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sábado, 3 de mayo de 2014

REGALOS FATALES

"Bodegón de Libros" de
Vincent Van Gogh





A estas alturas ya no tengo que decir cúanto me gustan los libros. No sólo leerlos, sino también regalárlos, o prestarlos, para que puedan disfrutar de aquellos títulos que a mí me han gustado, otras personas. Alrededor del mundo de los libros se producen a veces una serie de historias o anécdotas que te gusta, de vez en cuando, recordar. Hoy voy a recodar una de esas historias aquí, para compartirla con ustedes.
Hace unos años asistiendo a un curso de inglés,  coincidí en clase con un chico que, al segundo o tercer día del curso, se ofreció amablemente a acercarme hasta el centro con su coche, ahorrándome el tener que estar esperando al autobús. A partir de entonces, me llevó todos los días, puesto que él  vivía cerca de donde vivía yo.
En el tramo de la Universidad hasta donde me dejaba, hablábamos de cine, de música y, cómo no, de libros. Descubrimos que había algún que otro título de películas que nos gustaban a los dos. En cuanto a la música, él componía de vez en cuando con su guitarra, y había llegado a formar un grupo con unos amigos. De sus lecturas, me comentó que le gustaba leer poesía, e  incluso había compuesto algún tema musical, para adaptarlo a aquellos poemas que le habían atraído especialmente.
Coincidió que en vísperas del examen final del curso, se celebró la Feria del Libro en mi ciudad. Me fui a dar una vuelta, por ver si encontraba algo que me interesara.
No sé si a ustedes les ha pasado alguna vez que, al ver un libro, inmediatamente han pensado que ese libro le gustaría a una persona en particular. Pues eso me pasó a mí. Al ver un libro de poesía de Leonard Cohen, me acordé del compañero de clase del que les estoy hablando, así que sin pensármelo dos veces, lo compré. Creí  además que, puesto que él había tenido el detalle de acercarme hasta el centro todos los días en su coche, yo debía agradecérselo de alguna manera, y qué mejor manera que con un detalle.
Al día siguiente, como siempre, me llevó en su coche. Al despedirnos, le dí el libro que había mandado envolver en un papel de regalo, y en cuya primera página le había escrito unas palabras en inglés, para agradecerle su detalle y los ratos de charla que habíamos tenido después de clase.
Que yo recuerde, no puse ninguna palabra que diera pie a entender otra cosa. El caso es que al día siguiente, ya antes de la clase, cuando le encontré esperando en la puerta, noté que no estaba como otros días. Al verme, se puso tenso, y estuvo ese rato como distante. Yo lo atribuí a los posibles nervios, que el cercano examen final podía estar causándole.
El último día de clase quedamos varios compañeros en un café, para despedirnos. Y su comportamiento conmigo volvió a ser un tanto extraño. Antes de que llegaran los demás, me comentó que él seguía queriendo a su chica. Aquello me dejó un tanto atónita, pues la frase en cuestión, no venía a cuento en el momento en el que estábamos. Habíamos quedado para despedirnos por terminar el curso.
Decidí no darle importancia. Hasta que, cuando ya pasado un tiempo, nos encontramos en la calle, noté que hacía como que no me veía, para evitar saludarme. A partir de ahí, fui yo la que empezó a ponerse nerviosa cada vez que le veía, pensando si en esa ocasión me saludaría o no, y si debía pararle para preguntarle qué le pasaba para comportarse así conmigo.
Fue una amiga, a la que le comenté el extraño caso que me estaba sucediendo con este chico, la que me hizo ver que quizás al darle el libro, él lo podía haber interpretado como un intento por mi parte de acercarme más a él.
Yo no sabía si ponerme a reir o a llorar. ¿Era posible que el comprar a alguien un libro pudiera causar tal malentendido?
El caso es que volví a verle alguna vez más, pero o él iba acompañado, o yo llevaba prisa. Y no tuve la oportunidad de detenerme a hablar con él, e intentar aclarar qué era lo que realmente estaba pasando.
Hace tiempo que no he vuelto a verle. Pero me hubiera gustado decirle que se relajara. Que no había ningún problema en que me saludara, pues ni había tenido la intención en el pasado, ni la tenía ahora, de lanzarme sobre él como si fuera Glenn Close con Michael Douglas en "Atracción Fatal". Que la cosa era tan simple como que, habiendo tenido el detalle de ofrecerse a acercarme con su coche al centro, y aprovechando que mostraba interés por la cultura en sus diferentes expresiones, pensé que regalarle un libro estaría bien. Sin más.
De todas la situaciones que nos pone delante la vida, se aprende. De ésta yo también he sacado una lección, a saber: Que cuando quiera hacerle un regalo a alguien del sexo opuesto, no debo comprarle algo tan íntimo como un libro. ¿Creen ustedes que sería más acertado complarle algo menos personal como, por ejemplo, un boxer, para hacerle ver que la única parte de él que me interesa es la intelectual?

2 comentarios:

  1. Todas hemos sufrido algún malentendido, no sé si al revés también ocurre. Es el fruto de una educación segregada de hombres y mujeres. Y todavía hay quien defiende las escuelas de los niños con los niños, las niñas con las niñas.

    Besos, amiga caminante.

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    1. A veces nos ponemos en guardia sin que nos den ninguna razón. En cuanto a los detalles, si es un hombre el que los tiene con una mujer, se ve como algo natural, y ella lo acepta tal cual. Pero si es al revés, a veces sucede que se ven segundas intenciones donde no las hay.
      En cuanto a lo de la educación, me temo Abejita que se está retrocediendo, y no porque no haya profesores que no estén de acuerdo con ello, pero desde muchos puntos, se están volviendo a inculcar ideas íncluso retrógadas.
      Un abrazo compañera de caminos.

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