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miércoles, 9 de septiembre de 2015

CARTAS PARA NAÚFRAGOS

La gente no deja de sorprenderme y la mayoría de las ocasiones, para bien. Últimamente se me han cruzado historias que así lo demuestran. Alguna que me han contado desde distintos medios, otras, como la que les voy a relatar a continuación, las he vivido en primera persona.
Me dirijo a mi trabajo, cabizbaja, pensando en lo que tengo que hacer nada más llegar. Delante de mí, un hombre con gafas de cristales negros, que se guía con la ayuda de un bastón, se dispone a girar hacia la derecha, justo  en una esquina del Teatro Principal. Al hacerlo, se da de bruces con unas de esas vallas metálicas, que a veces ponen para impedir el paso en las calles cortadas. Alguien las ha dejado ahí de forma descuidada, sobresaliendo más allá de la esquina del edificio. El hombre se detiene durante unos segundos, sin saber qué hacer. Me acerco a él y le pregunto:
-¿Necesita ayuda?
Él entonces reacciona empujando las vallas hacia el centro de la fachada del teatro.
No, gracias -contesta-. Voy a apartar ésto, por si pasa algún compañero, para que no se golpee con ellas.
Él se acaba de dar un buen golpe, pero no piensa en éso. Lo que centra su atención es evitar que alguien en sus mismas circunstancias, pueda sufrir la misma situación.
No hacen más que poner estorbos en medio -le digo.
Sí -contesta, ahora con una sonrisa.
Como veo que está bien, me despido de él para seguir mi camino.
Buen día -me desea.
Llego a mi trabajo con la sensación de que me acaban de abrir los ojos. 
Por la tarde, al llegar a casa, busco instintivamente un libro de poesía que estoy leyendo a pequeños sorbitos,  para que me dure más. Como si de un rico elixir se tratara. Es la Antología Poética de Ángel González. Y busco este poema, por aquello de que, de vez en cuando, me viene bien recordar las cosas importantes de la vida:

Ciego
¿Ciego a qué?
No a la luz:
a la vida.

¿Sordo a qué?
No al sonido:
a la música.

Abre los ojos,
oye:
nada ve,
nada escucha.

Como si al mundo entero 
una nevada súbita
lo hubiese recubierto
 de silencio y blancura.

Leer estos versos me traslada a una película que encontré en el mes de agosto, en la Biblioteca Pública, y que me sirve también como ejemplo del tema que estoy tratando, esta vez desde la ficción. Su título: "Cartas al Padre Jacob". El director y guionista de esta maravillosa historia es Klaus Härö.


"LA CARTA"
De Julián Alden


Una mujer condenada a cadena perpetua (durante la película sabremos el porqué), recibe la noticia de que se le ha conmutado la sentencia, y tras doce años de prisión, se le otorga la libertad. Su representante legal le comunica que tiene la posibilidad de empezar a trabajar como ayudante de un sacerdote, ya mayor, que vive sólo y que necesita que le ayuden, entre otras cosas, con la correspondencia. Dado que no tiene a donde ir, la mujer decide aceptar el trabajo. Al llegar a la casa del anciano, la mujer comprueba que es ciego. 
Dadas las circunstancias, todo parece ponerse a favor de que la mujer se aproveche del pobre viejo. Pero en esta historia, como en la vida misma, nada ni nadie es lo que parece.
Aparte de la mujer, la única persona que se acerca a la casa del sacerdote, es el cartero, que todos los días le lleva la correspondencia. A través de la lectura de esas cartas, y de las respuestas en forma de buenos consejos que el sacerdote va dando a cada uno de sus feligreses, iremos conociendo más sobre estos dos impresionantes seres humanos.
La sensibilidad del director-guionista de esta película no se ve sólo en la magnífica historia que ha escrito y dirigido. También en su banda sonora. En una de las escenas en la que el sacerdote le cuenta a la empleada como desde niño fue aprendiéndose de memoria los pasajes de la Biblia, el señor Härö ha elegido como fondo musical nada menos que "La Barcarola de los Cuentos de Hoffmann", una verdadera delicia para los oídos.
Pero no quiero engañarles, ésta es una historia triste, dura, porque es la historia de dos personas que parecen no tener nada, ni a nadie, excepto unas cuantas  cartas. Unas cartas que a la mujer le servirán para que abra su corazón a un hombre, al que no le importan los errores que ella haya cometido en el pasado. La acepta tal cual es. Y al sacerdote, esas misivas le harán sentirse útil. Serán el puente para que su ayuda llegue a los demás. 
Y aquí no me puedo resistir el ponerles otro poema de Ángel González:

¿Sabes que un papel puede...?

¿Sabes que un papel puede cortar como una navaja?

Simple papel en blanco,
una carta no escrita

me hace hoy sangrar.


La última carta que la mujer "lee", es la que va a mostrar a estos dos personajes el camino que el destino les tenía reservado.
No les cuento más, sólo pedirles que no se pierdan esta joya.


2 comentarios:

  1. Todos somos un poco náufragos y arrojamos nuestros mensajes al mar. Los blogueros no digamos...
    Veré esa película, pero la he visto ya con tus palabras. Con la música de "Barcarola".

    "El tiempo incinerado" te gustaría, poesía, aunque sea un diario.

    Besos,amiga caminante.

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    1. Los dos protagonistas de la película que comento lo son además porque sus circunstancias les han apartado del resto de la sociedad. Es una soledad también física. El paisaje desolador en el que viven es la forma que esa soledad se hace más patente.
      Tienes razón al decir que todos somos náufragos. Internet es la versión tecnológica de la botella en la que se mete el mensaje.
      Me has dejado con las ganas con lo que dices del libro que estáis comentando. Sólo oír mencionar la palabra poesía, se me abre el apetito lector. Quién sabe si en algún momento ese libro caerá en mis manos.
      Un abrazo grande.

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