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viernes, 9 de octubre de 2015

¡PASAJEROS AL TREN!

"EN EL COMPARTIMENTO DEL TREN"
De Paul-Gustave Fischer


Uno de los regalos que recibí este año, el día de mi cumpleaños, fue un libro titulado:"TRENES DE ENSUEÑO-Viajes Inolvidables Sobre Raíles". Es de ese tipo de libros que vas leyendo lentamente, intercalando su lectura con otras. Aunque en ocasiones apetece cogerlo sólo para contemplar las maravillosas fotografías que tiene, deleitándose con las imágenes de lugares que, al menos en mi caso, posiblemente nunca llegaré a conocer. Sin embargo, ojear este libro me ha trasladado a alguno de los viajes que sí hice. Para mí emprender un viaje en tren era la posibilidad de una nueva aventura. Hablo de una época en la que la gente buscaba cualquier excusa para hablar con sus compañeros de compartimento, incluso, en los viajes de largo recorrido, intercambiar viandas y refrigerios. Y en esos recuerdos también han encontrado cabida los olores. Recuerdo que cuando era niña e íbamos a pasar los veranos a Galicia, llegada la hora de comer, se veía a la gente abrir las bolsas cargadas de alimentos varios, y el tren se llenaba del olor a cocina casera. Tortillas de patata, embutidos, pan de hogaza de buena miga, empanadas, hasta pescado rebozado. ¡Qué rico!. Si cerrabas los ojos e inspirabas, parecía que estuvieras en tu propia casa.
Al llegar a Ponferrada, siempre se repetía la misma escena, como un maravilloso ritual. Allí subían los vendedores de mantecados, cargados con enormes bolsas llenas de cajas de ésta y otras variedades de dulces.
¡Mantecado! -gritaban- ¡Al rico mantecaaado!
Y la gente buscaba el monedero para comprar una caja para que los niños desayunaran. O para la tía Mengana o la prima Cipriana que, como golosas oficiales de la familia que eran, siempre esperaban que quien llegase a su casa, llevara algún dulce.
Pero lo que con más cariño recuerdo de esos largos y olorosos viajes son las historias que, algunos pasajeros que venían de lugares alejados de su terruña, compartían con los demás. Algunos venían de Alemania, otros de Suiza, la mayoría de Francia. Yo me quedaba escuchándoles. Mi madre más de una vez tuvo que recordarme que cerrara la boca, pues me quedaba con ella abierta, de puro embelesamiento. Eran historias mágicas sobre lugares para mí desconocidos. Cada uno traía su propia "batalla". Si ésta había sido ganada, era contada de forma bravucona y entre risotadas. En cambio la perdida, se relataba con voz entrecortada y ojos llorosos. Pero lo que más me llamaba la atención de esos hombres y mujeres eran sus brazos y sus manos. Fuertes, acostumbrados al trabajo duro. Capaces de cargar con maletas y bolsas grandes y llenas, como armarios, pero capaces también de expresar ternura. Como cuando apartaban el flequillo de la frente de su hijo más pequeño. O cuando abrían la caja de los famosos mantecados, y quitaban, con sumo cuidado, el papel que les envolvía, para que no se les rompiera, y se lo daban, con la mirada llena de cariño, a su revoltosa hija, que por fin se había quedado quieta esperando ese pequeño manjar.
Entonces los trenes echaban humo por sus chimeneas. Los viajes eran lentos, por eso daban pie al acercamiento entre pasajeros. Quizás se podrían considerar también poco higiénicos. Pero tenían una calidez que con el tiempo fueron perdiendo. Hasta la llegada del revisor era un acontecimiento, sobre todo si te tocaba uno de esos a los que sólo necesitaba que le tirasen un poco de la lengua, entonces la juerga estaba asegurada. 
Esos trenes también tenían su peligro, recuerdo que en uno de mis viajes a Galicia, el tren se quedó sin luz y tuvimos que viajar durante muchos kilómetros a oscuras. Pero hasta para estas situaciones incómodas, la gente tenía su chispa. Como el espontáneo que, viendo que las estaciones iban pasando, y nadie arreglaba el problema, decía a voz en grito, medio en bromas, medio en serio: ¡Cuidado con los carteristas!
Con el tiempo mejoraron los trenes. Más veloces, más asépticos, más fríos. Recuerdo uno de mis últimos viajes, ya de esos, de alta velocidad. Llegó un chico que ni siquiera saludó, sacó un libro que ni se molestó en abrir, y desvió su mirada hacia la ventanilla. Otro apareció con los cascos puestos, y no se los quitó, ni mientras estuvo comiendo unas galletas. Hubo quien según se sentó, se quedó dormido. Cada uno en su cápsula. ¿Para qué iban a necesitar los nuevos trenes compartimentos?
Es curioso que los trenes de más lujo, son aquellos que conservan el mobiliario, el ambiente de su época, como el Orient -Express cuyo recorrido Londres-Venecia-Estambul-Estocolmo, me ha dado ganas de salir de mi casa, como el fugitivo. Este tren en su apogeo, en los años treinta, era conocido como el rey de los trenes y el tren de los reyes. Yo nunca he viajado con reyes. Pero una vez sí viajé con un polizón. Un hombre que no tenía dinero para pagar el billete, al parecer no tuvo mucha suerte, y necesitaba volver a su casa porque su mujer estaba enferma. Se colocó en uno de los huecos reservados para el equipaje. Cuando llegó el revisor se encontró a un grupo de pasajeros con un repentino y extraño común interés en mirarse los zapatos. 
Yo tuve que morderme la lengua, no para mantenerme callada, sino para que no me diera la risa. Esa risa tonta que a veces intenta salir en el momento menos oportuno. 
Cuando el revisor se marchó, el hombre nos dio las gracias. Aún hoy puedo ver su mirada de angustia, desfallecida. La de los derrotados por los golpes de la vida,  que vuelven a casa sin ninguno de sus sueños cumplidos. 

