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sábado, 8 de marzo de 2014

UN SIMPLE PROFESOR

"EL PROFESOR DE ESCUELA"
de Jules David



Estando un día paseando con una amiga, nos encontramos con unos conocidos de ella. Tras saludarles, parece ser que mi amiga se sintió en la obligación de explicarme:
-Ella ocupa un puesto de responsabilidad en un banco. Él es un simple profesor. Aquí la que vale es ella.
Todavía hoy no sé qué me molestó más, si el que hubiera elegido un adjetivo tan inadecuado como es "simple" para calificar el sustantivo profesor, o el tono un tanto despectivo con que pronunció la segunda frase.

Hace unos años decidí aprender inglés, así que me matriculé en una academia. Allí tuve la gran suerte de coincidir con uno de los mejores profesores que he tenido en mi vida. Recuerdo que el primer día se dirigió a nosotros de esta manera:
-Mi obligación es enseñarles a ustedes todo lo que sé. La suya es poner el interés y trabajo personal para conseguir aprenderlo.  Si alguien no está conforme con cumplir con su parte, le ruego que abandone la clase en este instante, así evitará que tanto sus compañeros como yo, perdamos el tiempo. Nadie abandonó la clase en ese momento, aunque hubo un par de alumnos que sí tuvieron que hacerlo habiendo avanzado el curso, pues no soportaron el nivel de exigencia, y decidieron abandonar.
 Ese profesor se llamaba Don Manuel. Tenía un profundo sentido del deber. La puntualidad era una de sus cualidades como docente, la otra era el amplio conocimiento que tenía de la materia que nos impartía. Sus clases duraban siempre más de sesenta minutos y, sin embargo, se nos hacían cortísimas.
Un día no se presentó a la hora de comenzar la clase. Los demás se fueron pero yo decidí esperarle, imaginándome que tendría una buena razón para no estar allí, y sabiendo que aparecería en cualquier momento. Así fue. Cuando llegó, ya pasada la hora, venía desencajado porque había tenido un percance con el coche. Se disculpó y me dijo que esa hora se recuperaría durante la semana. Cumplió con su palabra.

En  un curso de inglés que hice en la universidad, tuve a una profesora que desde el primer momento me atrapó con su agilidad y con la ilusión con las que impartía todo lo que sabía sobre el idioma que, como demostró, era mucho. Se llamaba Marisa.
Un día al corregirme una frase que había dicho delante de toda la clase, le dije que no estaba de acuerdo con esa corrección, que pensaba que la había hecho correctamente. Ella insistió en que estaba equivocada, así que preferí callarme. Al llegar a casa, comprobé que era yo quien tenía razón. Estuve dándole vueltas toda la noche, sobre cómo podía reanudar nuestra conversación de ese día para aclararlo todo. No me hizo falta seguir preocupándome. Nada más comenzar la clase nos explicó:
¿Recordáis -dijo-, la discusión que tuvimos ayer vuestra compañera y yo sobre ésta frase? Lo he comprobado, y he visto que ella estaba en lo cierto por lo que, pido disculpas y os transcribo en la pizarra la frase de forma correcta.
Podía habérmelo dicho en privado o, incluso, haberlo dejado pasar. Sin embargo tuvo la humildad y la honradez de aclararlo delante de toda la clase. Eso sólo lo hacen los grandes de verdad.

En uno de mis paseos domingueros, coincidí con una conocida que es profesora. Me comentó que estaba pasando una mala racha pues le habían advertido que si volvía a desobedecer las órdenes de la dirección, se le abriría expediente. Al parecer se había animado con eso de ser buena profesora, y en lugar de limitarse a tener calladitos y quietecitos a sus alumnos, dejando simplemente pasar las horas tontamente tal y como le habían ordenado,  se atrevió a avanzar en la materia.
¡Insensata!, ¿cómo se le pudo ocurrir pretender que sus alumnos aprendieran un poco más de lo establecido en el programa? Si se permitieran desatinos como ése, podría contagiarse al alumnado de unas terribles ganas de aprender, y eso sería nefasto para ellos. Y si esa fiebre de un más amplio conocimiento se extendiera a otras aulas o, peor aún, a otros centros, la cosa podría acabar en epidemia.

Una de las cualidades más características de cualquier dictador que se precie es intentar, por todos los medios, que el pueblo al que dice representar, viva en la más absoluta de las ignorancias. Y para eso no escatima medios. Se puede hacer por la fuerza pero, claro, eso tiene mala prensa. Es entonces cuando, en un alarde de ingenio, se decide hacer de forma más civilizada, por no decir, sibilina. Bien mediante recortes en los presupuestos para cosas tan importantes como puede ser la enseñanza pública, o bien mediante la aprobación de normas, reglas, incluso leyes, que obstaculicen lo más posible la labor de los que son una de las fuentes del conocimiento: los profesores. El problema surge cuando algunos de éstos no pasan por el aro. Es entonces cuando se pide la colaboración tanto del resto del personal de los centros como, incluso, de los padres de los alumnos. Y aunque parezca mentira, siempre hay alguno en ambos grupos que bien por intereses políticos, o bien por intereses meramente privados  que, en algunos casos, vienen a ser lo mismo, están dispuestos a crear intrigas al lado de las cuales, las de la época de los Tudor, parecerían meras chapuzas.
Tal y como nos están dejando el país los políticos que nos toca sufrir, nosotros y, sobre todo, las generaciones venideras, vamos a necesitar de profesionales que nos armen con su conocimiento. ¿Y quiénes mejor que los profesores?  Así que desde estas líneas yo les pido que no se desanimen, que no se rindan. Que sigan siendo lo que han sido hasta ahora: unos "simples" buenísimos profesores.

4 comentarios:

  1. No puede haber una sociedad moderna y avanzada sin buenos profesores. Más escuelas y mejores profesores era el lema de la II República. Y se les aumentó el sueldo, se les formó mejor y se les dio libertad de acción en las cuestiones pedagógicas. A imitar, sin duda.

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    1. Si se sabe lo que se ha perdido ¿por qué la gente no reclama un modelo como aquel?
      Actualmente hay profesores bien preparados ¿por qué se les condena a dar un mínimo de su potencial cuando podrían dar mucho más?
      Los padres de los alumnos ¿no deberían decir algo al respecto?
      Parece que en el gremio de la educación, como en otros, la misiva fuera perseguir al buen profesional, en lugar de incentivarlo. De verdad que parece de locos.
      Gracias por tu comentario, Pedro.

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  2. Respuestas
    1. Ten mucho ánimo, Abejita. Al final la razón siempre se impone. Aunque si tienes que utilizar alguna vez tu "aguijón", no dudes en hacerlo.
      No dejes de querer siempre lo mejor para tus alumnos, siempre habrá alguno que lo valore como es debido y te lo agradezca.
      Gracias por visitar mi blog y saludos.

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