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domingo, 23 de marzo de 2014

SORDOS, QUE NO MUDOS






Hace unos días que acabé esta novela de la que quiero hablar: "La Larga Vida de Marianna Ucría". En ella su autora, Dacia Maraini, nos relata con un lenguaje bellísimo una terrible historia. La de una niña a la que sus padres casan con su tío que acaba de quedarse viudo. Esas cosas ocurrían en la Italia del siglo XVlll.
La primera escena nos deja claro que no va a ver concesiones por parte de la autora. Te cuenta las cosas tal cual eran. Una niña es llevada por su padre a lugares que una cría no debería visitar nunca. La hace testigo de una ejecución pública. Según se va avanzando en la historia, se sabrá el porqué de semejante acto.
Marianna es una niña sorda, lo que la hace parecer ante los otros un ser diferente, extraño, incluso maldito. Pero Marianna que, encerrada en su silencio, es capaz de oir los pensamientos de los demás, encontrará en los libros y en la escritura la manera de escapar del destino que le habían designado.
La vida de Marianna es durísima, pero en ella hay también un espacio para el amor. Son precisamente los momentos descriptivos de los encuentros de Marianna con el joven que ama, los más bellos de la novela. Novela que está muy bien documentada y muy bien traducida, lo que le añade un valor más.

La biografía de la autora nos descubre que cuando habla de lo más bajo de la condición humana, sabe exactamente de lo que está hablando. La familia de la señora Maraini tuvo que abandonar la Italia fascista. El padre, Fosco Maraini, que era etnólogo y orientalista, obtuvo una beca internacional para estudiar a los hainu, pueblo autóctono del Japón. Y allí se trasladó toda la familia en 1938. Entre los años 1943 y 1946, los Maraini fueron internados en un campo de concentración  por negarse a firmar su adhesión a la república de Saló. El infierno cesaría con la llegada del ejército americano.

Hace no mucho, participé en una tertulia literaria que se celebraba en la Biblioteca Pública de Burgos.  Allí tuve la oportunidad de conocer a una chica que ahora la considero amiga. Esta amiga es sorda, que no muda. Si digo esto es por evitar que al leer el dato de su discapacidad, les ocurra lo que a mí, que daba por hecho que todos los sordos son mudos. Ella me ha enseñado que esta creencia es errónea. Si las personas sordas no hablan, no es porque no puedan hacerlo. Es porque al no oír, no han podido aprender las palabras. Todos hemos aprendido a hablar de pequeños a base de oir repetir una y otra vez las palabras que nos decían nuestros padres primero, y nuestros profesores y el resto de las personas de nuestro entorno, después. Pero si una persona no oye, ¿cómo va a ser capaz de repetir las palabras que se le dice? Algo que es tan obvio, a mí no se me había pasado por la cabeza.
Es paradójico que con esta amiga de la que les hablo, he aprendido a escuchar. A veces me ocurre que estoy tan pendiente de lo que me rodea, que cuando alguien me habla no presto la atención debida. Mi amiga sorda me ha enseñado lo importante que es saber escuchar. Pararse y mirar al que tenemos delante y nos está hablando. Con ella he aprendido el verdadero valor de nuestras facultades. Y el verdadero valor de las personas por encima de que posean o no esas facultades.  Me ha enseñado que más allá de las discapacidades que podamos tener, están nuestros valores como personas que somos. Cuando estuvimos con ella en la tertulia, ella era la moderadora. Demostró lo capacitada que estaba para el trabajo que hacía. Nos aportó un montón de información de los escritores y de las obras que leíamos y comentábamos en la tertulia. Iba todas las tardes que se celebraba la reunión literaria, cargada de datos y preguntas sobre el autor en cuestión, pero sobre todo cargada de ilusión y ganas de hacer bien lo que hacía. Nosotros nos lo encontrábamos todo hecho, lo único que teníamos que tener en cuenta era que al hablar, debíamos mirarla a la cara para que ella pudiera leer nuestros labios y seguir la conversación. En más de una ocasión fuimos tan torpes o tan poco atentos con ella, que se nos olvidó hacerlo.
Nunca se le reconoció su buen hacer, su enorme profesionalidad.
Este es mi pequeño homenaje a ella y a todas las personas que, a pesar de tener alguna discapacidad, nos dan diariamente una lección a los que teniendo una serie de facultades físicas, carecemos de la sensibilidad y de la inteligencia suficientes, para demostrarlas cuando realmente son necesarias.

2 comentarios:

  1. Un merecido homenaje. Los sordos nos pueden enseñar muchas cosas, al igual que tanta gente que supera una barrera que parecía infranqueable.

    Besos, amiga caminante.

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  2. A veces no valoramos los sentidos que tenemos. Por eso tampoco sabemos utilizarlos para lo que realmente importa.
    Un abrazo, abejita.

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