Mi lista de blogs

jueves, 3 de julio de 2014

TRAPEROS E HIJOS


En el año 1936 él tenía siete años. Fue el año que murió su padre. No podía haber "elegido" peor año para morirse.
Como el crío era el mayor de dos hermanos, le tocó buscarse la vida, rebuscando entre los escombros para encontrar algo que vender o que fuera útil para casa. Así comenzó su carrera profesional como trapero. Tuvo que vérselas con hombres hechos y derechos, lo que le obligó a crecer a golpe de desengaños y traiciones. Pero además se le tatuó el silencio en la piel, con la tinta más indeleble que pueda haberse inventado: el miedo. Así se forjó su carácter: callado, reservado, hermético. "Cuidado con lo que hablas, cuidado con quién hablas".  Se aprendió tan bien la lección, que vio como una obligación el transmitírsela a sus descendientes.
El niño se hizo hombre, se casó y tuvo su primer descendiente: una niña, vaya por Dios, con lo que él estaba deseando tener un hijo varón. Quizás a la segunda... Pero la segunda también fue una niña, que murió al poco de nacer. Y la tercera, también hembra. Ya es mala suerte... A la cuarta parecía que iba a ser la vencida, pero no. Aunque esta vez sí nació un varón, vino al mundo con los ojos cerrados para siempre. Era como si el universo se hubiera cebado con este hombre.
Se encerró más en su trabajo. Al dedicarse también a la compra, y posterior venta de la lana de los colchones que la gente de los pueblos y de la capital le vendían, se le empezó a conocer como "el lanero". Para los niños era el "terrible" hombre del saco. Cuando le veían aparecer, era como si vieran al diablo. Esa leyenda la alimentaban las madres cuando alguno de sus críos no las obedecía: Como no te estés quieto -amenazaban las mujeres a sus pequeños-, te va a llevar el hombre del saco. Y el crío de marras no se movía ni con aceite hirviendo.
La vida familiar podía haber sido sencilla, pero ya se sabe que en la vida, todo es complicación. Y la suya, y la de sus hijas, comenzaron a complicarse cuando éstas empezaron a ir al colegio. Se le ocurrió a su mujer que debían ir a un buen colegio de pago. Eso le exigió más trabajo y sacrificio. En cuanto a las niñas, por el hecho de ser hijas de un simple trapero, no fueron aceptadas por todas las compañeras y profesoras de igual manera. De las dos, a la mayor fue a la que, como mayor que era, le tocó el peor papel. A veces tuvo que defender a su hermana pequeña ante algún que otro grupito de niñas bien, que habían decidido esperarlas a la salida para recordarlas quiénes eran y de dónde venían. En una de esas "reuniones espontáneas", una de esas niñas bien le reprochó a la mayor de las dos hermanas, que su padre olía mal. Por muy hija de un trapero que fuera, no iba a consentir eso, así que le contestó que peor olía su padre abogado, que se dedicaba a engañar a la gente. Se lo soltó sin pensar, sin ni siquiera conocer al ofendido. De lo que se trataba era de defenderse como gato panza arriba. Por paradojas de la vida, años después se supo que el mencionado abogado había estado en la cárcel por quedarse con un dinero que no era suyo.
En cuanto a las profesoras, la mayor de las niñas tuvo que repetir tres veces un cuestionario que le hicieron en el colegio, sólo porque en el apartado en el que le pedían la profesión del padre, ella resueltamente escribió: Trapero. La monja que recogió el cuestionario, consideró que esa no era una profesión lo suficientemente elegante para su elegante centro. Así que le pidió a la niña, que borrase semejante palabra, y pusiera en su lugar: Industrial. Pero la niña no estaba por la labor porque tenía muy claro cúal era el oficio de su padre. Así que insistió en poner lo que ella quería. Tres veces, se le hizo borrar esa palabra de tan poca clase. La niña, ya aburrida, tuvo que acceder a la exigencia de su tutora.
