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miércoles, 19 de agosto de 2015

LA VIDA A SORBOS

"LA FIESTA DEL TÉ"
De Charles Joseph Frederick Soulacroix


Tenía pendiente una entrada sobre las situaciones que, a veces,  se han  producido cuando he pedido una simple taza de té, y he pensado que éste sería un buen momento.

Si echo la mirada hacia atrás, no sé cuando fue el momento exacto en que yo empecé a tomar té, el caso es que cuando lo hice, ya no pude prescindir de él. Desconozco qué es lo que tiene esta bebida para aportarme esa especie de bienestar interior, el caso es que el tener una taza cerca, ha conseguido que los buenos momentos se hicieran más grandes e inolvidables, y que los malos, esas rachas de intenso dolor con las que la vida a veces me ha azotado, con un simple sorbo, se empequeñecieran y se alejaran en la distancia, lo suficiente como para que pudiera ver las cosas desde una perspectiva más serena. Como dice Gilles Brochard en  su "Pequeño Tratado del Té":
"El té restablece el equilibrio del hombre y le permite acceder a una grandeza que lo sorprende a él mismo. Triunfa sobre sus íntimas derrotas y suprime toda veleidad de renunciar a su propio destino. El té es la planta de un egotismo completo."

Siempre creí que el país donde se consumía más té era Irlanda, pero al parecer es Turquía donde más litros de té se beben, y además allí les gusta bien dulce. 
Ha habido varios autores irlandeses que nos han hablado de las no pocas ocasiones, en las que una taza de té les ha servido de salvavidas. Frank Mccourt es su novela "Las Cenizas de Angela" en la que nos relataba con su tono irónico, las duras condiciones de vida que tuvo que soportar durante su niñez. Recordaba que él y sus amigos asistían a todos los entierros, fueran de conocidos o no, porque en la casa del finado, sus familiares,  servían a los que iban a darle el último adiós, una taza de té y una galleta. Para algunos de esos niños, esa era la única comida que tenían al día. No es extraño que no se perdieran ni un sólo sepelio.

El preparar una taza de té parece algo simple, pero no lo es.  Para algunas personas, parece una especie de misión imposible.
Los ingredientes son simplemente un poco de té, bien en una bolsita, o si es a granel, dependiendo de la cantidad de tazas que se quieran preparar, se echa una cantidad u otra. Lo aconsejable es que para cada cucharilla de café a ras de té, se pongan dos tazas de agua. Claro que ésto puede variar dependiendo de lo fuerte que quiera tomarlo cada cual. Hay una cosa que sí hay que tener en cuenta, el agua debe estar hervida porque si no el té no se disuelve como es debido.  El concepto "hervido" también puede tener varias interpretaciones. Se supone que el agua hierve cuando hace burbujas debido al calor. Hay quien prefiere que no hierva durante mucho tiempo. Lo que no se puede hacer es meter el té, estando el agua simplemente templada.  Ésto lo deja bien claro Maggie Smith en su maravillosa interpretación de una anciana de fina ironía, que vive en el Nuevo Exótico Hotel Marigold, que da título al film, cuando le explica a un inexperto camarero que le sirve un té indebidamente preparado, que el agua del té debe estar hervida porque si la bolsita se introduce en agua simplemente templada, el té tarda una eternidad en prepararse, y teniendo en cuenta su ya avanzada edad, no es precisamente de tiempo de lo que dispone, siendo además  el resultado final,  un líquido imbebible.
El agua es un ingrediente importante, como importante es la cantidad que se echa en la tetera. Ésto no lo digo por decir. Recuerdo en una ocasión, y aquí empiezo con el anecdotario del té, que me pusieron tan poca cantidad de agua, que cuando colocaron la bolsita del té, enrollada en la parte superior de la tetera, ésta no llego ni a mojarse. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al empezar a servirme el té, después de haber esperado un rato a que se hiciera, me salió el agua completamente blanca. Por lo visto la crisis también afectaba a la ración de agua.
Si al té, le añadimos la leche, la cosa se complica aún más, y si no, vean.
Una de las situaciones más chocantes que he vivido a la hora de pedir una taza de té, fue en una cafetería regentada por una señora cuya reacción, todavía hoy, no puedo entender. Yo iba con una amiga. Ella pidió una taza de té con leche.
¿Té americano, quiere decir? -preguntó amable la señora.
Sí -contestó mi amiga- el té hecho en la leche.
¿Y usted? -preguntó dirigiéndose a mí.
-Yo lo quiero inglés -le dije con una sonrisa.
En ese momento, se endureció la expresión de la cara de la señora.
¿Cómo inglés? -preguntó en un tono más serio.
-El té hecho con agua y, aparte, la leche en una jarrita -le indiqué.
No hace falta que me dé tantas explicaciones -saltó la señora subiendo el tono de voz-. Con que me diga que quiere un té normal y corriente, lo entiendo perfectamente.

¡Glub!

