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miércoles, 4 de febrero de 2015

LA TIENDA-HOGAR


"REGRESO DEL BOSQUE"
De Giovanni Segantini


Siempre que veo nevar me acuerdo de un viaje que hice, siendo niña, a un pueblo de Zamora: Fermoselle. Fuimos toda la familia para una boda. Cuando llegamos era de noche, había caído una nevada, y el pueblo apenas estaba iluminado.  Era uno de esos pueblos con el suelo empedrado. Las casas también de piedra. Corrían los años setenta, y en esa época los pueblos tenían un aire triste. Un tío mío se casaba con una chica de allí, que hasta entonces había vivido con sus padres, que eran comerciantes. Regentaban una tienda en la que se vendía de todo. Comida, ropa, utensilios para la cocina, para los trabajos del campo, o para la costura.
La vivienda estaba justo encima, y se accedía a ella por medio de una escalera de piedra.
Lo primero que me llamó la atención al entrar en la tienda fue la oscuridad, pues estaba iluminada con una pequeña bombilla, y el fuerte olor, resultado de la mezcla de muchos olores. El de las legumbres, que se vendían a peso, y estaban sin empaquetar. El de los chicharros en vinagre, que se guardaban dentro de grandes barriles de madera. El de las especias, también vendidas a granel. El fuerte aroma desprendido por las aceitunas verdes y negras.
El suelo, las estantería y el mostrador eran de madera oscura.
En una parte de la planta baja, se había reservado un rincón donde una mesa redonda, ya preparada, nos esperaba para cenar. Como era Navidad, nos ofrecieron lentejas con laurel.  Eso fue una sorpresa para nosotros,  acostumbrados a tomar algo totalmente diferente en esos días.
Años después, leyendo una de esas revistas que aconsejan sobre todo tipo de alimentación para fechas señaladas, apuntaba que el laurel se solía añadir a algún plato en los días de Navidad, sobre todo en Nochevieja, pues en algunas culturas, se consideraba  que era portador de prosperidad. Y lo decían como si fuera el último descubrimiento del arte culinario. Yo me reí pensando que eso lo había degustado hacía mucho tiempo.
Al terminar de cenar, nos indicaron que los dormitorios estaban en la planta alta de la casa. Tuvimos que subir los altos peldaños de piedra que formaban la escalera, apenas iluminados por una vela que llevaba el padre de la novia, encabezando la pequeña fila de personas que íbamos detrás de él. Nada más acabar las escaleras, nos encontramos con un comedor espacioso, y con una mesa de madera maciza en el centro. Mesa que entonces, posiblemente debido a que era sólo una cría, me pareció muy alta.
Nos distribuyeron entre dos habitaciones, una para mis padres y otra para mi hermana y para mí. Y al entrar en la que nos había correspondido a nosotras, me llevé otra sorpresa, pues en el dormitorio había una cama altísima, de madera oscura. Era tan alta que primero me tuve que subir yo para, desde arriba, tirar del brazo de mi hermana que era más pequeña. A la mañana siguiente, ya con más luz, averiguaríamos el porqué de esa altura. Era porque la cama tenía nada menos que tres colchones, y los tres de lana. ¿Se imaginan tener  que hacer esa cama?
Como el suelo era de madera, los días que estuvimos allí, dormí bastante poco porque cualquier crujido me hacía estar alerta. La imaginacion de una cría en una casa como esa, puede dispararse hasta llegar al infinito. Recuerdo que me acurruqué entre el montón de mantas que nos pusieron, y que pesaban bastante, para intentar no pensar de dónde podían provenir, o qué o quién podían producir los sonidos nocturnos de esa casa. 
Ya con la luz del día, el pueblo parecía menos triste y menos amenazador.
Los hombres con los que nos encontramos llevaban todos boina, encasquetada hasta las cejas. Y varias prendas, una sobre otra, para aislar el frio de sus cuerpos. Las mujeres también iban bien abrigadas, y sus ropas eran de colores oscuros.Todos ellos parecían mayores. Incluso los novios. Es curiosa la memoria porque recuerdo estos pequeños detalles y, sin embargo, no recuerdo la boda en sí.
Eran tiempos en los que no había calefacción en las casas. Las chimeneas servían para caldear la habitación donde estuvieran y para hacer la comida, con leña.
No había agua corriente. Se transportaba de los pozos o del río. Quizás por eso la gente entonces se bañaba menos a menudo que ahora.
El concepto del tiempo era totalmente diferente. En ese pueblo parecía que se hubieran detenido los relojes, de hecho la gente no los usaba. Se regían por la luz solar. Y no se equivocaban.
Hoy día de frío y nieve, según subía una calle en pendiente, me han venido a la memoria todos estos recuerdos que tenía almacenados. Olores, texturas, sonidos, rostros. Todo estaba ahí, en algún rincón. El mismo viento que ha revuelto  los copos de nieve, ha removido también mis recuerdos.