Pero las peleas también se daban en casa. Ya se sabe que no hay nada peor que una mujer con ganas de saber de todo. Y sus hijas tenía hambre de conocimiento. Sobre todo la mayor, que se pasaba la vida con la cabeza metida en los libros. Y así no hay quien pueda con ellas. Éstas no habían salido como él. A éstas nadie podía mandarlas callar, porque no hacían ni caso. Las peloteras que mantuvo el trapero sobre todo con su hija mayor, que lo cuestionaba todo, fueron sonoras. Y la más sonora de todas fue la de aquel día que al hombre se le ocurrió saltarle a sus hija mayor, que los libros no servían para nada. Ese día una especie de enorme grieta se abrió entre los dos, y el diálogo fue practicamente imposible.
Así fueron transcurriendo los años. Así se pasó la vida. Llegaron años de  más dolor. La pérdida de seres queridos, entre ellos, la hija menor. Eso dejó al trapero hecho, literalmente, un trapo. Ya nunca fue el mismo. Ese hombre que había sido capaz de llevar a cabo el más duro de los trabajos, sin ni siquiera susurrar la más mínima de las quejas, con la muerte de su hija menor,  se rindió. Dejó bien claro de palabra y obra, que ya no le importaba nada. Tras unos años de autocastigo que degeneró en un deterioro físico,  el día 30 del pasado mes de Junio, una insuficiencia renal, obligó al trapero a dejar esta vida que tan cruel había sido con él.
En cuanto a la mayor de sus hijas, que soy yo, también ha tenido que luchar varias veces con las bofetadas que le ha dado la vida. Pero a diferencia de su padre, el hecho de creer en el poder de la palabra escrita, le ha salvado del total hundimiento.
Uno de los libros que hizo que me sintiera menos sóla fue la Autobiografía de Kirk Douglas, que él tituló: "El Hijo del Trapero". A pesar de la distancia entre él y yo, nunca me sentí más cercana a una persona. Cuando leí las dificultades que el señor Douglas había tenido por el hecho de ser hijo de quien era, incluso en la relación con su padre, sentí que por fín había encontrado mi alma gemela.
He extraído del libro arriba mencionado un extracto en el que el señor Douglas habla de su profesión, el cúal explica muy bien el porqué de la importancia de la imaginación en la vida. Imaginación que pienso se puede desarrollar tanto en el caso, como es el suyo, de dedicarse a una profesión artística, o en el disfrute de placeres, como es el mío, de la lectura.
"Cuando las cosas se complican demasiado, matizo las realidades de la vida con la imaginación, atenúo la línea divisoria entre lo que es real y lo que es fantasía. Se trata de una medida de protección que permite que algo de la irrealidad de mi profesión se deslice en la realidad de mi vida. Suaviza los contornos".
Esta entrada es un pequeño homenaje a mi padre, que es el señor con gafas de la foto. Un homenaje que le hace su hija, que es la niña que él está sosteniendo en la foto.
No importa el tiempo que pase. He sido, soy, y seré, para siempre, y a mucha honra, la hija del trapero.

3 comentarios:

  1. Pensaba que estabas hablando de una novela...después ya me he dado cuenta de que hablas de tu padre y que ha fallecido recientemente. Desde aquí te envío un abrazo.

    A mucha honra, qué ridícula la monjita. Las monjas solían ser muy clasistas, lo digo en pasado porque confío en que hayan ido evolucionando. Un señor que salió adelante con su trabajo honrado merece todos los respetos.

    Una entrada redactada con el corazón.

    Besos, Dorcas...digo C...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Abejita:
      Incluso cuando hablo de experiencias propias, utilizo como muletilla el título de algún libro. Los libros siempre han formado parte importante en mi vida. Y por otro lado, pienso que así mis entradas son más fáciles de digerir. Sea cual sea la situación, intento envolverla con un poco de belleza, y la parte literaria aporta ese ingrediente.
      Gracias amiga caminante por tu mensaje, y porque siempre me das con tus opiniones, una visión más amplia de los temas.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Y muy buena envoltura literaria la que le das.

    Un abrazo

    ResponderEliminar