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martes, 2 de junio de 2015

CORCHEAS EN LA MEMORIA



"FIESTA MUSICAL EN LA TERRAZA 1650"
De Jacob van Loo

Recuerdo que cuando era niña, los fines de semana me despertaba con música. Mi madre, que se levantaba antes que nadie, empezaba a hacer las cosas de casa tarareando o silbando una canción. Siempre me ha llamado la atención lo bien que ella silbaba, cosa para la que yo he sido y, sigo siendo, una auténtica negada. A veces con su destreza, hacía de acompañamiento de alguno de los discos dedicados que los domingos retransmitían por la radio. Yo me quedaba despierta en la cama, escuchándola. Ese ratito era como estar en el cielo. Después entraba en el dormitorio que compartía con mi hermana.  Yo  me hacía la dormida para que se llevase a cabo un gesto que, con el tiempo, se convirtió en uno de los más preciados rituales. Se acercaba a mi cama, ponía suavemente su mano sobre mi frente, apartando mis rizos hacia atrás, y me decía bajito, para no despertarme bruscamente:
-Mi niña,  que ya va siendo hora de levantarse.
Yo hacía como si me desperezaba. La miraba, ella me sonreía, y se iba hacia la cama de mi hermana, para regalarle a ella también el mismo gesto de cariño. Luego salía de la habitación para seguir con sus quehaceres, reanudando el silbido en la parte de la canción donde la había dejado.
Cuando empecé a ir al colegio, la música también formó parte de mis horas de aprendizaje. Recuerdo que la primera profesora de música que tuvimos, se llamaba Mari Justi. Así era como ella quería, según nos dijo el primer día, que se la llamase.  Acababa de terminar la carrera cuando la destinaron a nuestro colegio, Las Teresianas, que estaba en la céntrica calle Valladolid, en un edificio que muchos años después de que el colegio desapareciera, se convertiría en la sede de la Biblioteca Pública de nuestra ciudad.
Esa profesora rompió todos los moldes a la hora de dar la clase. No nos infló a teoría, como podíamos haber supuesto. Lo suyo era la práctica, pero sobre todo, el disfrute de la música.
Recuerdo que nos ponía en círculo y nos hacía seguir el ritmo primero con su voz,  luego con las palmas, para más tarde, ir incluyendo pequeños instrumentos. Los platillos y el triángulo fueron algunos de ellos.  Aunque en principio parecían fáciles de tocar, tenían su parte de oficio. No se podía dar demasiado flojo, pues no se oía, y si le dabas demasiado fuerte, distorsionabas la nota.
Años después mi otra afición, el cine, me hizo también valorar la música en forma de banda sonora.
Hasta que conocí a Mozart. Entonces todo cambió para mí. Empecé a necesitar de la música clásica, como del aire. Todos los días robo al tiempo un cachito para escuchar la música de los grandes maestros. Las óperas de Verdi, los nocturnos de Chopin, los allegros de Mozart, capaces de quitarte el cansancio del cuerpo y de la mente. Y qué decir de los sólos de violonchelo de Bach. Te transportan a otro mundo. 
No soy entendida en música, como no lo soy en casi nada. Lo que me hace buscarlos es el puro instinto de supervivencia. La necesidad de una buena dosis de belleza. Lo mismo que me sucede con la literatura. Y fue precisamente, en versión literaria, como hace unos días pude saber de parte de las vidas de algunos de los maestros arriba mencionados. Me refiero a la novela escrita por Xavier Güell, titulada "La Música de la Memoria".
Hace unos años, antes de escoger un libro, leía las críticas que salían de ese libro para saber si merecía la pena leerlo o no. Hasta que un buen día decidí empezar a hacerlo al revés. Esto es, elegir un libro para leer, dejándome llevar por mi instinto, y después leer las críticas que de ese libro hacían los entendidos en la materia. Así lo he hecho con el título del señor Güell que les he mencionado. Pocos días después de leerlo, me encontré una crítica de su título en el suplemento cultural Babelia del sábado 30 de Mayo, firmada por Luis Gago, que titula "La Memoria Fingida". Vaya por delante que no  pretendo hacer un análisis profundo de la crítica que el susodicho señor Gago hace. Pero me parece interesante dar la humilde opinión sobre la novela mencionada, desde el punto de vista de una lectora.
El señor Gago menciona en su artículo que,  copio literalmente: "Sólo hay algo más peligroso que el ya de por sí arriesgado empeño de novelizar vidas bien documentadas de personajes históricos famosos: hacerlo en primera persona". Para añadir más abajo del artículo:
"...nada resulta creíble, ni siquiera aquello que sabemos históricamente fidedigno, entremezclado como está con situaciones, diálogos y confesiones para las que el adjetivo inverosímil se queda muy corto"
Y  yo me pregunto ¿por qué? Si, como él mismo reconoce, es una novela lo que ha escrito el señor Güell, es decir una ficción, ¿por qué no va a poder elegir las situaciones y el pronombre personal de quien las relata?
No hay que leer muchas líneas de la crítica hecha por el señor Gago, para darse cuenta de que a él, la novela del señor Güell, no le ha gustado. Incluso le reprocha alguna errata como la de haber escrito "infringido" en lugar de "inflingido". 
No entiendo por qué da por hecho que esa errata parte de la escritura del autor. Bien podría darse el caso que fuera una error de trancripción a la hora de editar la historia. Hace años este tipo de errores, era bastante difícil de encontrar, pues existía en las editoriales la figura del corregidor. Ahora, se supone que tenemos la tecnología que todo lo sabe. Y resulta que no es infalible a la hora de captar faltas de ortografía.
Lo que yo como lectora me he encontrado en "La Música de la Memoria" es un recorrido por parte de las vidas de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner y Mahler. Pero lo ha hecho con la, para mí, originalidad, de descubrirnos parte de esas vidas, a través de sus familias, amores, sí, pero también a través de sus creaciones musicales. Y es en éste último apartado, donde al señor Güell se le nota su pasión por la música. Pero es que además, me parece dificilísimo lo que ha hecho. Ha ido diseccionando alguna de las obras de los maestros arriba mencionados, y a través de cada una de sus notas, ha transmitido al lector lo que sentía quien estaba escribiendo la obra.
Debo confesar que para mí no ha sido fácil la lectura de los párrafos donde el señor Güell iba recorriendo las notas musicales de algunas de las obras, pero lo ha hecho con tanta pasión, con tanto amor hacia la música, que sin entender del todo la parte técnica, me he sentido arrastrar por toda esa fuerza.
Es lo que alguien dijo una vez: la música no es para analizarla, es para dejarse llevar por ella. Lograr ésto con la interpretación de una obra, no siempre es fácil. Pero hacerlo cuando las notas están impresas en una novela, me parece una empresa dificilísima de alcanzar. Xavier Güell lo ha conseguido. Este párrafo en el que el mismo Beethoven habla de un Adagio compuesto por él, puede servir de ejemplo a lo que he expuesto.
"...el Adagio molto e cantábile, es el más intenso de todos los tiempos lentos que he compuesto. Sus largas melodías abrasan los sentidos que se derriten como polvo trascendido. Con pureza y reposo convierten la agitación abrumada de los dos primeros movimientos en cálida melancolía, desde la que se percibe el recuerdo primigenio de un edén anterior al nacer, retenido en sombras difuminadas que conducen a una tierra ignota, donde la inocencia recobrada consuela a las almas doloridas y la bendición del Dios se extiende generosa".
Pura poesía.
No importa de qué manera esté representada la belleza. Música, pintura, escritura. Todas esas formas de expresión no son más que una herramienta.
Se puede componer los más bellos versos con una pluma o con un instrumento musical. El mismo Liszt lo decía al hablar de sus obras.
"A medida que mi música progresaba tendía a impregnarse más de esa idealidad que ha establecido la perfección de las artes plásticas: llegar a ser no sólo una simple combinación de sonidos, sino también un lenguaje poético, más apto incluso que la propia poesía, para expresar todo lo que traspasa los horizontes comunes, lo que escapa al análisis, lo que se agita en profundidades inaccesibles, en presentimientos infinitos".