En un café situado en la céntrica calle de La Puebla, que ahora ya ha desaparecido, y en su lugar han puesto una cervecería, café al que éramos asiduas cuando queríamos hablar tranquilas, fuimos un día una amiga y yo. Pedimos dos tés con leche, y le indicamos al joven que estaba en la barra, que la leche la queríamos fría. Al poco, vino el joven con un bonito juego de té. La tetera era de esas grandes y redondas, de porcelana blanca, salpicada de pequeñas flores rojas. Cuando terminó de colocar las tazas y la tetera, me di cuenta de que faltaba la jarrita de la leche, así que le pregunté:
-¿Y la leche?
Entonces el joven saleroso, posó uno de sus dedos en la tetera y dijo:
-Aquí.
-Perdone-pregunté-,¿la leche está en la tetera, con las bolsas del té dentro?
-Sí -contestó ufano el joven-, y se la he puesto fría, como me han indicado.
Mi amiga en ese momento hizo el gesto característico que hace siempre que está ante una situación que le resulta graciosa. Se tocó levemente la punta de la nariz. Intentando que ese gesto no me distrajera del momento, volví a preguntar al camarero.
-¿Ha  metido usted las bolsas del té dentro de la leche fría?
-¡Claro!, contestó todo feliz el joven.
Entonces -¿cómo cree usted que se va a hacer el té?- insistí.
En ese momento algo se iluminó en la mirada del joven, y exclamó.
-¡Pues es verdad! 
Le expliqué cómo debía hacerlo. Cuando vi que el borde de sus orejas se cubrían de un color rojizo, intenté quitarle hierro al asunto.
-No se preocupe. No pasa nada. 
El hombre se tranquilizó, retiró la tetera y se dirigió hacia la barra. Yo estuve mirando de vez en cuando, preocupada por lo compungido que se había quedado,  no fuera a darle por golpearse la cabeza contra la máquina del café.
Cuando regresó con una nueva tetera, ésta llena de agua, y la jarrita con la leche fría, le dí las gracias. 
Al pagarle ya cuando nos íbamos, le dije que el té estaba muy bueno. 
Cuando volvimos otro día, ese joven ya no estaba. En su lugar estaba otro. Y ése es uno de los problemas, que hay tal rotación de personal, que no tienen tiempo de aprender el oficio. Un oficio, el de camarero, que como otros tantos, se ha ido subestimando, y no debiera ser así pues requiere de más habilidades de lo que en general se piensa. Un buen camarero puede convertir  un local mediocre en un lugar confortable. Debería valorarse mucho más a las personas que están sirviendo detrás de una barra. Ese modelo americano que nos están metiendo por los ojos de tomar el té y el café en vasos de plástico con una pajita, qué quieren que les diga, ni aprovecha el líquido que se toma, ni se puede mantener una mínima conversación. Tal y como están montando ahora este tipo de negocios, va a llegar el día que sólo vamos a tener que entrar para dejar las monedas sobre el mostrador, y marcharnos. Soy de las que piensan que hay que copiar de otros países, de otras culturas, lo bueno.

El preparar bien el té, igual que el tomarlo, requiere de su tiempo. Muriel Barbery en su maravillosa novela "La Elegancia del Erizo", lo dice en boca de uno de sus personajes protagonistas: la portera, una mujer sorprendente, maravillosa. No se priven del deleite de leer esta historia, de la que saco este extracto:
"El ritual del té, esta repetición precisa de los mismos gestos y de la misma degustación, este acceso a sensaciones sencillas, auténticas y refinadas, esta licencia otorgada a cada uno, sin mucho esfuerzo, para convertirse en un aristócrata del gusto, porque el té es la bebida de los ricos, como lo es de los pobres, el ritual del té, pues, tiene la extraordinaria virtud de introducir en el absurdo de nuestras vidas una brecha de armonía serena. Sí, el universo conspira a la vacuidad, las almas perdidas lloran la belleza, la insignificancia nos rodea. Entonces, tomemos una taza de té. Se hace el silencio, fuera se oye soplar el viento, crujen las hojas de otoño y levantan el vuelo, el gato duerme, bañado en una cálida luz. Y, en cada sorbo, el tiempo se sublima."

No debemos dejar que nos arrebaten los pequeños placeres, ni el tiempo que éstos necesitan para ser disfrutados. Porque al quitarnos ese tiempo, lo que nos están robando en realidad es Vida.

¿Les apetece una taza de té?






















3 comentarios:

  1. Soy de un tiempo y de un país que relacionaba el té con el dolor de tripas o la intención de adelgazar. Era la costumbre de los chiflados de los ingleses que no lo tomaban si no era a las cinco. Pero en mi casa siempre hubo té.
    Citas dos libros que me gustaron mucho, "Las cenizas de Ángela" me impresionó por la tristeza,el hambre y la humedad que rezuma, amén de un catolicismo más reaccionario que el del nacionalcatolicismo franquista, que ya es decir. La portera me encantó, una señora culta haciendo su papel de portera ignorante a conciencia, muy por encima de los burgueses vecinos. Ironía.

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  2. Hablemos del té. Lo del té no lo entienden algunos camareros y te puedes llevar sorpresas, lo del té en leche fría riza el rizo. Yo soy más de café que de té, espabila más, pero de vez en cuando pido un té con leche, sobre todo si la invitada es la Andrea de la novela "Nada". Hablando en serio, pido té con leche cuando estoy saturada de cafeína.
    Besos,amiga caminante, a ver si tomamos juntas un té-

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    Respuestas
    1. Irlanda, como otros países, ha pagado por el pulso de poder entre reyes y Papas. La gente humilde ha servido como relleno de un bocadillo que los poderosos engullían a dentadas.
      Las dos novelas que menciono me gustaron mucho, cada una en su estilo. Pero la de "La Elegancia del Erizo", la tengo casi en un pedestal. Los monólogos de algunos de sus personajes, son de una inteligencia y de una sensibilidad fuera de lo común.
      Hubo un tiempo que solía tomar café descafeinado, desde que me aficioné al té, el sabor del descafeinado ya no me gusta. La afición al té empieza con una tacita... Queda pendiente nuestra cita "tetera".
      Un abrazo.

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