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miércoles, 27 de enero de 2016

MEDICINA PARA EL ALMA

"MUJER LEYENDO"
De Paul Gustave Fischer


En la isla griega de Patmos se dice que el apóstol San Juan escribió el Apocalípsis. En esa isla un monje ortodoxo fundó el monasterio con el mismo nombre del santo. Dicho lugar alberga una impresionante biblioteca. Hace unos días, en un reportaje de televisión, el monje encargado de cuidar de dicha biblioteca y de los tesoros que alberga , aseguraba que la lectura de determinados libros, podía sanar el alma de un ser humano. Por eso a esa biblioteca los monjes la conocían como el Hospital de las Almas. Me pareció una denominación preciosa para una biblioteca.
Hay quien necesita de un momento de tranquilidad para coger un libro y ponerse a leer. Otros, sin embargo, son capaces de concentrarse en la lectura en cualquier lugar y momento, aunque estén rodeados de bullicio. Los hay, incluso, que pueden leer mientras caminan.  
En mi caso, tener un libro cerca en momentos límite, me ha ayudado a mantener la calma. En esos momentos puede que ni siquiera me apeteciera concentrarme en la lectura. Pero sólo tener un libro entre las manos, me hizo sentir que no todo se derrumbaba a mi alrededor, que había algo sólido cerca a lo que poder agarrarme. Es curioso que en esos momentos, captar a alguien que siente la misma pasión por los libros, hace que se produzca una especie de conexión entre esa persona desconocida y tú. Una conexión que no necesita de palabras. Te sientes entonces doblemente acompañada. Ésto me ocurrió a mí hace unos cuantos años. Estando ingresada en el hospital, llegaron a mi habitación varios médicos que formaban el equipo de especialistas que iban visitando a los enfermos de la planta donde yo estaba. Al verles entrar, dejé el libro que estaba leyendo sobre mi cama. Eran tres, uno de ellos sobresalía por su complexión física. Era alto y de hombros anchos. Tenía su escaso pelo, cano, al igual que su bigote. Sus vivos y pequeños ojos negros, parecían escrutarlo todo a través de los gruesos cristales de sus gafas de montura plateada. Primero me hicieron unas preguntas. Luego comentaron entre ellos, las respuestas que les había dado . En un momento determinado, se hizo un silencio demasiado largo e incómodo para mí. Fue entonces cuando el alto doctor detuvo su mirada sobre el libro que yo había dejado sobre la cama. Y ahí fue también cuando su pasión por los libros quedó al descubierto. Cualquiera que no sintiera esa  pasión, se hubiera conformado con pasar por encima del libro, su mirada distraída. Pero él no. A él no le bastó con éso, necesitaba saber qué libro era aquel. Se apartó de los otros dos. Como era alto, necesitó agacharse para ver más de cerca la portada del libro. En ella había la reproducción de un cuadro en el que se representaba a dos mujeres con ropas de principios del siglo lXX. Una de ellas estaba sentada en una silla, retocándose una flor que tenía prendida en la solapa de su vestido de color malva. Un sombrerito de paja, adornado con una cinta de color amarillo viejo, cubría su cabello de color pelirrojo. La otra mujer, a su lado, estaba con el cuerpo doblado hacia delante, cuidando de un seto que tenía frente a ella. Llevaba también su cabeza cubierta con un sombrero de paja, pero a éste le adornaba una cinta de color negro. Como estaba de espaldas, por debajo de su sombrero, se descubría un pelo de un rojo más oscuro que el de la primera mujer, recogido en un moño.
Al fondo, en la parte derecha del cuadro, se veía un camino cubierto de césped. La luz solar inundaba la escena.
El alto doctor se quedó durante unos minutos embelesado con la bella portada, deteniéndose incluso en la lectura del título de la obra y del nombre de la autora. Luego enderezó su cuerpo con toda tranquilidad, y volvió a reunirse con los otros dos médicos. Cuando dirigió su mirada hacia mí, algo había cambiado en ella. Un especial brillo en sus ojos, atravesaba los cristales de sus gafas. Entonces se percató de mi atención sobre él. Me sonrió, le sonreí, y en ése momento, nos reconocimos el uno en el otro, como dos lectores empedernidos. 
Al despedirse, él volvió a sonreírme. Entonces tuve la seguridad de que todo iba a ir bien. Un médico, pensé, que era capaz de percatarse de un pedazo de belleza impresa en la portada de un pequeño libro, sería capaz de captar cualquier problema que pudiera presentarse en mi proceso de curación. En esos momentos, me sentí mucho más segura.
Eran otros tiempos. Tiempos del siglo pasado. Entonces los médicos se detenían con cada uno de sus pacientes, y tenían tiempo de mirarles a los ojos.
Por si les pica un poco la curiosidad, les diré que el libro que tuve durante esos días de incertidumbre cerca de mí era "Fiesta en el Jardín y Otras Narraciones" de Katherine Mansfield, de la Editorial Juventud, en edición de bolsillo,  muy cuidada.
Cada vez que vuelvo a ese libro, me acuerdo de aquel médico y vuelvo a esbozar una sonrisa.

"Juro que los que leen son más hermosos que los que no leen. Como un diamante, el alma se va puliendo con la lectura e inevitablemente sale afuera la luz del corazón"

(Sacado del libro: "Memorias de Un Librero" de Héctor Yánover, ahora reeditado, no se lo pierdan)

8 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. La lectura ayuda a sanar el alma, a algunas personas. Hay personas que no leen pero pulen su alma con tanta belleza como los lectores. Conozco gente que no lee pero pinta, toca un instrumento, hace labores, jardinería, qué sé yo, cualquier actividad enriquecedora. Ya sabes que yo disfruto mucho con la lectura pero pienso que la soledad de los libros no es para todo el mundo, que hay quien no le va, que los no lectores pueden enseñarnos mucho. No nos consideremos tocados por la gracia divina.
    Ese médico era un buen médico. Dice el refrán que el médico que sólo sabe medicina ni medicina sabe.
    Besos, amiga lectora.

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    1. Quizá le pongo tanta pasión a esto de la lectura y los libros que puedo dar la impresión de dar por hecho que no hay nada más que eso en el mundo, y no es así, claro. Como bien dices, hay belleza en muchas partes y brotando de muchas otras fuentes como la pintura o la música.
      En la historia del médico, me llamó la atención que en esos momentos y en ese ambiente, se fijara en un pequeño libro.
      Un abrazo.

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  3. ¡¡Memorias de un librero!! Tomo nota inmediatamente. Me gusta esa imagen de las personas cuando leen...y como bien dices, algunas se concentran en cualquier lugar, otras necesitan de un escenario más cuidado, etc. Sin embargo, me he dado cuenta de que todo esto puede cambiar...no "somos" constantemente lo mismo...y quienes antes se concentraban sin ningún problema, ahora quizá no pueden y viceversa...Supongo que influye mucho lo que te rodea o el tipo de ruido que haya en tu interior...
    Sé feliz y disfruta mucho de las lecturas. Un abrazo!!

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    1. Es verdad, María, lo que dices sobre la importancia de lo que llevamos dentro a la hora de concentrarnos o no en una lectura. No siempre estamos de igual ánimo, lo bueno de la lectura es que siempre hay un libro para cada momento. El del señor Yánover está escrito desde la ironía de un argentino que conoce mucho de la vida y de los libros. Tuve la suerte de que me lo descubriera una buena amiga, por eso quiero que también los demás lo disfruten.
      Gracias por tus buenos deseos y recibe un abrazo grande.

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Así es, hay mucho mundo fuera de la lectura. Pero ponemos tanto entusiasmo los letraheridos...
    A veces, leo caminando por la Isla o la Quinta o con la televisión encendida que no veo ni escucho, la ve y escucha mi madre. Preferir, prefiero el silencio; pero no siempre me es posible. En el campo, miel sobre hojuelas. En un jardín como el de la portada del libro que comentas, sería el Paraíso.
    Besos

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    1. A veces en mis paseos domingueros, he descubierto pequeño rincones de silencio y belleza parecidos a los de el cuadro,(cuadro que en cuanto lo vi, me dejó con la mirada clavada en él), y no lejos de nosotros. Algún día te contaré dónde están.
      Un abrazo.

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