de exquisita yema de huevo se tratara, con el consabido regusto de saber que ha hecho el mal que deseaba, quedando impune de cualquier cargo.
Supongo que la única solución a esta injusticia es hacer caer la luz sobre la sombra que cobija al verdadero culpable. Contra los que se dedican a alimentarse de lo que les corresponde a otros, como buenos vampiros que son, sólo hay una forma de derrotarles, destruir la sombra donde se cobijan, dejando que la luz caiga sobre ellos.






viernes, 10 de marzo de 2017

GUERRA SUCIA, SUCIA GUERRA

"El Viejo Músico 1862"
de Edouart Manet

Hace unas cuantas horas que su madre ha salido en busca de comida y no ha vuelto. El chaval está impaciente, su estómago empieza a protestar. Están en la que parece su casa, pero ya no lo es. Ahora está llena de escombros. Volvieron a sabiendas de que la habían bombardeado. Su madre pensó que puesto que ya la habían destrozado, no sería de interés para el enemigo, así que podían utilizarla de refugio. 
A su padre se lo llevaron unos hombres con un uniforme gris. 
Ten cuidado de los grises -le dice desde entonces su madre-. Son el enemigo. Y no se te ocurra salir más allá del muro del jardín.
Se acerca a la ventana, con sumo cuidado de no ser visto. Aparta la rasgada cortina y recorre con sus pequeños ojos negros el triste paisaje. Lo que antes era su pequeño jardín, ahora se ha convertido en cementerio de restos de la casa y el muro que la rodeaba. Todo está sucio, gris. De repente, ve algo que llama su atención. Parece la esquina de una caja de cartón, enterrada en gran parte por la tierra. Parte de su interior está al aire y deja ver unas hojas de papel. Las tapas de la caja tienen un ribete dorado que brilla cuando la luz del día se abre por unos pálidos rayos de sol. Está a punto de salir corriendo a ver lo que esconde esa caja, cuando se da cuenta de que está al otro lado del muro. Su madre se lo ha advertido, no debe cruzar el límite del muro, ahí está el enemigo. Justo en ese momento de aparente seguridad, el sol vuelve a abrirse y los hilos dorados que bordean la caja vuelven a brillar. Parecen llamarle. El niño mira hacia un lado y otro. No hay nadie. Quizá si va corriendo, mira lo que hay en la caja casi sin pararse, y vuelve deprisa a la casa...
Dicho y hecho. Nunca sus piernas de apenas ocho años tuvieron tanta velocidad. Se cuela por el boquete que han hecho en el muro, justo enfrente está la caja de cartón semi-enterrada. Cuando llega a su altura se agacha para limpiarle un poco la tierra que la cubre. Entonces descubre que no, no es una caja de cartón. Parece un libro de tapas duras. Tira de la parte saliente. La tierra empieza a removerse. Vuelve a tirar y consigue sacarlo del todo. Es un libro gordo, grande. Pesa. Apoyándolo aún en el suelo, le da la vuelta. Limpia la tapa superior y descubre unas letras del mismo tono que el hilo que adornaba el borde de las cubiertas, es el título "Las Aventuras de Robinson Crusoe". Tan ensimismado está en la lectura de esas letras, que no se percata del soldado que se acerca a él corriendo. Le coge con tanta fuerza, que le hace soltar el libro. El hombre le lleva en volandas mientras  avanza corriendo. Llegan hasta un hoyo que hay en el suelo donde le deja con cuidado, luego se pone encima, cubriéndole todo. No puede saber lo que pasa. No ve y casi no puede respirar. Se oye una explosión. La tierra se remueve. Suenan lo que parecen piedras al caer. Al rato, silencio. Entonces el soldado se retira. Vuelve la luz. El aire está cargado de polvo. El soldado le habla, pero él no le entiende. Todavía tiene el ruido de la explosión en los oídos. El soldado parece decirle que se vaya, así que él se dirige hacia su casa. De camino, vuelve a toparse con el libro que había dejado en el suelo. Está otra vez cubierto de tierra. Vuelve a limpiarlo, lo coge. Pesa casi más que antes. Cuando vuelve su cabeza hacia atrás, todavía puede ver al soldado alejándose. Su uniforme es de color gris.


