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miércoles, 29 de enero de 2014

LA FORJA DE UN HEROE




No soy muy aficionada a las películas con mucha acción envuelta en un montón de efectos especiales,  por eso cuando oí en la radio que la película "Batman-El Inicio", era de las dedicadas a este personaje, la que menos cantidad de esos ingredientes tenía, (de hecho el comentarista atribuía a esta circunstancia el que no hubiera tenido tanto público como el esperado), me decidí ir a verla. Por eso y por la actuación en el papel principal de uno de mis actores favoritos: Christian Bale. Actor camaleónico hasta límites extremos. He ido viéndole crecer a través de sus interpretaciones, madurando como actor, a la par que como persona.
En esta película conocemos al héroe antes de que supiera él mismo el potencial que tenía.
Todo comienza cuando un niño, jugando, se cae por un agujero que le conduce a una cueva. Cueva que sirve de refugio a un grupo de murciélagos. La entrada estrepitosa del crío, perturba el descanso de los animalitos, quienes asustados, comienzan a volar alrededor de él.
Cuando el padre rescata a su hijo del posible ataque de las criaturas voladoras, se inicia una interesante conversación entre padre e hijo.
Papá -pregunta el crío que aún no se ha repuesto del susto-, ¿Para qué caemos?
Para aprender a levantarnos -le contesta el padre.
Se inicia así un aprendizaje por parte de ese niño, que guiado por los sabios consejos de su padre, decide no tener miedo. Eso añadido a los poderes que se le ha otorgado, le convierten en un ser especial, diferente a los demás. Pero lo que forja su personalidad de héroe no son los poderes en sí, sino la decisión de utilizarlos para ayudar a quien lo necesite, olvidándose incluso de su propio bienestar. Sabido es que los héroes a veces han tenido que renunciar a su vida privada en aras de luchar por el bien común.
La manera que tiene de enfrentarse a sus propios miedos, es mirando de frente a aquello que se los causa. Y la prueba más evidente de que así lo hace, es cuando tiene que elegir un símbolo que le sirva de tarjeta de presentación.  Elige un murciélago, el animal que una vez le causó esos temores.
Muchas veces me he  preguntado cómo se forja un político. Una persona decide dedicarse a la política, y es  entonces cuando centra su preparación para esa carrera. Pero no basta con conocimientos académicos. Se trata de dedicarse a una profesión que debería estar encauzada al servicio a los demás. Hará falta por lo tanto tener unas dotes. Espíritu servicial, firmeza de carácter para ser capaz de defender una postura, cuando ésta sea la más conveniente para el bien común. Y supongo que valor, mucho valor. Porque las tentaciones van a estar continuamente a la vuelta de la esquina. Así que va a tener que armarse de ese valor para decir no cuando haga falta, aunque eso le pueda crear enemigos.
Un político debe llevar también una buena capa, como Batman, pero no para que le sirva de alas, sino para que le sirva de escudo protector contra uno de sus peores enemigos: los falsos alagos. Esos que le podrían hacer creer que ejercer de político le convierte en un dios, y le hagan levitar tan alto, que se olvide de los que están debajo de sus pies. Un político no debería dejar de pisar tierra firme, nunca. Tampoco debería anteponer sus necesidades personales a las comunes.
No se le puede exigir que acierte al cien por cien, eso no está al alcance de nadie. Pero si cae, sí se le va a exigir que aprenda de esa caída, que se levante, que se  enfrente a sus miedos, que dé la cara ante quien tenga que darla y, que a partir de ahí, se comprometa a trabajar por y para los intereses comunes.
Lo de volar, se lo dejaremos a los murciélagos y demás seres alados.

sábado, 25 de enero de 2014

MI GORRITO PERUANO





En el suplemento de hoy de El País, S Moda, viene un interesante artículo sobre una posible nueva ciencia: la psicología de la apariencia. Entre otras, incluye las palabras del catedrático de Neurociencia Arnaud Aubert. Palabras que copio textualmente: "La imagen nos basta para decidir, de manera inconsciente, si alguien es honrado".
Dichas palabras me han hecho tener una reflexión y un recuerdo. La primera es: lo buenos que tienen que ser los consejeros estilistas de los políticos que nos está tocando sufrir, para conseguir que éstos transmitan una imagen de honradez, cuando algunos de ellos no tienen esta cualidad, ni en el forro de los elegantes trajes que visten.
El recuerdo que ha venido a mi memoria es el de una anécdota que viví en primera persona. Se lo cuento:
Hace un par de años me compré un gorro peruano o como lo llaman otros, un gorro orejero. Ya saben, de esos que son calentitos y con los que llevas bien abrigadas la cabeza y las orejas. En Burgos, dadas las frías temperaturas de nuestros inviernos, el uso de este tipo de prenda, más que una cuestión estética, es una cuestión de necesidad. Vengo observando durante el tiempo que he estado usándolo, que dicho complemento me ha hecho merecedora de un sentimiento de simpatía por parte de unos y, de rechazo, por parte de otros, sin saber muy bien el porqué pues no he hecho méritos para ganarme ninguna de las dos reacciones. Lo "max" de lo "max" fue lo que me ocurrió en una oficina bancaria una fría mañana de no hace mucho tiempo, en la que yo llevaba mi adorado gorrito peruano.  Se lo cuento:
Al llegar a la ventanilla del banco saludé:
-Buenos días.
Buenos días, ¿qué quieres? -me preguntó solícita la empleada de la oficina.
Le dije la operación que deseaba realizar, a lo que me contestó:
-¿Me dejas tu carnet de identidad?
Se lo dí. Cuando lo miró, se debió fijar en las letras doradas que indican que mi país de origen es España. Y entonces en un sorprendente cambio de trato, mientras me devolvía mi D.N.I.,  me dijo.
-Gracias. Aquí tiene usted su carnet.
No me extraña que se le dé tantísima importancia a la apariencia. Últimamente tanto en la prensa hablada como en la escrita, parece que los únicos temas trascendentes son la moda y la comida, a parte del tema rey: el fútbol, claro.
Si esto me llega a ocurrir  cuando tenía quince o dieciseis años, me hubiera dejado en un sin vivir, pensando en lo que tendría que ponerme la próxima vez que pasara por dicha sucursal bancaria. Menos mal que la experiencia es un grado, esa,  y los añitos que ya llevo acumulados. Así que lo estoy mirando desde el punto de vista de la ironía. Y pensando, pensando, he decidido que cuando vuelva por dicha oficina, en lugar de llevar mi gorrito peruano, decoraré mi cabeza con unas plumas como las que llevan los guerreros sioux, por aquello de estar en armonía con la atmósfera reinante. No fuera a ser que a la mencionada señorita le diera, y permitánme el juego de palabras, por volver a hacer el indio.

miércoles, 22 de enero de 2014

EN ARMONIA CON LOS ELEMENTOS

"The Rain It Raineth Every Day"
de Norman Garstin (1889)


 Nos están tocando días de lluvia y frío. Lo  único que se puede hacer con los elementos naturales es no rebelarse, fundirse con ellos. Son días de cobijarse en casa y ver caer la lluvia tras los cristales, mientras se saborea una taza de té o chocolate caliente. Deberíamos recuperar estos instantes de tiempo muerto. Abandonarlo todo y simplemente vivir el momento. Si además tenemos un buen libro cerca, la felicidad está asegurada.
Hace un tiempo un amigo me "presentó" a Lorenzo Oliván, regalándome un libro suyo. En días como éstos de húmedo invierno, vuelvo a sus poemas, y me transformo en cualquiera de los cuatro elementos. Hoy toca agua. Gotas de agua que purifican.
Lean y disfruten.

LLUVIA DE CIUDAD

La lluvia te regresa a algún principio.
Con avidez de tus ojos escudriñan
su altísima caída cenital,
su profundo surgir desde la noche.
Ella es semilla y mano que la aventa.
No hay siembra tan ligera y sin esfuerzo,
que encuentra en todo un surco y que convierte
en paisaje de espigas el asfalto.
Por las calles mojadas cruzan coches
tras fuegos fatuos que ellos mismo trazan,
con ecos de rodar entre las calles
de otra ciudad, camino de otras horas.
Bajo un intenso iluminado eléctrico
ves la constelación de blanca lluvia
que une tu cuerpo al aire y a la tierra
y esa fusión es como un desnacerse.
Bello es sentir tan envolvente tacto,
respirar, vuelto anfibio, su olor líquido,
borrarse, y salir, limpio, a luz más limpia,
como a vida que empieza de repente.

