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miércoles, 13 de abril de 2016

EL TROPIEZO

Hoy en la mañana,  de camino al trabajo, he coincidido con varios padres que llevaban a sus hijos al colegio. Siempre me ha gustado observar a los chavales en su caminar, en sus gestos. Oír algunas de sus risas, como el sonido de un  arroyo lleno de cristalina agua. Hoy además he deseado ser cualquiera de ellos. Ser lo que ahora son: un proyecto. Un camino sin huellas, todavía. Todo nuevo por descubrir, por aprender. Una melodía sin componer.
"La Lección de Piano 1895"
De Día Francis

A lo largo de la vida de una persona, son muchos los maestros, personas con conocimiento, que tiene a su lado, enseñándole, dándole buenos consejos. Indicándole qué tecla debe tocar, o cual evitar para no "dar la nota". Luego depende del "alumno" el querer escuchar o no . Y en ésa simple elección, reside la diferencia entre la felicidad, la tranquilidad, o el peso del desasosiego creado por la carga de las consecuencias de esa mala elección.
Cuando un niño se equivoca, no tiene mayor importancia. Su error es pequeñito, como él. Carece de responsabilidades y eso hace que su error sea una mera anécdota. Cuando es un adulto el que toma una decisión errónea, la cosa cambia. Sobre todo si las consecuencias de esa decisión las pagan otras personas.  
No sé si alguna vez les ha pasado el querer retroceder en el tiempo. Hacer una especie de flashback y volver justo al instante antes de haber tomado una decisión equivocada. Regresar justo al minuto anterior de aquel tropiezo que cambió toda su vida y la de los que le rodeaban.
Volviendo a los críos, cuando éstos caminan acelerados (y casi siempre van así al colegio), van cogidos de la mano de un adulto. Si tropiezan, esa mano más grande que la suya, les sujeta, les evita el tortazo. Cuando se es adulto, se camina sólo. Si uno no anda con cuidado y tropieza, se da de morros contra el frío asfalto. Si además lleva de la mano a alguien que depende de él por edad o por falta de facultades, el tortazo es doblemente doloroso. 
Ya en la tarde, he cogido un autobús urbano y allí he coincidido con un par de mellizos (niña y niño), que iban sentados en una de esas sillas dobles. Me he vuelto a quedar embelesada, mirándoles. A pesar de haber nacido prácticamente a la vez, eran totalmente diferentes. La niña no ha parado de hacer gestos, de reír y mirar hacia todas las partes. El niño, somnoliento, se caía, literalmente, de sueño.
Hoy, mirándoles, he vuelto a desear ser niña. Volver a comenzar el camino, llevando en mi memoria todo lo aprendido. Repetir el recorrido de todos estos años, incluso volver a encontrarme con la misma gente. Ésta vez caminaría más despacio y poniendo cuidado en cada uno de mis pasos. Mis pies serían plumas y no patas de elefante. Andaría sin que ni las briznas de la hierba notaran mi presencia. Toda mi concentración estaría dirigida hacia una sola meta: evitar el tropiezo.   

  

2 comentarios:

  1. Yo me fijo en los estudiantes que hacen cola en mi calle para sacar fotocopias. Me dan una envidia...Si volviéramos a nacer evitaríamos tropezar en algunos baches...para caer en otros.
    Los niños tienen a sus maestros pero los principales educadores son sus padres. No hay nada que peor que el abstencionismo de los progenitores bobos, que los hay. Creen que cumplen con llevarlos a no sé qué colegio buenísimo más clases particulares full time.
    Tus pies son plumas, no te quepa la menor duda.

    Besos, amiga caminante. Otro para la persona que depende de ti, está en buenas manos.

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    Respuestas
    1. Uyyy, no te creas!.
      Cuando he dicho "maestro" no me refería específicamente a los profesores. Cualquiera que te dé un consejo sabio, se convierte en maestro en ese momento.
      Un abrazo.

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