Me temo que este viaje ha llegado a su fin. Espero que ninguno de ustedes haya acabado mareado.




4 comentarios:

  1. Yo nunca había viajado en tren cuando comencé mi etapa de trabajo en Guipúzcoa. Estaba acostumbrada a ir en coche o en autobús y me quejaba: mamá,que yo nunca he ido en tren. No quieres caldo, dos tazas. Estuve doce años viajando en tren todos los viernes y todos los domingos, a veces los lunes de madrugada. Eran el gallego a la ida y el portugués a la vuelta. El expreso Coruña Vigo con destino Irún y Hendaya. El surexpreso procedente de París con destino Lisboa y Oporto. Como ves, cogía el mismo tren que tú pero en otro tramo. Y en 1979 ya no echaban humo. Eso sí, el ambiente era como el que tú pintas de manera tan viva. Sacaban comida,usted gusta, me parece estar viendo un trozo de tortilla pinchado en una navaja. Una vez viajé encima de una nevera de plástico, no había sitio; después de un tiempo de viaje me pidieron, con mucha educación que me levantara, abrieron y sacaron uvas y más uvas, negras, negras. Porque yo no sabía qué era ese plástico anaranjado en que me había sentado, rodeada de bultos envueltos en mantas, gente durmiendo en el pasillo. Como ves, tengo hecha la mili ferroviaria. No me mareo,no.
    El tren tenía su encanto, ahora los trenes van llenos de gente que no levanta la cabeza del ordenador o del móvil. Ya no te sientan frente a frente a los compañeros de viaje, ahora la comunicación es mínima. En aquellos departamentos terminabas hablando con el de enfrente, de lo divino y lo humano.
    El tren va a pararse. Buen fin de semana y día nacional.

    Besos, amiga caminante.

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    1. Quien sabe si en alguno de los viajes nos cruzamos sin saberlo. La imagen de la nevera me ha encantado. Es verdad que los pasillos siempre acababan llenos de gente y sus bultos. Las conversaciones eran lo mejor. Qué le vamos a hacer, pertenecemos a otro siglo.
      Te deseo un feliz fin de semana, lleno de agradables paseos y compañías gratas.
      Un abrazo.

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  2. Me encanta viajar en tren. Y recuerdo bien lo de ¡Al rico mantecado!, que ha provocado una sonrisa nostálgica en mí. Me anoto el libro que mencionas, no sólo por el texto, sino también por las fotografías.

    Ahora los trenes van más rápido, pero no hay tanta interacción entre las personas como antes... :(

    Un abrazo

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    1. Hola Ana, parece que el tiempo de hablar con otros se ha ido reduciendo tanto, que ya ni siquiera lo hacemos mientras estamos sentados unos al lado de los otros.
      A mí también me gusta mucho el tren. Si miras por la ventanilla cada trozo de paisaje parece un cuadro, y si te fijas en la gente de tu alrededor, cada uno lleva una historia. Al final todo es vida.
      Me ha alegrado tener tu visita.
      Aprovecho para decirte que me encantan las fotos que pones en tu blog, no he visto dónde se puede dejar un comentario.
      Un abrazo.

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