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martes, 18 de noviembre de 2014

CINEMA ANECDOTARIO

"NIÑOS EN EL CINE, USA (1958)
De Wayne Miller
(Imagen sacada de Internet)



De vez en cuando me gusta ir a ver una película de animación, o como decía cuando era pequeña, de dibujos animados. Hay que reconocer que éste es un género que ha avanzado mucho. Hay dibujantes muy, pero que muy buenos. A eso hay que añadir el desarrollo de las tecnologías. El resultado es que la movilidad de los personajes, la nitidez de los colores y las formas,  el sonido, son mucho mejor que hace unos años. Pero para mí este tipo de películas tiene un aliciente más: que puedo disfrutar de las caras y los gestos de los chavales que están en la sala. Son todo un espectáculo en sí mismos.
Recuerdo que hace ya unos años fui con una amiga a un pueblo de Cáceres, que tendrán que perdonar que no diga el nombre pues, la verdad, ahora mismo no logro recordarlo.  De lo que sí me acuerdo es de lo bien que lo pasamos una tarde-noche en particular. Habíamos salido a dar un paseo, y vimos un edificio cuya fachada nos llamó la atención. Parecía uno de esos teatros antiguos, cuya puerta principal estaba coronada por una gran piedra con forma de pirámide. La pintura de color amarillo de la fachada ya estaba un poco picada, aún así mantenía algo de la elegancia que en su tiempo debió de lucir. Al acercarnos a la puerta, vimos que en ella había un cartel que anunciaba una película para las veintidos horas de ese mismo día. No indicaba mucha información sobre la película, pero pensamos que podía ser interesante entrar y, de paso, conocer ese edificio antiguo por dentro.
Cuando llegamos por la noche, nos encontramos un montón de chavales en la puerta. Nos chocó ver tanto niño que no habíamos visto días anteriores por allí.
La taquilla consistía en una pequeña ventanilla, desde la que un hombre de mediana edad, con sonrisa tierna, vendía las entradas.
Nada más traspasar la puerta principal, a la izquierda,  había un pequeño mostrador donde una mujer servía las palomitas y demás golosinas. Avanzando hacia la derecha,  te encontrabas con otra puerta, que daba a la sala de proyección. Nada más entrar, sentimos como si hubiéramos retrocedido en el tiempo. Los asientos eran de madera, pero de madera antigua. Forrados con una tela de color granate. No eran muchas las filas que había, pero sí eran largas pues la sala era más ancha de lo que desde fuera podías imaginar. Al fondo había un escenario como el de los antiguos teatros de variedades. El suelo también de madera. En medio había una especie de caseta con adornos grabados en la misma madera, que supusimos era el lugar desde donde se indicaba los diálogos a los actores más olvidadizos. Y al fondo, la gran pantalla, custodiada, por ambos lados, por unas cortinas de terciopelo del mismo tono que la tela de los asientos.
Como las entradas no eran numeradas, buscamos una fila y unas butacas más bien centradas. Al mirar alrededor vimos que éramos, de momento, las únicas personas adultas que había en la sala. Apenas unos minutos después, empezaron a  aparecer algunos padres que acompañaban a sus hijos.
Los chavales entraban revolucionados. Imagínense: mes de Agosto. Vacaciones. Todo el tiempo del mundo para hacer lo que más les apeteciera. Sin límite de horario, no como en invierno. Parecían "olas" de gorriones en busca de una buena miga de pan.
Mi amiga y yo nos miramos.
Me parece que nos van a dar la pelí -dije casi en un susurro.
Pues sí -contestó mi amiga con una sonrisa burlona.
Ambas nos equivocamos.
Cuando se apagaron las luces, fue como si una mano invisible colocase cada uno de los cuerpecitos en sus respectivas butacas. Se oyó algún que otro "chist" para hacer que el silencio hiciera acto de presencia. Y ya nadie se movió.
La película contaba las peripecias de una joven inglesa que se iba de viaje a África. Allí tenía más de una aventura, pero como la joven en cuestión era valiente y decidida, salía airosa de todas las situaciones, por dificultosas que éstas fueran. Una de ellas en especial, hizo que la sala se llenara de risas. La joven viajaba con un montón de equipaje. Cosa que a ella no le impedía su avance por el paisaje africano, pues con ella iban porteadores que cargaban con sus pesados baúles.
Como buena inglesa, no podía pasar por alto la hora del té, estuviera donde estuviera. Y allí mismo, en mitad de una esplanada, con un calor de solemnidad, hizo que le pusieran el servicio completo del té. Y cuando digo completo, quiero decir eso. Hasta la porcelana fina se llevó la joven a África. Estaba degustando uno de los dulces que tenía para acompañar el té, cuando se sintió un temblor en la tierra. Aparecieron diferentes animales corriendo, como si huyeran de algo. Efecivamente, eso era lo que hacían: huir. Pues no lejos de donde se encontraba la joven tomando su té, se había producido una desbandada de elefantes, que en su carrera, hacían temblar la tierra por donde pisaban.
La joven, haciendo uso de su flema natural, ni se inmutó. Lo único que hizo fue sujetar su taza y el platillo donde reposaba ésta, para evitar que se rompieran,  y se derramara el exquisito líquido que la primera contenía.
La sala se llenó de un estallido de risas al ver semejante contraste: una joven en mitad de una desbandada de elefantes, sujetando unas piezas de porcelana inglesa, eso sí, sin despeinarse.
De repente, la proyección se cortó, las luces se encendieron.
Vaya -pensé. Algún fallo técnico.
Pues no. La razón de semejante corte nos la explicó un chaval sentado justo en la fila siguiente a la nuestra.
¡Tiempo de ir al baño! -gritó, a la vez que se ponía de pie.
Y la desbandada, esta vez de críos, se reprodujo en la sala.
Creo que es el *pipí-break  -comenté irónicamente a mi amiga.
Cuando poco después, una voz desde un altavoz, que parecía estornudar el mensaje, indicó que la proyección se iba a reanudar, los "gorriones" volvieron otra vez a sus asientos, y se volvió a producir el milagro del silencio.
Ésta fue, sin duda, una de las mejores sesiones de cine que yo he vivido.
¡Ah!, por si les ha quedado la curiosidad de saber cómo acabó la película, les diré que, como no podía ser de otra forma, la joven inglesa volvió a su país sana y salva, al igual que su completísimo servicio de té.

