"CUENTOS DE HADAS"
De Mary L. Gow
Hace unos días fui a una librería para comprar unos folios. No había nadie excepto las dependientas. Dos de ellas estaban consultando en un calendario la posición lunar que tocaba en esos días.
Estamos en luna llena -dijo una de ellas.
Ya me parecía a mí -contestó la que estaba más cerca de mí-. Al darse la vuelta, se percató de mi presencia.
Se nota en el ambiente, ¿a que sí? -dije metiéndome en la conversación sin ser invitada.
Y que lo digas -me contestó sabiendo de sobra a lo que me refería-. La gente está ultimamente atacadita de los nervios. En cuanto tienen oportunidad, te contestan de mala manera.
Al salir estuve pensando sobre la fragilidad de todos nosotros. Vivimos bajo presiones diarias. Algunas tan sutiles, que casi ni las notamos pero, al final, pesan. Presiones, por ejemplo, en el trabajo, donde te exigen rendir cada vez más, por menos. Llegas a casa y no comentas nada con nadie, para qué preocupar a los tuyos. Así que te lo tragas tú solito. Cuando quedas con los amigos, tampoco es cosa de hablar de esos temas. Ellos tienen problemas parecidos. Y, además, si coges fama de quejica, la gente puede dispersarse nada más verte. Y si se empieza a correr la voz de que puedes tener problemas económicos, la estampida entonces está asegurada. Así que vuelves a callar hasta que a alguien se le ocurra sacar un tema de esos que no comprometen a nada, como el fútbol, por ejemplo.
Y así vamos "viviendo". Calladitos, molestando lo menos posible allí donde deberíamos exigir nuestros derechos. Hasta que un día vas a una tienda y te encuentras con que la dependienta es una de esas chicas bobas que sonríen sin saber por qué, y piensas: se va a enterar la tía ésta. Y la armas, como está mandado. Lo de menos es si hay un motivo o no. El caso es que te oigan, que ya está bien de aguantar, ¿qué se han creído?
Siempre he pensado que cada uno intenta arreglar sus problemas como mejor le parece. Hay quien prefiere hacerlo de forma discreta, sin cargar con frustaciones propias a los ajenos. Intentando buscar respuestas, soluciones. Consultando a otras personas. Leyendo libros. Dicen que los lectores somos personas que nos escondemos de la realidad entre las páginas de los libros. El lector que lo haga así, está perdido, el pobre. Porque intentando huir de la realidad, se va a dar de morros con ella en más de una página.
Hace un par de semanas, hablando con mi amiga librera, le comenté que había una novela que me había llamado la atención. Cuando le dije el título fue a buscarlo y, empezó a leer el resumen en la contraportada, porque era un libro que ella aún no había leído.
¡Ah bueno! -exclamó la puñetera de ella, mientras esbozaba una de sus pícaras sonrisas-, pero esta historia ya está escrita hace mucho tiempo. Es un clásico. Entonces cometí el error que todos los lectores solemos cometer cuando caemos en las redes de nuestra curiosidad, y le pregunté:
-¿Y qué libro es ése?
Enseguida fue a buscarlo. El título que me enseñó era "Una Soledad Demasiado Ruidosa" de Bohumil Hrabal. No tengo que decirles dónde acabó el libro.
El autor nacido en Brno en 1914 y muerto en Praga en l997, nos cuenta la historia de Hañt`a, un hombre que trabaja desde hace 35 años en una trituradora de papel destruyendo libros y reproducciones de cuadros. Si el protagonista de esta historia fuera un trabajador que se limitara a cumplir con el trabajo por el que se le paga, ésto es, destruir de forma mecánica, no habría problemas. Pero resulta que a él le interesan algunos de los libros que pasan por sus manos, así que decide apartarlos de su destino cruel y, quedarse con ellos. Pero es que encima, los lee. Y lo mismo ocurre con algunas de las reproducciones de cuadros. Es un hombre demasiado sensible o, tal vez estemos ante uno de esos románticos sin remedio. Total que acaba llevándose parte de las "víctimas" salvadas de su dramático final, a su casa. Y ahí empiezan sus problemas, el primero, de espacio. Luego están los enfrentamientos con su jefe porque, claro, el seleccionar los libros que a él pueden interesarle, lleva su tiempo. Tiempo que hace que su rendimiento baje.
Hañt`a es un hombre que vive en una isla. La que él va construyendo con los libros que escoge. Pero mientras, las cosas van cambiando a su alrededor. Esta historia y su protagonista me han recordado a ese otro personaje "abducido" por los libros: Mendel el de los libros, de Stefan Zweig. Y si me atrevo a compararle con él es porque creo sinceramente que está tan bien escrito como este último.
Les pongo aquí una frase como aperitivo:
...los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo.
No voy a engañarles, esta historia es terrible, pero está tan bien escrita, que es imposible, una vez que empiezas, no querer acompañar hasta el final a su protagonista. Por muchas alabanzas que yo le dedicase, no le haría justicia. Quizás me pase lo mismo que a Immanuel Kant en su "Teoría General del Cielo", que en este libro también se menciona:
En el silencio de la noche, cuando los sentidos reposan calmados, habla un espíritu inmortal en un lenguaje difícil de designar, compuesto de conceptos, que es posible comprender pero imposible describir.
Hagan como Hañt`a, salven este libro de un destino que sería peor que el de su destrucción, el de no llegar a ser leído por nadie. Leánlo.
Podemos sacar la conclusión de que un libro nunca se quema del todo. Su rastro permanece en nosotros. Somos lo que hemos leído.
ResponderEliminarComo dice hoy Javier Marías en "El País Semanal": "Percebes o lechugas o taburetes. Alguien a quien no le interesa leer es alguien a quien le trae sin cuidado saber por qué está en el mundo".
http://elpais.com/elpais/2015/03/27/eps/1427476275_931054.html
Un abrazo, amiga caminante.
Las páginas que vamos leyendo forman también parte de nuestra personalidad.
EliminarTiene toda la razón el señor Marías, si no lees, no te haces preguntas, no buscas respuestas, por lo tanto, no avanzas, te quedas agazapado en lo poco que sabes.
Un abrazo.
Los libros viven en la memoria de cada lector. No sé si tiene mucho que ver con tu idea, pero me recordaste Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, el protagonista también escondía libros, para salvarles del fuego contrlador.
ResponderEliminarFeliz semana.
Abrazos
Cuando he leído tu comentario me he dado cuenta que es verdad que tiene una similitud al título de Bradbury. Para los letraheridos, ver destruir un libro es algo casi personal. El problema surge cuando el salvarlos se convierte en una especie de obsesión. En ésta como en otras pasiones, hay que saber dónde está el límite. Aunque, ahora que lo pienso, si le pones límite a una pasión, deja de serlo,¿no?
EliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar