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lunes, 19 de diciembre de 2016

NAVIDADES CON MUCHA MIGA


(Imagen sacada de Internet)



La escarcha ha cubierto el bosque. Los árboles parecen ahora de azúcar. La tierra que cubre sus raíces está húmeda, eso obliga al hombre a pisar con cuidado, calzado como va con unas zocas podría resbalarse, y lo último que él puede permitirse ahora es una caída. Además lleva de la mano a su pequeña Lauriña. 
Los pasos del hombre son más bien zancadas. Quiere atravesar el maldito bosque lo antes posible, lo que obliga a la niña a ir casi en volandas.
Hoy como ha sido el último día de escuela antes de Navidad -dice la rapaza jadeando-, la maestra nos ha dicho que tenemos que poner el Belen en casa, para que el Niño esté en lugar seguro y calentiño.
Para Belenes estamos -responde de forma cortante el padre.
La niña no se atreve a añadir nada más. Intuye que hay mucho genio y mucha rabia en el corazón de su padre. Desde que muriera su madre, apenas hace unos meses, él no ha vuelto a ser el mismo. Antes reía socarronamente y hacía reír a la sua muller, como él la llamaba. Desde el fatídico día, no ha habido ni una sola sonrisa más. 
Mejor esperar para hablar con él.
Al abrir la puerta de la casa, se siente en la cara el calor que la chimenea, a través de la leña, extiende por el aposento.
¡Que calorcito hace! -casi grita la rapaza.
La friura que se había pegado a su pequeño cuerpo parece derretirse en segundos y un leve color sonrosado se apodera de sus mejillas. Sus ojos castaños parecen hacerse eco de las brasas de la chimenea, aumentado su brillo. Su pelo, también castaño, está lleno de rizos y ondas. Entre ellos asoman puntitos de agua helada que allí se habían agazapado.
La niña se descalza las zocas, y ya con las alpargatas, cuyos cordones van enredados a sus cortas piernas como si de hojas de hiedra se trataran, empieza a dar saltos y cambalhotas dirigiéndose hacia el fuego. 
No te acerques demasiado, Lauriña, es peligroso -advierte su padre.
Otra de las cosas que ha cambiado desde que su madre no está, es ésa. Los constantes avisos  que su padre le lanza. Ahora parece ver el peligro donde antes ni se preocupaba.
-Papá. ¡Papáaa!
¿Quéee?
-¿Me comprarías un Belen?
-El dinero de casa no está para esas tonterías.
La niña se queda callada durante unos segundos. A ella no le parece ninguna tontería lo del Belen.
-A mamá le gustaría que lo pusiéramos.
En el mismo instante que su padre le lanza una mirada como un cuchillo, la rapaza se da cuenta del error que ha cometido. Ahí de pie, los ojos azules de su padre, sombreados por el desordenado cabello rubio que los cubre, parecen una amenaza. Sus brazos cuelgan paralelos a sus piernas. En sus grandes manos se percibe una cierta tensión. Ahora parece más alto y sus hombros, de por sí anchos, parecen haber ampliado su tamaño. Respira conteniendo el aire y al hacerlo, su amplio pecho se infla.
-No metas a tu madre en ésto.
-Pero, es que...
-A calar, he dicho.
La niña se queda pensativa. En su corazón hay sentimientos encontrados. Por un lado le gustaría consolar a su padre con alguna palabra que ahora no se le ocurre. Por otro, desearía decirle lo equivocado que está al encerrarse así en el dolor. Pero ella sólo es una rapaza, y las rapaziñas, como decía su abuela, sólo tienen que escuchar y obedecer.
Anda -le dice su padre en un tono más sereno. Vete poniendo la mesa que voy a preparar ya la cena. "Poner la mesa" consiste en extender un mantel que le regalaron a sus padres el día de su boda, y colocar sobre él, dos pequeños cuencos de cerámica, uno de ellos, el de su padre, un poco descascarillado por el borde.
En cuanto a la cena, cabe en una bandeja de madera. Un trozo de queso, y media hogaza de pan, de teta de novicia, como le llaman ellos por la singular forma que el panadero le ha dado al amasarla.
El padre saca su navaja y corta dos trozos de queso de oveja. El que le da a la niña, lo raspa previamente para limpiar posibles impurezas en su corteza. El suyo lo deja sobre la bandeja, tal cual. Después procede a cortar dos buenas rebanadas de pan. Al hacerlo la frondosa miga parece expandirse en el aire, y un delicioso olor a harina invade la estancia.
-¡Uyyy, qué riquiño! -se emociona la cría-. Entonces se le ocurre una idea. Quita toda la miga de su rebanada, y se la guarda en el bolsillo de su vestido azul descolorido.
El padre, sumido en sus pensamientos, ni se percata.
Cuando la noche cubre el cielo, el hombre lleva a la niña, a su pequeña cama. La ayuda a quitarse su vestido, las alpargatas, las gruesas medias de lana. La deja vestida con una camisola blanca, bien arropada bajo una gruesa manta. 
Cuando llega a la puerta, la niña ya está adormecida.
Carallo -dice entre dientes- como te pareces a la tua nai. Y las grandes manos del hombre se convierten en puños.
Cuando la noche se cierne sobre la aldea, el hombre sale de la casa llevando una antorcha consigo. Sus pasos siguen siendo tan firmes como en el camino que hiciera de vuelta. Sus pies al igual que su cabeza, saben bien a donde van. Se dirigen hacia el bosque. El mismo bosque que cruzara con su hija en la tarde. El maldito bosque que le arrebató la vida a la sua muller. Bajo el tronco partido de uno de sus grandes árboles apareció su pequeño cuerpo. El fuerte viento fue el cómplice que partió el tronco que segó su vida. Desde ese día, todas las noches se dirige allí, y en cuanto llega al punto exacto, un grito animal sale de su pecho, e inunda toda la atmósfera. Luego siente un cierto bienestar. A veces le ha parecido notar un leve aire cerca de su nuca, lo que le hace volver de inmediato su cabeza y  buscar entre la oscuridad a la sua muller.
-Lauriña, ¿estás ahí?
Él está convencido de que el espíritu de su mujer se quedó entre esos centenarios árboles. Por eso va allí todas las noches. Y todas las noches enciende la antorcha con un viejo mechero. A veces ganas le dan de hacer arder todo. Pero entonces el rostro de su Lauriña viene a él, y no puede menos que sonreír. 
-Está ben, Laura, está ben.
Y regresa a casa, con su pequeña.
Esta vez, cuando llega, ve que hay una vela encendida en la estancia donde han cenado. Al principio le sorprende, hasta que ve a la niña. Está concentrada, sobre la mesa, haciendo algo con sus pequeñas manos. Al abrir la puerta de la casa, alza su cabeza y sus rizos parecen estremecerse. 
-¿Qué haces, Lauriña? No son éstas horas de estar levantada.
Entonces ve que hay trozos de migas extendidos sobre el mantel. Los pequeños dedos de la cría sostienen alguno de ellos.
-Voy a hacer un Belen de migas de pan
-Mira que eres cabezota. Ya te he dicho que éso no tiene ningún sentido.
-Pero es que yo quiero hacerlo.
La mirada de la niña parece cubierta de una inmensa tristeza.
-Haz lo que quieras. Sigo pensando que eres una cabezota, como... 
No sé a quién habrás salido -añade.
Mamá siempre decía que me parezco a ti -contesta como una bala la rapaza. 
El hombre durante unos segundos no reacciona. Luego sus ojos parecen empañarse. Su pecho se infla y sacando fuerzas de no sabe dónde, dice con una sonrisa.
-Venga, vamos a hacer ese Belen.
La niña empieza muy emocionada, pero el sueño la vence al poco rato. Migas de diferentes tamaños, extendidas por toda la mesa son testigos de su sueño.
A la mañana siguiente Laura se despierta temprano. Una blancura que entra entre la ranura de uno los cuartillos de la pequeña ventana de su habitación, le anuncia que algo en el paisaje ha cambiado. Al levantarse y abrir la ventana, ve que la nieve lo cubre todo. Entonces se acuerda, ¡Es Navidad y no ha terminado su Belen!
Se dirige corriendo a la habitación principal de la casa. Las migas han desaparecido de la mesa. Un temor se apodera de ella. Entonces sus grandes ojos recorren la estancia buscando un vestigio de los restos de pan. El temor que siente le hace posar su mirada sobre la chimenea. Ahí parecen no estar, menos mal. Cuando sus ojos llegan a la alacena, lo ve a través de una de sus puertas acristaladas. Un precioso Belen, hecho con pan, decora el interior del armario. La niña se acerca a él.
-¡Uyyy, qué bonitiño!
El padre, que la ha estado observando silencioso desde la puerta, suelta una carcajada. 
A la niña ese sonido le parece música. Hacía tanto que no lo oía...
Una mujer arrodillada y un hombre, de pie, con una larga vara en la mano, dan cobijo con sus cuerpos a un pequeño rapaz que descansa sobre un lecho de paja. 
La claridad de la nieve entra por las ventanas de la casa y un aroma a pan recién hecho, impregna toda la estancia. 

¡Feliz Navidad!




5 comentarios:

  1. ¡Feliz Navidad! Espero que la disfrutes rodeada de todos los tuyos y de buenos libros.

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    1. P.D. Para ti Pedro, y para todos los que os asomáis por esta ventanita, mis mejores deseos para estos días.

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  2. La vida tiene mucha corteza y poca miga pero es el pan que tenemos. Hagamos el mejor Belén que podamos.
    Feliz Navidad amiga

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    1. No podías haberlo explicado mejor.
      Te mando un abrazo grande amiga.

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