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sábado, 7 de junio de 2014

ALGUNOS HOMBRES BUENOS

Rumanía-Maramures-fiesta
(fotografía sacada de Internet)





A veces me pregunto quién logra que un determinado cliché sobre una persona o un país se extienda y se convierta en una verdad incuestionable. Cada uno parece tener una "fama".  De los españoles, por ejemplo, se dice que vivimos bien, que somos dados a la fiesta, como si aquí no hubiera gente pobre o aburrida. En el caso de los rumanos, por ejemplo, parecen despertar una cierta desconfianza.
Durante el boom de la construcción en España, muchos rumanos vinieron a nuestro país en busca de trabajo. Las mujeres solían trabajar en el sector de servicios, o como empleadas de hogar. Los hombres solían ser contratados en la construcción.
Lo que más llamaba la atención de ellos eran las ganas que tenían de integrarse, sobre todo en el caso de las mujeres, aprendían enseguida nuestro idioma. Se informaban de las ayudas que podían solicitar. Intentaban relacionarse con la gente de aquí.
Para poder pagar alquileres un tanto desorbitados por casas más bien viejas, tenían que trabajar duro. Algunos de ellos cobraron un salario menor del que les hubiera correspondido, y en algunos casos, ni tenían Seguridad Social.
En mi barrio también se notó su presencia.
Un domingo me encontré con que no tenía línea telefónica y debía telefonear a un médico de Urgencias. Llamé a varias vecinas a ver si me podían dejar utilizar su teléfono,  pero como estábamos en un puente festivo, se encontraban ausentes. Entonces me acordé de un vecino que solía encontrarme a la puerta de su casa, sita en el bajo de un bloque cercano al mío. Le expliqué mi situación y que no tenía un móvil desde el que poder llamar, (sí, yo fui una de esas personas que, durante mucho tiempo, se resistió a comprarse un móvil). Enseguida me dejó el suyo para que llamara, después de invitarme a entrar en su casa.
Cuando acabé de hablar por teléfono, me di cuenta que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Me dijo su nombre y yo le dije a él el mío. Estuvimos charlando unos minutos. Fue entonces cuando me dijo que era de Rumanía.
Le pregunté cúanto le debía por la llamada. Él me dijo que nada. Ya me iba a ir después de darle las gracias,  cuando me pidió que esperara un momento. Se ausentó y enseguida volvió con una barra de pan en la mano.
Toma -me dijo con una sonrisa-, para que pruebes el pan que yo hago. Ahora trabajo de panadero.
Me quedé totalmente sorprendida. Después de que había ido a molestarle, me hacía un regalo.
Como me veía dubitativa, insistió.
-Cógelo, es bueno. Lo  he hecho yo.
Y volvió a sonreir.
Según volvía a mi casa, pensé en qué injustos somos a veces al juzgar a las personas por cosas tan absurdas como su país de origen. Como si eso determinara al cien por cien, su forma de ser o de actuar.
Más tarde bajé a comprar unas cosas que necesitaba en casa. Al pasar por una confitería pensé que debía responder al detalle que ese buen vecino había tenido conmigo, así que cogí una caja de bombones y se la llevé.
La cara que puso de sorpresa era para haberla grabado.
Supongo que no estaba muy acostumbrado a que le agasajaran.
En un principio la rechazó, pero yo hice como él había hecho conmigo,  y le insistí.
A partir de ahí todo cambió. Cuando nos encontrábamos en la calle, nos saludábamos de una manera más cordial.
Hasta que un día dejé de encontrármelo. Fue a partir de que en mi calle se realizaran las obras de rehabilitación. El ayuntamiento arregló la calle, y los que allí vivíamos, arreglamos también nuestras casas.
Entonces se acabaron las obras, el trabajo. Y muchas de las personas que habían venido de otros países, se fueron. Entre ellos mi buen vecino, el panadero. Supongo que al rehabilitar la casa, el propietario vio la ocasión de subir el precio del alquiler. Lo que unido al hecho de que muchos puestos de trabajo ya no existían, hizo que personas como mi vecino rumano,  ya no pudieran seguir viviendo allí.
A veces la vida nos pone en el camino personas que nos demuestran que no se puede juzgar a nadie sin conocerlo, e incluso después, tampoco tenemos ese derecho.
Personas malas hay en todas partes del mundo, como las hay buenas también. Deberíamos aprender a relajarnos, e intentar hablar más unos con otros. Nos daríamos cuenta que pueden ser más las cosas que nos unen que las que nos separan.
No hace mucho éramos nosotros, los españoles, los que teníamos que ir a otros países a trabajar. Y ahora, parece que se repite la historia. Así que mejor no creernos que somos el centro del universo. Si levantamos la vista de nuestro ombligo, descubriremos que más allá de él, existen algunos hombres buenos.

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