Me he estado paseando por alguno de los blogs a los que soy asidua. En ellos se habla de guerra, de masacre, del envilecimiento del ser humano ante una situación que se le va de las manos. 
Vuelvo después de un largo paréntesis, más de un mes, sin dejar nada en esta ventana, y lo hago en compañía de la música de Beethoven. He buscado su música y la de otros clásicos después de ir avanzando por las páginas de un libro que ha llegado a mí no hace mucho, en forma de regalo-sorpresa : "99 Biografías Cortas de Músicos Célebres" de M. Davalillo con dibujos de J. Vinyals. Este libro se publicó por primera vez en Abril del año 1936. Apenas unos meses después se declararía la guerra en nuestro país. Es curioso como en un corto periodo de tiempo pueden suceder cosas tan distintas, contradictorias, en un mismo lugar. Cuando leí esa fecha pensé que quizá este libro le sirviera de compañía y consuelo a alguna persona que estuviera un tanto perdida en mitad de la barbarie, porque es en situaciones de horror y fealdad cuando las personas, instintivamente, buscan más la belleza. La guerra todo lo ensucia, lo destroza. Destroza muchos cuerpos y algunas almas. Estas reflexiones me han hecho regresar a uno de los capítulos del libro "Las Pequeñas Virtudes" de Natalia Ginzburg, el titulado: "El Hijo del Hombre", que empieza con esta reflexión de la autora:
"Ha pasado la guerra y la gente ha visto derrumbarse muchas casas, y ahora no se siente segura en su casa como se sentía tranquila y segura antes. Hay algo de lo que no nos curaremos nunca. Quizá tengamos una lámpara sobre la mesa, y un jarrón con flores y los retratos de nuestros seres queridos, pero ya no creemos en ninguna de estas cosas, porque una vez tuvimos que abandonarlas de repente o las buscamos inútilmente entre los escombros".
Ahora suena "Claro de Luna" de Debussy y puedo ver esos pequeños objetos que describe la señora Guinzburg. Veo la lámpara encendida derramando una luz cálida y el jarrón en perfecto estado, adornado con un ramillete de siemprevivas que desparraman sus colores sin timidez alguna. Un poco de belleza, en este caso sonora, hace que un escenario triste, se llene de luz.
La guerra, la sucia guerra. Hoy todavía sigue en algunas partes del mundo. Pero hay muchas clases de guerra, no sólo las bélicas. Las que se dan en tiempos de paz son las peores. Esas guerras sucias que se combaten solapadamente y lo mismo que en las otras, las víctimas son elegidas simplemente por estar ahí. Personas injustamente perseguidas, acosadas, aisladas hasta el agotamiento, hasta dejarlas secas. Coronadas con el sambenito de "enemigo". 
Se persigue al que es distinto de color, de forma de vida, de forma de pensamiento. Se persigue a las mujeres por el hecho de serlo o a los hombres que no se comportan según unos cánones establecidos. Cualquiera puede ser el elegido. Basta con que esté sólo. Se le cuelga un cartel que puede decir  "terrorista" o "ladrón" y se busca voluntarios para destrozarle la vida. Y los voluntarios suelen ser los más allegados a la víctima. Siempre hay alguien dispuesto a hincar el diente en la yugular de aquel amigo, vecino  familiar o empleado al que por envidia u odio, se le tiene ganas desde hace tiempo. Eso sí, el ataque se hace siempre en manada. Que no es cosa de que se piense que es algo personal. Es así como la cobardía se disfraza de servicio a la comunidad. 
Vuelvo a los clásicos, vuelvo al "Claro de Luna" de Debussy, compositor francés, nacido en Sant Germain el 22 de Agosto de l862 y fallecido en París el 27 de Mayo de 1918, al que inició en la música la señora Mantel, discípula de Chopin.
Debussy fue un músico dotado del buen gusto y de la innovación que estudió la escuela rusa. 
De nuevo la belleza se impone a la sinrazón.
Si todos los que se dedican a destrozar al prójimo, se dedicaran a la música, otro gallo cantaría. El mundo sería más armonioso, más bello, más inteligente.

Esta entrada se la dedico a Pedro y Mª Angeles, que desde el club de lectura de la Acequia, me han servido de inspiración para escribir la pequeña historia con la que he comenzado esta entrada.