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miércoles, 19 de marzo de 2014

SONRIA, POR FAVOR

"LA MUJER PERSA"
De William Clarke Wontner




Quería hacer una entrada aparte sobre las mujeres que vienen de otros países a trabajar a mi ciudad. Sencillamente me causan admiración. Me parecen valientes, porque hay que tener valentía para dejarlo todo y venirse a un país que no conocen,  lleno de gente que no siempre las va a recibir con los brazos abiertos, y en muchas ocasiones, sin dominar nuestro idioma. Me parecen generosas, porque sólo con generosidad se puede dar atención a las personas mayores cuando, posiblemente, ellas han tenido que abandonar a sus ancianos para intentar ganar un dinero que en su lugar de procedencia, no tenían. O para cuidar de los hijos de otras mujeres, habiendo dejado a los suyos a miles de kilómetros de distancia.
Me parecen fuertes porque sólo teniendo mucha fuerza interior, se pueden levantar cada día para hacer un trabajo que, probablemente, nadie haría. Y  menos por un salario irrisorio como el que la mayoría de ellas recibe.
Las sonrisas en Burgos se venden caras. ¡Cúanto nos cuesta sonrerir!. Sin embargo, me cruzo cada mañana con mujeres de muy diversa procedencia y raza, que en cuanto me las quedo mirando, esbozan una sonrisa.
Algunas de esas mujeres han dejado lugares donde luce el sol prácticamente todo el año, y la temperatura es agradable. Han aterrizado en una ciudad donde las mínimas bajan de cero, y el sol se hace bastante de rogar.
Recuerdo que en una ocasión coincidí en la cola de un supermercado con una mujer que, por la forma de hablar, parecía de algún país del Este. Estaba muy nerviosa porque la cajera le había dado las vueltas de un billete de quinientos euros con el que ella había pagado, y no estaba conforme con  los cambios que le entregaba. Intentaba desesperadamente hacerse entender moviendo sus manos ya que, al parecer, no hablaba nuestro idioma. Cuando llegué yo a la caja, la señorita que le estaba cobrando le explicaba el dinero que le daba, volviéndolo a contar más despacio. Eso me dio oportunidad a mí de ver que, efectivamente, la cajera se estaba equivocando, dándole cincuenta euros de menos.
Es incorrecto -me atreví a decirle a la empleada del supermercado-, faltan cincuenta euros.
La mujer entonces reaccionó como si hubiera visto el cielo. Me agarró un brazo con una de sus manos, mientras que con la otra no dejaba de señalarme intentando decirle con gestos a la cobradora, que me escuchara, que yo tenía razón. Así que insistí:
-Faltan cincuenta euros.
La cajera volvió a contarlo por tercera vez y, fue entonces cuando, por fín, se percató de su error. Añadió el billete que faltaba, y le entregó todos los cambios a la mujer. Cuando ésta ya se iba, me dirijió una mirada y una sonrisa de agradecimiento. Yo la sonreí también.
Cuando la mujer ya se había marchado, se oyó la voz de otra mujer desde la parte trasera de la cola diciendo:
-A quién se le ocurre pagar con un billete tan grande.
Pague con lo que pague, las vueltas hay que dárselas correctamente, le dije.
Nadie rechistó.
Qué angustioso tiene que ser, intentar explicar algo y no conocer las palabras adecuadas. Es entonces cuando las manos, los ojos, los labios en forma de sonrisa, hablan por sí sólos.
Me da rabia ver las miradas que algunos lanzan contra cualquier persona que, por su forma de vestir o el color de su piel, van anunciando su procedencia de algún lugar lejano.
Hay miradas que matan. Me pregunto qué harían esas personas indiscretas, cuando no maleducadas, si a ellas les hiciera alguien lo mismo. Es tan sencillo como dar a los demás, lo que nos gustaría de los demás recibir. Así que si alguna vez se cruza con alguna de estas mujeres, no se olvide: sonría, por favor.

4 comentarios:

  1. Nos cuesta demasiado ser amables. Dicen que el carácter castellano es así. Yo me resisto. Hay que sonreír más, hay que hacer más amable el mundo.

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  2. A mí me ha pasado, Pedro, que cuando me he ofrecido para echar una mano a alguien en la calle, en un principio, la persona a la que iba dirijida mi ayuda, recelaba, como si desconfiara de que alguien le pudiera ayudar desinteresadamente. Nos están maleando. Nos están volviendo desconfiados de tanto hablarnos de supuestos enemigos. Una persona sóla es una isla y como tal, fácilmente conquistable. Deberìamos ejercer más la amabilidad como tú dices.
    Gracias por tu visita.

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  3. Conozco a esas mujeres, doy clase de español para extranjeros a alguna de ellas.
    No todos los burgaleses son asperones, reivindiquemos la amabilidad.

    Besos, amiga paseante.

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    Respuestas
    1. Claro que también hay burgaleses amables, pero a veces parece que la escarcha mañanera nos hace tener un gesto un tanto seriote.
      ¡Con lo fácil y beneficioso que es sonreír!, aunque a veces no nos den muchas razones para ello.
      Un abrazo, abejita.

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