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domingo, 6 de julio de 2014

EL CARTERO

"CARTERO ROULIN"
De Vincent Van Gogh



En el siglo pasado la gente escribía cartas a mano y las enviaba dentro de un sobre debidamente sellado. Había quien lo hacía con un bolígrafo, otros preferían la pluma. En aquellos tiempos las cartas las repartía un empleado de correos: el cartero. En algunos pueblos, los carteros hacían el reparto a pie o sobre una bicicleta que pesaba bastante más que las de ahora, pues en la época a la que me refiero, las bicicletas eran de hierro.
El cartero no era sólo el repartidor, era también un confidente, pues en algunos lugares había gente que no sabía leer, y el cartero tenía que leerles la correspondencia. Como entonces los trabajos eran de por vida, un cartero estaba en su puesto hasta que se jubilaba o moría, por lo que todo el mundo le conocía y a su vez, el cartero conocía a los receptores del correo que él repartía.
En esos tiempos el cartero tenía que hacer también de psicólogo, cuando las noticias que llegaban no eran buenas.
Yo tenía un tío cartero. Tenía el pelo de tono entre rubio y pelirojo. Sus ojos pequeños, azules, eran capaces de leerte el alma. Leía tu rostro con la misma facilidad que leía las cartas a quien se lo solicitaba.
En invierno solía cubrir su pelo claro con una boina. Lucía una larga barba que le daba aspecto como de un hermano de Santa Klaus. Cuando la gente veía desde lejos su boina negra en invierno, o su pelo rubio-zanahoria, en verano, sabían que tenían carta.
Los pies de mi tío habían recorrido muchos, muchos kilómetros, pero nunca dejó de repartir debidamente las cartas.
Él conocía las tristezas y las alegrías de los vecinos. Sabía de los nacimientos y de las muertes de cada familia. Jamás traicionó la confianza de ninguno de ellos. Si las noticias que llegaban eran buenas, andaba jovial el resto del camino que le pudiera faltar por recorrer. Si en la carta que tenía que leer había malas noticias, las vivía con el receptor en silencio.
Un día intenté tentarle para que me contara algo de lo que había leído en las muchas cartas que había repartido. Su respuesta no se hizo esperar: eso es cosa de cada cual.
Pero en esta vida nadie es perfecto, mi tío cartero tampoco lo era.  Durante muchos años le estuve escribiendo cartas, pues él y su familia vivían en Galicia. Jamás me respondió. Cada verano que íbamos allí,  le echaba en cara que no me respondiera y le preguntaba qué sería de los carteros,  si nadie escribiese como él hacía. A lo que me respondió con su tono irónico: bueno, ya escribes tú por los dos.
Las cosas han cambiado mucho. Ahora con eso de ahorrar papel, cada vez son más los que envían sus noticias por amail. Pero no es lo mismo. Hay algo de ritual en ponerse a escribir una carta a mano, en el colocar todo el material necesario en la mesa. La pluma, una carga de repuesto, por si nos alargamos y gastamos la que tiene puesta, unos cuantos folios, el sobre, el sello, la agenda con la dirección de aquellos a los que escribimos, y un corrector, por si nos equivocamos en algo, no enviarla con borrones.
Cuando empezamos a escribir, nos aislamos del resto del mundo. Mantenemos un diálogo con aquel o aquellos a los que nos dirigimos y, a la vez, nos podemos imaginar qué pensará o dirá cuando reciba nuestras noticias.
Alguna vez me ha pasado que no sabía muy bien cómo comenzar. Pero una vez superado este breve momento de duda, las palabras fluyen en cascada de mi pluma. Porque yo soy de las clásicas, suelo escribir con pluma. Y quien recibe ese correo, al leerlo, me tiene a su lado. Es un diálogo íntimo. Tengo un grupito de gente con la que sigo carteándome, y cuando recibo sus cartas, es como si me enviaran un regalo. No dejo de sorprenderme con cada una de sus misivas. Y a veces las espero con impaciencia.
Gracias desde aquí a los que me siguen escribiendo cartas. Y gracias a los carteros que con buen o mal tiempo, siguen haciendo posible algo tan bonito como es el recibir un sobre con pedacitos de vida de aquellos que tenemos lejos.

6 comentarios:

  1. La verdad...no recuerdo cuándo escribí la última carta a mano. Ni comparar con un correo electrónico, eso es otra cosa. Ahora rige la inmediatez y los correos electrónicos no son "pedacitos de vida"...son otra cosa.

    No tengo pluma, escribo con boli o con "Pilot" y poco...Lo de mi blog no pasa por el papel, escribo directamente en el ordenador y ya no sé hacerlo de otra manera. Sólo escribo a mano las correcciones a los trabajos y exámenes de mis alumnos, en clase ya no hay pizarras de escribir con tiza...lo que enseño a mis alumnos ya lo llevo escrito en mis presentaciones de Power Point; más tecleo, poco manuscrito...No lo añoro, escribí mucho a mano en el pasado, tanto que mis compañeros me decían que parecía un monje de Silos.
    A los carteros nunca les di mucho trabajo, ni ahora ni antes. Pero me parece muy bonito lo que escribes de tu tío. Un trabajo humano, muy humano.

    Un abrazo amiga paseante

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    1. Hay que estar en el mundo, Abejita, pero de vez en cuando también hay que disfrutar del tiempo de otra manera. Las nuevas tecnologías son importantes y no se pueden ignorar, sería absurdo vivir al margen de ellas. Pero cuando se trata de escribir una carta personal, ahí sí que me detengo y disfruto.
      Un abrazo.

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  2. Yo he llegado a recibir una carta dirigida a mí en la que casi todo estaba equivocado en el sobre. No tuve el gesto de buscar al cartero de mi zona para agradecérselo. Me he arrepentido siempre.

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    1. Hubo un tiempo en que los carteros conocían a todas las personas por su nombre y por su rostro, por eso si había algún dato equivocado, te localizaban igual (eso es profesionalidad). Ahora ya no nos vemos las caras tanto pues la gente está trabajando y los carteros cambian más a menudo que antes por aquello de la "rotación" laboral.
      Hubiera sido bonito que pudieras haber hablado con él.
      Saludos, Pedro.

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  3. Es una pena las costumbres que se pierden con el progreso. Me gustan las cartas por que las cosas se dicen de otra manera. Es muy entrañable esa figura del cartero de antes, con menos prisas, y más dedicación.
    Una buena entrada.

    Abrazos

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    1. Hola Pamisola:
      Es curiosa la paradoja, ahora hay más máquinas para facilitarnos la vida y sin embargo, tenemos menos tiempo para detenernos a hablar con la gente que nos rodea diariamente. La prisa es nuestra mayor enemiga. Hay que pararse de vez y cuando y disfrutar.
      Gracias por tu visita.

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