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jueves, 25 de agosto de 2016

LAS LÁGRIMAS DE LORENZO

Lágrimas de San Lorenzo
(Imagen sacada de Internet)



Lorenzo era uno de esos niños que no despuntan en nada. De carácter tranquilo, se pasaba el rato de juegos en el patio, mirando siempre hacia arriba, hacia el cielo. Cuando algún adulto se acercaba para preguntarle qué estaba haciendo, él contestaba simplemente: nada. Si quien se interesaba por él era algún niño, Lorenzo se explayaba más en la respuesta:
Miro al cielo -respondía-. Por ver si se cae alguna estrella.
Esta respuesta era indiferente a la hora del día en que estuviera. Lorenzo esperaba una estrella fugaz a cualquier hora. Sus ojos grandes, castaños, se clavaban en ese azul, y casi sin parpadear, iban recorriendo su inmensidad. Aunque nunca había horas suficientes en el día para abarcarla toda, claro.
Un día oyó decir a un viejo pescador que en  el mar era donde mejor se podían ver las estrellas. Ese mismo día Lorenzo decidió ser pescador. Su cuerpo, con los años, se fue curtiendo a golpe de ola. Las facciones de su rostro las forjaron, convirtiéndolas en las de un adulto, la sal, el aire, la lluvia y el sol. La imagen del niño tranquilo de grandes ojos castaños, fue borrándose para dejar que brotara la de un hombre. Lorenzo era el hombre más feliz del mundo. Tenía belleza a su alrededor, una belleza que a veces se tornaba en salvaje, tomando la forma de duras tormentas, que hacía que las olas se convirtieran en enormes garras, dispuestas a arrancar a varios hombres a la vez de su barco, para arrastrarlos con ellas hacia el fondo oscuro. A pesar de todo ese peligro, Lorenzo no podía aguantar mucho tiempo en tierra firme. Apenas llegaba a un puerto, ya estaba extrañando el movimiento del agua bajo sus pies.
Por si no había recibido suficiente, la vida le dio a Lorenzo otro maravilloso regalo en forma de mujer: Miriam de ojos color de miel y dulce sonrisa. Su pelo era liso, castaño claro, El primer día que la vio nada más llegar al puerto, lo llevaba suelto. Llegó una leve brisa de cálido aire, que lo movió como si fuera de seda. Unos rayos de sol se posaron entre esos cabellos, aclarándolos más. Entonces su dueña esbozó una sonrisa, le miró con sus ojos de melada, y Lorenzo dejó de pensar en las estrellas. Había descubierto un nuevo universo. 
Lorenzo, que tenía fama de tipo duro, se hizo de miel, igual que la mirada de su amada Miriam. Y desde entonces su ansiedad tomó otra posición, ya no se dirigía hacía el próximo embarco. Lo que empezó a desear en cada salida, era el regreso. 

"El Pescador y su Hija"
de Charles Hawthorne

Años después de unirse a Miriam, llegó la pequeña Sonia, y el corazón de Lorenzo comenzó a palpitar de otra manera. La niña, al nacer, era igual que su madre. De claritos que tenía los cabellos y el rostro, parecía un ser etéreo. Al crecer,  fue cambiando, pareciéndose, según decía la gente, cada vez más a su padre. Lorenzo lo negaba, pero con la boca pequeña, porque en el fondo sabía que era verdad, y se sentía muy orgulloso de ello.
Un día de verano, estando faenando en plena mar, Lorenzo sintió como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en el pecho. El dolor fue intenso. El resto de los pescadores que estaban con él, pensaron que se trataba de un ataque al corazón, pero no fue así. Lorenzo se repuso, pero algo le decía a su instinto que éso que le había ocurrido no tenía que ver ni con su cuerpo, ni con ninguna enfermedad. Lo que sintió fue como si  alguien le estuviera advirtiendo que algo no iba bien. Entonces pensó en su hogar,  su mujer,  su hija, y el frío le envolvió.
Nada más atracar, Lorenzo echó a correr hacia su casa. Cuando estaba ya en el camino hacia la puerta, vio que la luz de la cocina estaba encendida, como siempre. Quizá todo había sido una falsa alarma. A través de la ventana abierta, vio que eran varias las personas que estaban en su cocina. El frío volvió a invadirle. Antes de que terminara de subir el último escalón que le conducía al porche, se abrió la puerta de la casa. Era Miriam, pero no era ella. No estaba su dulce sonrisa, Y la dulzura había desaparecido también de su mirada. 
¿Y Sonia?- preguntó el pescador.
Su esposa no pudo responder con palabras, lo hicieron sus lágrimas por ella.
El corazón de su hija dejó de palpitar en el mismo instante que Lorenzo había sentido ese dolor tan grande en su pecho. 
Desde aquel día de verano, Lorenzo ya no fue el mismo. 
La primera noche que Sonia ya no respiró al dormir, Lorenzo decidió subir a un monte cerca del pueblo donde vivían. Miró hacia el cielo, como lo hacía de niño. Pero su mirada no era de curiosidad, de deseo de ver una estrella. Su mirada parecía haberse convertido en piedra. Fría, dura. Entonces un grito brotó en forma de pregunta de su garganta, resquebrajando la armonía del universo.
-¿Por qué?
Dicen que Lorenzo se puso a llorar sin parar durante toda aquella noche. Que sus lágrimas, al llegar a la hondonada donde estaba el pueblo, ya no eran de agua. Eran estrellas de fuego que morían poco antes de tocar los tejados, los árboles, la tierra. Su propia intensidad, las destruía.

Perseidas
(Imagen sacada de Internet)


Desde aquel día, todos los veranos aparecen esas estrellas fugaces que brotaron de los ojos de un pescador, roto por el dolor. Son estrellas que buscan los ojos de un hombre  y  los  de su esposa, para en ellos poderse convertir de nuevo en agua.



"El silencio redondo de la noche sobre el pentagrama del infinito"

(Sacado del poema "Horas de Estrella-1920" de Federico García Lorca.










3 comentarios:

  1. El pentagrama del infinito indica las notas del Universo. La noche de San Lorenzo es la mejor para escucharla. Es silencio puro.
    Las Perseidas te inspiraron...
    Besos amiga

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    Respuestas
    1. En las noches de verano parece como si el cielo se acristalara como un escaparate y nos permite ver mejor las estrellas. O quizás es nuestra mirada la que cambia.
      Perdona que no te haya contestado antes.
      Un abrazo grande.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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