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miércoles, 9 de diciembre de 2015

SOBRE CORAZONES Y MAREAS

Hace un tiempo, durante un viaje en tren, conocí a un hombre que llevaba muchos años trabajando en el mar. No me atrevo a especular sobre su edad. Su cabello castaño claro parecía tan áspero como esos estropajos que antaño se utilizaban para fregar los platos. La piel de sus brazos y de su rostro parecía acartonada, como si el sol les hubiera absorbido toda la humedad. No tenía ni un gramo de grasa. Puro nervio. Durante todo el viaje llevó unas gafas de sol que cubrían sus ojos,  así que me fue imposible saber de qué color eran. 
En el tiempo que duró el viaje, se formó un grupo de personas de varias edades,  que hablábamos y reíamos jovialmente. Él permaneció durante un rato sin decir una palabra. Cuando empezó a hablar conmigo, me contó que el suyo era uno de los trabajos más duros que podía hacer un hombre. Había trabajado en el fondo de un barco. Donde las máquinas. Pero cuando digo "máquinas", me refiero a aquellas que había que alimentar con palas de carbón. Quizá de ahí venía su reticencia a hablar con la gente. Estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo sólo. Y de ahí también sus características físicas. El fuego, el aire, el agua y la sal, habían curtido su cuerpo, lo habían cincelado hasta el límite de la existencia. Cuando el domingo pasado fui a ver la película que quiero comentarles aquí, la imagen de ese hombre me vino a la mente. 
Hay veces que haces planes y no salen como hubieras querido. Eso me pasó a mí cuando decidí ir al cine. Tenía en mente ver una película, pero por problemas técnicos de última hora, no pudieron proyectarla. Puesto que ya estaba allí, miré la cartelera, y fue entonces cuando descubrí: "En El Corazón del Mar".
Fotograma de la película 
"En el Corazón del Mar"
(Imagen sacada de Internet)

Vaya por delante que no soy muy aficionada a las películas de tema marítimo, y no sé el porqué. Además en esta ocasión vi que, encabezando el reparto, estaba el actor Chris Hemsworth,  que no es uno de mis preferidos. Fueron las palabras que estaban impresas en la parte superior derecha del cartel anunciador de la película, las que me "picaron" la curiosidad: "Basada en la historia real que inspiró Moby-Dick". ¿Quién podría resistirse?
La historia comienza cuando un hombre llamado Herman Melville, interpretado por el magnífico Ben Whishaw, al que parecen irle como anillo al dedo los papeles de escritores, como ya demostró en esa bellísima película titulada "Bright Star", en la que daba vida, nada menos, que al poeta Keats, "contrata" los servicios de un hombre que había sido grumete en un barco ballenero, para que le relate unos hechos que ha mantenido en secreto durante toda su vida. Hechos que acontecieron durante el intento de captura de una enorme ballena blanca. Quien da cuerpo a ese personaje no es otro que mi admirado Brenda Gleeson, al que no hace mucho pude disfrutar en otra película que también comenté: "Calvary". A través del relato del marinero Thomas Nickerson, que es como se llama su personaje, iremos conociendo al resto de la tripulación.  Y es en ese momento cuando, para mi sorpresa, apareció el magnífico elenco de buenos actores británicos con el que cuenta el reparto. A destacar Cillian Murphy en el papel de Mathew Joy, Michelle Fairley como la esposa del personaje que interpreta Brenda Gleeson. Y un actor que me llamó la atención, aunque no es británico sino americano, en su interpretación del capitán George Pollard, cuyo nombre es Benjamin Walker.
Lo que ha hecho que el hombre surcara mares, más allá de los límites conocidos, han sido principalmente dos razones: Las ansias de conocer nuevos mundos y, el hambre, que digo hambre, gula más bien, de conseguir fortuna. Es decir, la ambición.
Cuando a Owen Chase, papel que interpreta el señor Hemsworth le prometen el patronaje de un barco a cambio de llevar a puerto una determinada cantidad de captura ballenera, no duda en hacer lo que sea y llegar hasta los confines del infierno, si fuera necesario, para conseguirla. Y es ahí donde precisamente le lleva su, casi, obsesión. Obsesión encendida por la rivalidad que surge entre  el capitán del barco y él. Llegando a una zona del mar donde el agua parece estancada y el sol cae tan de plano, que es capaz de secar la consciencia de un hombre, y todo por conseguir atrapar una ballena de unas proporciones nunca vistas antes. La ballena blanca que, durante siglos, conocerían lectores de todas las edades y condiciones con el nombre de Moby-Dick. Serán esas aguas, parecidas a un desierto, donde un muchacho se convertirá en adulto en lo que tarda en tomar una decisión que cambiará el curso de su vida y el de la de los demás marinos.
Estamos hablando de unos tiempos en el que el hambre y la miseria, cuando no la huida de la justicia,  obligaba a niños y adultos a embarcar y tenérselas que ver con mares y  criaturas desconocidos. Y contando con unos medios bastante limitados. Esas circunstancias eran propicias para que los especuladores, que quedaban siempre en tierra esperando el fruto del duro trabajo de los marinos, sacasen el máximo provecho. En medio de ese pulso entre explotados y explotadores, estaban las especies marinas más cotizadas, entre las que resaltaba la ballena.
Justo el día anterior a ir al cine, pude oír en un programa de radio la mala noticia de que Japón reanudaba su actividad de captura de ballenas. 
Lo malo del ser humano es que nunca se ha parado a pensar que si realmente él fuera superior a la naturaleza, ya habría podido dominarla, (al paso que vamos no sé si al final se conseguirá), pero hasta ahora, no ha sido así. Las especies también evolucionan, se hacen más fuertes, más crueles cuando es necesario, para su defensa. En esta loca carrera de ver quién puede más, el único que debe ceder es el hombre, porque es el que más tiene que perder. Y es ése precisamente, creo yo, el mensaje que esta bella película transmite. A veces, perdiendo, se gana. A cambio de no diezmar aquello que no necesitamos para el sustento, la naturaleza se renueva,  y nos ofrece lo que sí necesitamos, en mejores condiciones. 
Owen Chase, el capitán Pollard y quien relata a Melville la historia, Thomas Nickerson, aprenderán la lección en el momento en que se encuentren con la gran ballena.
La distancia entre una decisión acertada y una equivocada, es tan delgada como un simple hilo. El mismo hilo que separa la vida de la muerte.


2 comentarios:

  1. El ser humano es muy osado. En otros tiempos,estoy pensando en el barco ballenero que visité en Bermeo, se lanzaba al mar en un cascarón de nuez, en busca del sustento, jugándose el pellejo. Siempre me gustó Moby Dick.

    Esa descripción que das del hombre del mar del tren es muy buena, viviste aquella conversación.

    Un abrazo, amiga caminante.

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    1. A veces tenemos encuentros esporádicos que nos dejan huella. Me dio la impresión de que si ese hombre contara todo lo que ha vivido, sería una de las historias más apasionantes. Ése es uno de los muchos secretos y tesoros que guarda la mar, el de las vivencias de los marinos que la han estado surcando.
      Esa ballena blanca ha dado una lección a muchas generaciones de seres humanos. Y seguimos sin aprender.
      Un abrazo compañera de caminos.

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