Que los críticos literarios se queden con el sesudo análisis de la parte técnica del libro de Xavier Güell. Yo como lectora prefiero quedarme con su poesía, con su belleza. Prefiero dejarme llevar por su intensa melodía. Porque éste es un libro que según se va leyendo, se puede escuchar.


P.D. Según he podido comprobar por alguno de los ejemplares del libro que les he comentado, expuesto en el escaparate de alguna librería, ya va por la tercera edición. Me alegra comprobar que, siguiendo la tradición, los lectores y los críticos literarios, siguen yendo cada uno por su lado. Que así sea por muchos años.

2 comentarios:

  1. Corchea, semicorchea, fusa y semifusa. Se puede enseñar en frío o en caliente como esa excelente profesora tuya. Vivir o no vivir la música, es la diferencia.
    Y si hay que acercarse a la humanidad de los compositores con una novela en primera persona...¿Por qué no? ´
    Los críticos son puntillosos...es su oficio.

    Un abrazo, amiga caminante.

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    Respuestas
    1. No nos dábamos cuenta pero mientras jugábamos al corro con los instrumentos, con nuestras voces, la música poco a poco, iba penetrando en nosotras, hasta hacerse imprescindible en nuestras vidas, por lo menos en la mía.
      A partir de la lectura del libro del señor Güell, las piezas que he vuelto a escuchar de algunos de los músicos de los que narra parte de su vida, ya no me han sonado igual. Me parecen "voces" más conocidas y más cercanas. Pura magia.
      Un abrazo, compañera de caminos.

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