Sigo practicando la afición de entrar a ver cine de animación.  No hace mucho, estaba viendo la información sobre una de estas películas que habían puesto en la sala de espera de un cine de mi ciudad, cuando se acercaron dos chavales que tendrían, más o menos, siete u ocho años.
¿Te ha gustado esta película? -le preguntó uno al otro, señalando las fotografías de la película que yo había estado mirando.
Vaya -contestó el otro. Me ha parecido un poco infantil.
No pude evitar que se me escapara una carcajada. Entonces me fui resuelta a la taquilla para comprar una entrada y ver esa película.  Me lo pasé "bomba".

Hagánme caso, entren a disfrutar del cine "infantil".  Viene bien, de vez en cuando, dejar salir al niño que todos llevamos dentro.




*expresión inglesa para indicar el tiempo de ir al baño.

2 comentarios:

  1. Nunca olvidaré el día que vi a E.T. con mi sobrino cuando era pequeñito.
    Perdemos mucho con la edad, aunque ganemos algo...¿Ganamos algo?
    Besos, amiga

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    Respuestas
    1. Ganamos experiencia y el ver las cosas que realmente tienen importancia. Los niños ésto último saben hacerlo instintivamente, el problema es que les "domamos" enseguida.
      Un abrazo y gracias por la sensibilidad que siempre me aportas con tus comentarios.

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