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lunes, 28 de abril de 2014

¡ESTORBO DE VIEJOS!



Imagen sacada de Internet


Cúantas noches te pasaste sin dormir, pendiente de cada uno de los tres hijos que la vida te dio. Que si una gripe, que si una diarrea, que si el apendicitis del más pequeño, que casi te mata del susto. A veces te turnabas con tu marido, pero las menos, porque él tenía que madrugar para ir al trabajo. Y como tú no trabajabas...
Según iban creciendo tus hijos,  se iban haciendo también más grandes sus problemas. Que si el examen de matemáticas, que el pequeño no podía suspender, porque ya era su última oportunidad. Que si la chica que le gustaba al mediano le había plantado sin explicación, y empezaba a salir con gente poco conveniente y, lo que es peor, a beber, por aquello de olvidar. Y tú ahí, haciendo guardias, como los guardabarreras, para que ninguno de ellos descarrilara.
Luego te fueron trayendo a casa a sus novias. Que si hoy comemos con vosotros, para que podáis ir conociéndola. Que si no te importa que celebremos mi cumpleaños en casa todos juntos, por aquello de que estamos ahorrando para dar una entrada para nuestro pisito. Como el pisito, ya caro de por sí, encima había que amueblarlo, pues ya se sabe: que si nos podéis echar una manita, que estamos empezando. Y tú y tu marido, os arrascásteis los bolsillos, y no una, sino tres veces. Que no era cosa de ayudar a uno y al otro no. Todos eran hijos, y todos merecían vuestro sacrificio.
Luego fueron llegando los nietos. Primero de uno en uno. Pero luego, hasta hubo un parto doble.  
Como tu marido ya se había jubilado y tu no trabajabas... Pues que si no os importaba echar una manita con los niños. Y, ¡hala! vuelta a empezar. Que si una gripe, que si una diarrea, que si esta noche te quedas sin dormir como la anterior. Esta vez tu marido te turnó más a menudo, pero al final a ti te tocaron más guardias, por aquello de la experiencia.
Un día tu marido te dejó, se fue a ese lugar del que nadie ha vuelto. Todos te dijeron entonces que no ibas a tener ningún problema. Que ellos iban a estar ahí siempre, ayudándote y haciéndote compañía. Y tú te lo creíste, como es natural. Así que cuando te pusiste enferma y tuviste que ir al médico, llamaste al mayor, que era el que tenía un horario más flexible, pues daba clases en la universidad sólo unas horas a la semana. La lógica te indicó que era a él, al que mejor podías pedirle el favor. Y entonces empezaron los problemas. Que ya lo sentía pero no le venía bien, que mejor llamases a sus hermanos. Y así marcaste cada uno de sus teléfonos y,  al final, tuviste que ir  sóla a la consulta. Y no esa, sino todas las siguientes veces, porque cuando te dijeron que tus hijos no podían, se te ocurrió la mala idea de proponer que te acompañara alguna de tus nueras, y fue peor: Que si mamá, como se te ocurre, con el trabajo, y los niños,  y la casa. Hasta que te enteraste de que el horario de su trabajo no era de 24 horas al día. Los niños, los más pequeños, estaban ya en la guardería, y los otros en el colegio. Y en cuanto a la casa, estaban tan poco en ella, que no sabían ni dónde se guardaba la mopa.  Y lo viste normal, los tiempos estaban cambiando, y para bien. Y eso te alegró, por ellos.
Decidiste que lo mejor era no molestar, y ya no llamaste más para pedir que te acompañaran a ningún lugar.
Hasta que un día fue uno de ellos, el mediano, el que te llamó para invitarte a comer en su casa, con su mujer y sus dos hijos. Y con las mujeres y los hijos de sus dos hermanos. Y tú te pusiste más contenta que unas castañuelas, pensando que no eran tan descastados como habías creído.
Te agasajaron con un ramo de flores, y besos, y abrazos. Y te pusieron una mesa digna de una reina. Todo estaba riquísimo. Hasta repetiste postre. Y fue entonces, en los postres, cuando calló el chaparrón. Estabas aún rebañando el plato donde te habían servido un trozo de tarta de manzana, tu preferida, cuando el mayor de tus hijos te hizo saber que habían hablado entre ellos, y habían llegado  a la conclusión que como la casa donde vivías era muy grande para tí sóla, habían pensado que estarías mejor en una residencia de esas tan bonitas, alegres y confortables que había ahora, y así se podía vender la casa, tú casa, y sacar un buen precio. Una de tus nueras aseguró que ahora era el mejor de los momentos para vender propiedades. Y entonces la tarta de manzana se te agrió en el estómago. Todo lo que habías comido se volvió vinagre. Y las bonitas flores que te habían regalado, parecieron marchitarse ante tus ojos.
Todavía no sabes de dónde sacaste la fuerza para contestarles:
-¡Ni hablar! No se os ocurra ni pensarlo.
Y el mayor volvió al ataque:
- Pero mamá, si lo hacemos por tu bien, para que no estés tanto tiempo sóla.
-Esa casa la compró tu padre con el sudor de su frente, y no voy a venderla.
La conversación se fue calentando, así que decidiste cortar por lo sano. Ya ibas a levantarte, cuando el más pequeño dijo la frase menos afortunada que podía habérsele ocurrido.
-Mamá, no deberías ser tan egoísta. Podías tener un gesto con nosotros.
Fue como una puñalada directa al corazón. Se te congeló la sangre, ibas a decirle algo que no hubiera podido olvidar, cuando, en una fracción de segundo, se te ocurrió que tu hijo podía tener razón, deberías tener un gesto hacia ellos. Y, entonces, como mediante un resorte que salió de lo más profundo de tu ser, se te ocurrió ese gesto, que uno de tus nietos, que durante vuestra conversación estaba jugando con su cámara de fotos, inmortalizó para la eternidad. Después de lo cúal te levantaste de la mesa, cogiste tu chal y tu bolso, y saliste de esa casa, a la que no volviste jamás.
Aún deben estar preguntándose por dónde andas.








Con motivo de la proximidad del 1 de Mayo, Día del Trabajo, dedico esta entrada a esa generación de hombres y mujeres que siendo hijos, padres, y ahora abuelos, no han hecho otra cosa en su vida más que trabajar.

2 comentarios:

  1. Un merecido homenaje a nuestros mayores que les tocó el peor de los tiempos...
    Besos, amiga caminante.

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  2. Hola Abejita:
    Esas personas que ahora son abuelos, tuvieron que crecer, e incluso formar sus familias, rodeados de privaciones y silencios impuestos. Años después, parecía que las cosas iban mejorando, y creyeron que un mundo mejor iba a ser posible para sus descendientes. Ahora muchos de ellos, tienen que dedicarse a recoger las "cenizas" en que se han convertido sus hijos y sus nietos. Han tenido que volver a la vida activa para ayudarles, como lo hicieron cuando eran más jóvenes. Y no sólo no se valora el esfuerzo que están haciendo, sino que en algunos casos, incluso se abusa de ellos. Eso por no hablar de la soledad a la que muchos ancianos han sido desterrados.
    Lo que les estamos dando ahora a ellos, un día no muy lejano, nos lo vamos a tener que comer nosotros.
    No aprendemos.
    En este día del Trabajo, que casi suena a ironía, te mando un abrazo grande, amiga Abejita.

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