(Sacado del "Libro de los Elementos" de Lorenzo Oliván
VI Premio Internacional de Poesía Generación del 27).

sábado, 18 de enero de 2014

LO QUE NO VEN NUESTROS OJOS

No hay héroes sin heridas.
(Proverbio búlgaro, sacado de la novela "Apaches")

Unos buenos amigos, sabiendo que me gusta todo lo relacionado con la cultura de los indios americanos, decidieron un día regalarme una novela que se titulaba "Apaches". Cuando empecé a leerla, me llevé la sorpresa de que no tenía nada que ver con el tema. Como me gustó desde el comienzo, seguí leyéndola. Descubrí una buena historia, pero sobre todo unos personajes inolvidables.
El autor, Lorenzo Carcaterra, nos cuenta la historia de un ex-policía que se dedica a la investigación privada. Cuando el caso que está investigando empieza a complicarse, decide pedir ayuda a unos antiguos compañeros. El denominador común de todos ellos es que debido a las secuelas físicas que les dejaron los accidentes que sufrieron en acto de servicio, fueron retirados del cuerpo. Les consideraron incapacitados para su trabajo. El líder del grupo, no está de acuerdo con la teoría de que porque una persona tenga una tara física, se convierte en alguien inútil, y será quien reúna a los hombres que él cree que pueden ayudarle. Así se va abriendo el abanico de personajes, cada uno con sus características, con su propia personalidad. Todos ellos dotados de una enorme dignidad.
La investigación les descubrirá que tras la apariencia de un caso sencillo, se esconde una trama mucho más complicada.

Hace unos días quedé con una amiga con la que suelo reunirme de vez en cuando para tomar algo, y ponernos al dia de nuestros temas cotidianos.  Es una persona con la que continuamente estoy aprendiendo. Me ha enseñado, entre otras cosas, el verdadero significado de la palabra valor. Ella tiene una discapacidad auditiva. Es sorda. Cuando habla lo hace despacio y con una pronunciación un tanto diferente a la que podamos tener ustedes o yo, por ejemplo. Cuando la conocí, me advirtió que al hablarle la mirase siempre a la cara, para que pudiera leer las palabras en mis labios.  Me encanta conversar con ella. Si vamos por la calle, a veces se para, se pone frente a mí y empieza a contarme lo que en ese momento para ella tiene una especial relevancia. Al hablar mueve mucho sus manos. Son como dos gaviotas que no pueden dejar de volar para dar énfasis a lo que está diciendo.  Cuando detiene su diálogo para que yo intervenga en la conversación, se queda mirándome con sus grandes y claros ojos, comiéndose con ellos cada una de mis palabras. Es curioso el hecho de que siendo sorda, es una de las personas que conozco que mejor sabe escuchar.
Es joven, está preparada para ejercer su profesión, pero aún así tiene que demostrar cada día que está perfectamente capacitada para hacer su trabajo. Si ya es difícil para los que no tenemos su problema, imaginénse lo que tiene que ser para ella, tener que estar continuamente reafirmándose.  En su vida privada tampoco lo ha tenido fácil. A veces se ha encontrado con personas que la han ido dejando fuera del grupo por su discapacidad.
Pero yo sigo -me decía el otro día-. Sigo luchando para que vean que valgo, que me merezco estar donde estoy y aspirar a un ascenso como cualquier otro.  Y lo decía moviendo todavía con más énfasis sus manos, recogidas en puños que cortaban el aire una y otra vez.
Está siempre metida en proyectos culturales. En uno de ellos fue precisamente donde la conocí.
Disfruté un montón de su compañía, como cada vez que nos vemos.
Cuando volví a casa, empecé a pensar sobre todo lo que me había dicho. Me dí cuenta de que los que sufren de discapacidad son nuestros ojos, que miran pero no ven. No ven el esfuerzo que hace una persona sorda para intentar escucharnos,  ni el que pone una persona que tiene dificultad al caminar o que va en silla de ruedas, y sale cada mañana a enfrentarse con una ciudad y sus habitantes, que a veces le complican el, ya de por sí, complicado acto de intentar llegar a su destino. No ven a los ciegos, con los que llegamos a veces a chocarnos,  a pesar de que nuestros ojos gozan de capacidad visual.
Es nuestra mirada la discapacitada. Y esa discapacidad  a veces no nos deja ver lo que tenemos delante. Otras, en cambio, nos hace ver indios apaches donde no los hay.