P.D. Lo de añadir laurel a los alimentos para atraer prosperidad,  a los novios en cuestión, no les funcionó.

8 comentarios:

  1. Que preciosidad Dorcas, que maravilla leer algo tan bello y tan bien escrito. ¡Bendito sea ese viento que te ha removido los recuerdos! Lo has descrito tan bien que a mi también me ha parecido subir esas escaleras a la luz de la vela y auparme con dificultad encima de esa torre de colchones.
    Es curioso como a veces recordamos cosas tan pequeñas con tanta claridad, un olor, un sonido…y de pronto un gran acontecimiento se nos borra de la memoria o llega a nosotros un tanto más difuminado. Quizá por eso me gusta tanto escribir y leer diarios. ¡Cuanta belleza se puede encontrar en los gestos cotidianos, en las cosas que parecen nimias! A veces son precisamente esas pequeñas cosas las que nos hacen emocionarnos al leer un antiguo diario.
    Gracias, mil gracias por compartir este recuerdo, ahora ya forma parte de mi. Un abrazo muy grande Dorcas.

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    1. Hola Marie: Al terminar de releer mi entrada, me llamó la atención que no recordara siquiera ni el vestido de la novia ni la tarta de boda, dos elementos que para mí son muy de recordar por la estética. Y sin embargo, ya ves, como tú dices las pequeñas cosas son las que se nos quedan tatuadas.
      Gracias por tus amables palabras.
      Un abrazo cariñoso.

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  2. Qué buenos tus recuerdos, y que bien contados, esas tiendas tan características, en que había de todo, de ultramarinos se decía por mi tierra que también es de Castilla, con ese olor tan especial, debido a la mezcla de tantas cosas diferentes. Y si, eran tristes los tiempos y todo lo demás.

    Me gustó mucho el ralato.

    Abrazos.

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    1. Hola Puri:
      Es verdad que entonces las tiendas eran de "ultramarinos". En cuanto a los tiempos, había algo en el aire que, incluso la niña que yo era entonces, lo percibía. Los adultos a veces hablaban bajando el tono de voz. Las miradas de desconfianza entre unos y otros. Y los colores oscuros de la ropa, que añadían años a quienes los llevaban. Ahora también se ha puesto de moda el color negro. Con la cantidad de colores que tiene el arco iris...
      Un abrazo grande.

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  3. Yo estuve en un lugar muy parecido al que describes. Un pueblo de Zamora, Manzanal del Barco, a principios de los setenta, una casa bar tienda de ultramarinos, más bar que tienda. Subía por tu escalera y era la misma escalera, crujía la madera y era el mismo suelo que yo pisé, me acosté en una cama altísima como la tuya. Seguro que te lavaste las manos y la cara en la palangana del palanganero. Tal vez tomaste leche de cabra, tan espesa que las galletas Reglero no se hundían. Yo no comí lentejas, iba en verano a ese pueblo a pasar una especie de veraneo rural, con playa de pantano, el del Esla.
    De repente surge un estímulo que nos trae una cascada de recuerdos. Lo de la magdalena de Proust, o algo así. ¡Qué bien nos has pintado tu cascada!
    No sabía yo de esa propiedad del laurel. Cuando empecé a vivir en un pueblo de Madrid, todo lo que comía fuera de casa me sabía a laurel, me resultaba extraño. Más adelante, yo echaba laurel a los guisos y terminó gustándome. Ahora no lo uso porque el que venden en los supermercados no sabe a nada.
    Recuerdos, cascada de recuerdos.
    Besos, amiga caminante.

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    1. Pues sí,Angelines, yo también me lavaba en esas palanganas que tenían un pie de hierro donde se sostenían. Al lado solían poner un banquillo de madera donde descansaba una jarra que hacía juego con la palangana. Y pesaba un montón, por lo menos para los brazos de una niña. Tenían además un espejo con una especie de marco con adornos un poco churriguerescos de madera. Y el agua estaba de fría...
      Si quieres encontrar especias o hierbas como el laurel con más sabor, vete a los mercadillos o a las herboristerías.
      Un beso,amiga del camino.

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  4. Muy bonito Dorcas, y has retratado de una forma preciosa el momento...Y...me encanta el olor a laurel, lo utilizo para algunas comidas...deja un sabor precioso.
    Un abrazo

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    1. A mí al principio me resultó un sabor extraño, pues en mi casa sólo se utilizaba cuando se cocían langostinos, que era en ocasiones extraordinarias. Pero poco a poco me pareció un sabor con "cuerpo", y después de acostumbrarme a él, cuando ya no lo tuve, llegué a extrañarlo. Es curioso cómo funcionan nuestos sentidos.
      Gracias por tus amables palabras, Maria.
      Un abrazo.

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