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viernes, 16 de octubre de 2015

MANOS INVISIBLES

Trabajadores en el Empire State
(Imagen sacada de Internet)


Acabo de salir del trabajo y me dirijo a casa. Un grupo de adolescentes camina delante mía. Son cinco chavales con sus mochilas, sus cazadoras haciendo juego con sus playeras. Alguno de ellos lleva el móvil en la mano. Van riendo y hablando en alto. Pura energía. Intento adelantarles pero no puedo, así que me resigno a ir a su paso. Hablan de uno y de otro. En un momento determinado, uno de ellos menciona el nombre del que debe ser algún compañero suyo de clase. Entonces es cuando suelta la frase:
-Su padre es un obrerito.
Se hace el silencio. Ya no hay risas, ni voces. Todos caminan cabizbajos, excepto el que ha soltado el comentario, que busca en los rostros de los otros un gesto de apoyo a su "gracia". Al final lo encuentra, agazapado en alguna que otra tímida sonrisa. 
No sabría decir qué es lo que más me ha revuelto, el diminutivo, el tono con que lo ha escupido, o el silencio cómplice del resto de la panda.
Ahora sí, los adelanto. No quiero ir cerca de ellos. 
En casa me pongo a preparar cosas para el día siguiente, pero no se me va de la cabeza lo que acabo de oír y ver. Todo ésto me hace reflexionar. ¿Qué estamos haciendo con los jóvenes? ¿Qué clase de educación, qué forma de pensar se les está inculcando para que hablen despectivamente de alguien, por el simple hecho de que no pertenezca a su clase social? ¿Nadie les ha explicado que hay muchas profesiones que pueden hacer ganar un salario, pero que sólo hay una correcta de hacerlo: el trabajo bien hecho y el afán diario? Alguien debería decirles que detrás de esas cazadoras super-molonas que lucen, está el esfuerzo, el buen hacer de las manos que las han confeccionado. Lo mismo que en el caso de sus playeras, o sus móviles último modelo. Quizás sus padres pertenezcan al grupo VIP de los profesionales, pero deberían pararse a pensar que si sus padres y ellos tienen lo que tienen, no es sólo debido a su trabajo, también se lo deben al trabajo de otras personas que  con su labor, hacen de sus vidas algo mucho más fácil. No hay ningún trabajo que no sea importante. Cada uno en su categoría aporta lo necesario para que la enorme cadena que formamos entre todos, funcione. El que haya trabajos que no se valoren económicamente, y personas que son explotadas miserablemente, no depende del trabajo, ni de quien lo realiza, sino de la falta de conciencia de quien está recibiendo sus beneficios, y no es capaz de reconocerlo. Tan importante es en la sociedad un médico, como un minero, como un electricista, o una asistenta de hogar. Todos tienen su función. ¿Se imaginan qué sería del médico si no tuviera quien le limpiase la casa, o el quirófano?  Basta ya de tonterías, de falsas ideas de grandeza. Lo que da prestigio a un profesional, sea cual sea su categoría, no es la categoría en sí, sino cómo realiza su trabajo.
Todas estas reflexiones me remiten a pasadas lecturas. En un libro que leí este verano, "Diario Irlandés" de Heinrich Böll, en el capítulo titulado "En Defensa de Los Lavaderos", su autor comenta que poco después de la publicación de uno de sus libros, un crítico le dijo en tono elogioso que por fin había decidido alejarse del ambiente de la gente pobre, y sus libros ya estaban libres de olor a lavadero y desprovistos de denuncia social.
Y añade el señor Böll: Ese elogio lo recibí en un momento en que empezaba a saberse que dos terceras partes de la humanidad pasan hambre, que en Brasil mueren muchos niños sin llegar a enterarse de a qué sabe la leche, fue pronunciado en un mundo que apesta a explotación del hombre por el hombre; en el que la pobreza ya no es una fase en el desarrollo de la lucha de clases ni una patria mística, sino solo una especie de lepra de la que conviene guardarse...
¿Les suena de algo todo ésto? Lo digo porque según consta en el ejemplar que tengo de este libro, la primera edición se publicó en alemán en el año 1957. ¿Podríamos decir con orgullo que al día de hoy, en pleno siglo XXI, se han solucionado los problemas sociales planteados por este autor ? Me temo que la respuesta es no. Lo único que se ha hecho es trasladarlos, más aún, extenderlos por otras partes del mundo.
Otra lectura que me ha marcado considerablemente es la de la novela de Isaac Rosa: "La Mano Invisible". Está escrita como un thriller. Este escritor, al que ya cuando leí su novela anterior "El País del Miedo",  guardé en un rincón en mi memoria de lectora, nos describe en un tono de misterio, la historia de varios trabajadores que son contratados por no saben exactamente quién, para realizar diferentes trabajos manuales. 
El señor Rosa crea tal atmósfera de tensión, que tuve que dejar de leer la novela durante unos días. La devolví a la biblioteca con la intención de no seguir leyéndola, pero no pude. Volví a por ella, y llegué hasta el final. Así supe hasta qué punto se puede llegar a jugar con la clase trabajadora. 
Esta novela deberían leerla el grupo de jóvenes que les menciono arriba. Ellos y muchos más, para que supieran lo que es la verdadera dignidad de la clase trabajadora, y como ésta se puede llegar a utilizar en contra de esa misma clase. 
Detrás de todo lo que nos facilita la vida, hay muchas manos que realizan diariamente su trabajo. Hemos llegado a ignorarlas tanto, a ellas y a sus dueños, que las hemos convertido en invisibles.
Quién sabe si algún día nuestra vida pueda depender de ellas.




2 comentarios:

  1. Me parece increíble que un chico joven suelte eso, por muy megapijo que sea. ¿Educación? Tal vez sea que se educan,o maleducan, en otro mundo, con otros esquemas, qué asco. Me has traído a la memoria una frase de "Corazón" de Edmundo de Amicis. Es el diario de un niño italiano de clase acomodada que va a la escuela con niños de la clase obrera. Su padre le anima a que reciba en casa a sus compañeros. Un día la visita es de "el albañilito", el hijo de un albañil. Pasan la tarde jugando en el salón de la casa y el sofá se mancha de cal porque el niño lleva una chaqueta del albañil. Cuando se va, el padre explica a su hijo por qué no le ha permitido limpiarlo. Y pronuncia una frase que no he olvidado: "el trabajo no mancha nunca". Esa es la correcta educación, valorar el trabajo y el fruto del trabajo. Qué asco de chaval el de las deportivas conjuntadas, me lo imagino con un padre o una madre que escupen comentarios desdeñosos.

    Gracias a las manos que trabajan.

    Un abrazo, de trabajadora a trabajadora.

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    Respuestas
    1. Desde pequeña me inculcaron que no había nada tan grande como ser capaz de ganarse el pan, con el trabajo honesto hecho con tus manos. Ahora parece que el ser un obrero es una especie de enfermedad. ¿Debemos ser todos banqueros?
      La historia de "Corazón" es una lección que debería ser transmitida a los chavales. Esa sí sería una buena clase de ciudadanía.
      Me gusta ser trabajadora, eso no me obliga a consentir que me exploten o subestimen mi inteligencia dejándome engañar. Hay que reivindicar el derecho al respeto, día a día.
      Un besote de curranta.

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