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miércoles, 2 de diciembre de 2015

A U T O R R E T R A T O

JOHANN BAPTIST REITER,AUSTRIA 1813-1890
(AUTORRETRATO 1842)


Hace unos siglos, cuando no existían las cámaras de fotos, y mucho menos los móviles o las tablets, si alguien quería tener un retrato suyo acudía a un pintor para que le inmortalizara con sus pinceles. 
En el caso de los pintores que estaban bajo la protección de la realeza, su trabajo tenía además una dificultad añadida: la de retratar al monarca de turno de una manera que a éste le satisfaciese. Esto es, debía realzar todas sus cualidades tales como  su buen porte, aunque no siempre coincidiera con la realidad.
Siempre he pensado que de todos los temas que un artista puede plasmar en su lienzo, el del autorretrato es el más difícil de crear, sobre todo en la época que he mencionado al principio. ¿Cómo lo harían sin una fotografía que les sirviera de modelo? Una respuesta lógica sería: mirándose al espejo. Pero si una persona se mira al espejo varias veces seguidas ¿puede conseguir siempre la misma expresión, la misma mirada, la misma luz? Memorizar tu propio rostro debe resultar además de dificultoso, un tanto extraño. Y cuando ese rostro, que es el de uno mismo, va creciendo, tomando forma, extendiéndose por el lienzo ¿qué sensación tiene que dar? Mirarse uno desde fuera debería  ser un buen ejercicio de humildad, si se es honesto como artista en ese momento, y se retrata tal cual es. Pero ¡ay, el ego! siempre alerta para colarse en cuanto nota un segundo de debilidad. ¿Por qué retratarse con defectos pudiendo "moldear" un "yo" perfecto?
Otra cosa a tener en cuenta son los sentimientos, las sensaciones que el artista puede tener en los diferentes momentos de su creación. No siempre se está igual anímicamente. Lo que habita su pensamiento puede variar de un momento a otro, y esa variación puede transformar la expresión de su  cara por completo.
Recuerdo  la época en que asistí a unas clases de dibujo y pintura, de ésto ya hace muchos años. Mi tema favorito solía ser los rostros de diferentes etnias. Siempre me atrajeron los de personas de África, o los de los indios norteamericanos. Sus pómulos, sus bocas, sus ojos, la fuerza que irradiaban, hacían que me quedara mirando las fotografías que nos servían de modelos, durante horas. 
En una ocasión mi profesor me dijo que eligiera un modelo de los muchos bocetos que tenía. Yo preferí escoger el rostro de un jefe indio norteamericano, de los que tan bien retrató Edward S. Curtis, (he intentado localizarlo en Internet para incluirlo en esta entrada, pero no lo he encontrado). Lo que me llamó la atención de ese hombre en concreto era el porte de seguridad, serenidad, diría yo, que tenía . Sus ojos eran como dos pequeñas brasas de las que podías esperar que en cualquier momento surgiera una llama. No me gustaría tener que enfrentarme a él -pensé. Y, sin embargo, no era miedo lo que al contemplar ese semblante sentía, sino un inmenso respeto.
Comencé a dibujarle. Fue uno de los trabajos más gratos que hice. Me sentía muy bien mientras lo dibujaba a carboncillo. En un momento concreto, se me ocurrió preguntarle a mi profesor qué le parecía como me estaba quedando. Entonces él se acercó, cuando le vi que cogía un carboncillo, un resorte interior me hizo advertirle: Retoca todo lo que quieras de su rostro, menos los ojos. Todavía hoy me pregunto qué parte de esa frase que le dije, no entendió, porque se dirigió directamente a ellos. No dudo que lo hizo con el único propósito de mejorar lo que yo hasta ese momento había hecho. Y estoy segura de que técnicamente lo consiguió. Pero yo había depositado toda la fuerza que sentí en el momento de contemplar ese rostro, en esos ojos. Así que cuando vi que con un simple retoque, el profesor me había cambiado la expresión de la mirada de ese hombre, me enfadé como nunca me he enfadado con un profesor. Él, como es lógico, intentó defender su postura. Lo había hecho para corregir los defectos que, como entendido en la materia, había captado. Pero a mí eso no me importaba. Yo no estaba hablando de técnica, sino de sensaciones, las que los ojos de ese hombre me habían transmitido y que yo, posiblemente sin mucho acierto, había intentado plasmar. Recuerdo que casi le grité al profesor:
-Éste ya no es "mi" indio es "tú" indio.
Aún  puedo ver la cara de sorpresa que se le puso al  oír lo que le acababa de decir.
Aquel día me fui de la clase, muy, pero que muy enfadada. Tardé días en intentar "recuperar" la mirada que yo había querido plasmar. 
Todavía conservo ese dibujo, como un pequeño tesoro. Y cada vez que lo contemplo, me acuerdo de mi osadía. 

Volviendo al autorretrato, dibujarse uno mismo ¿no es una forma de poesía y, como ella, una manera de desnudarse?









2 comentarios:

  1. Lo que los demás piensan que eres, lo que tú crees que eres y lo que eres de verdad. Tres retratos distintos que componen un retrato verdadero.

    Sospechaba que habías pintado y dibujado. Se nota en tus comentarios de exposiciones.

    Un abrazo amiga caminante.

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  2. Me gusta la "trinidad" que has hecho de un retrato. A eso habría que añadirle la inspiración de el momento de esbozarlo.
    Empecé a asistir a clases de pintura y dibujo. Por causas totalmente ajenas a mi voluntad, tuve que dejarlo. Pero aún sigue ahí el "gusanillo". Sólo soy una principianta que disfruta contemplando las obras de los verdaderos artistas. Y hay algunas que son una verdadera maravilla.
    Un abrazo compañera de paseos.

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