(Para J., con todo mi cariño).

miércoles, 15 de enero de 2014

COTILLEANDO EN LA OFICINA DE CORREOS

Fotograma de la serie
"LARK RISE TO CANDLEFORD"
Elegir un nombre para mi blog no me costó demasiado. Enseguida me vino a la mente el nombre de Dorcas. Este nombre pertenece al personaje que brillantemente interpreta la actriz británica Julia Sawalha (a la izquierda de la fotografía), en una preciosa serie de la BBC, basada en la novela del mismo título escrita por Flora Thompson.  En ella se nos cuenta la historia de una oficina de Correos que se encarga de dar servicio a dos pueblos: Lark Rise y Candleford, el primero habitado por gente que principalmente se encarga de las labores del campo. El segundo, de nivel un poco más alto, lo habitan gentes dedicadas más bien al comercio.
La peculiaridad de esta oficina son los principales personajes que en ella trabajan y habitan ( en la época que la historia sucede, finales del siglo XlX, era corriente que la gente viviera en el mismo edificio donde trabajaba), empezando por la persona que dirige dicha oficina, que no es otra que la propia Dorcas.  Lo que ya en sí es bastante poco frecuente para la época, pues la mujer no tenía apenas presencia en el mundo laboral. Esta "peculiaridad" nos da una pista del tipo de mujer que es la tal Dorcas. Valiente, independiente, adelantada a su tiempo.
En esa oficina de Correos confluyen una serie de personajes, cada uno con su propia historia. Historias que se irán entremezclando con las del resto de personajes.
Cuando vi la serie por primera vez, pensé qué diferente era el servicio de Correos al de ahora. Entonces era todo manual, artesano. Las cartas se escribían a mano, el sello se pegaba mojándolo con la lengua, el reparto se hacía en un principio a pie, y eso que los recorridos eran largos. Poco después aparecería una de las primeras bicicletas.
Cuando a la oficina se incorpora la hija de una prima de Dorcas, para ayudarle en la atención al público, uno de los requisitos que tiene que cumplir es visitar al Lord del condado, que además es juez, y firmar ante él un documento en el que se compromete a guardar y hacer guardar el secreto de profesión así como la confidencialidad de lo que las cartas y paquetes contengan. Este requisito tiene mayor significancia en aquella época en la que, debido al gran número de personas que no sabían leer ni escribir, tenían que depender del empleado de Correos para enterarse de lo que decían las cartas que recibían, así como para responderlas. En esto también hemos avanzado, pero no sé si para bien. Me explico. Ahora la mayor parte de la gente sabe leer y escribir por lo que, ya no depende tanto del funcionario de Correos, lo que en un principio le hace menos vulnerable. Pero según pude descubrir en mi última visita a las oficinas del servicio postal, la confidencialidad está, según mi entender, puesta en entredicho por las nuevas normas. Concretamente me refiero al envío de un giro postal. Hacía tiempo que no lo hacía, así que me llevé una sorpresa cuando la funcionaria de turno me pidió el D.N.I., para hacer una fotocopia, que debía quedarse en la oficina. No me había repuesto del todo de la pequeña sorpresa, cuando llegó otra en forma de cuestionario. La funcionaria me indicó que tenía que responder a unas preguntas:
¿Tiente Vd. trabajo? -me preguntó tímidamente.
Sí. - le respondí.
 -¿Qué trabajo?
Estaba a punto de decirle que a ella qué le importaba, cuando me fijé en el rostro de la mujer. Entonces me dí cuenta que ella lo estaba pasando peor que yo, por la vergüenza ajena que estaba sintiendo.
-Es que ahora nos obligan a hacer este cuestionario.
Le dije cúal era mi profesión.
A continuación me preguntó qué cantidad quería remitir, y entonces dejó caer la "bomba".
-¿Para qué lo envía? Y me leyó una serie de posibilidades en un tono de voz que menguaba, a la par que aumentaba mi mal genio. Tanto, que mi rostro ya no podía contenerlo bajo la capa del disimulo.
Ahí, justo en ese momento, fue cuando empecé a acordarme, en voz alta, de todos los antepasados del que había hecho una norma tan estúpida y vergonzosa.
Me sentí controlada como si estuviera cometiendo algún delito.
No entendía entonces, y sigo sin entenderlo ahora, que cada vez que alguien pone un giro postal, tenga que dar detalles tan personales. Y me acordé de un refrán que solía decir mi abuela: Se cree el ladrón, que todos son de su condición.
¿De verdad creen los políticos que nos están tocando sufrir, que vamos a tragarnos que todo este sinsentido es para el bien de nuestra seguridad, o para un mejor funcionamiento de nuestro sistema?  ¿Dónde queda el derecho de privacidad? ¿Es que se están institucionalizando los cotillas? ¿Quién controla a los controladores? ¿A ellos también se les hace este tipo de cuestionarios cada vez que salen de su ciudad o país, o por el hecho de ser quienes son, están exentos de cumplir las normas que ellos mismos han dictado?
Por si ninguno de nuestros brillantes políticos tuviera respuesta a estas preguntas, les remito a las palabras que hace poco pronunció el presidente francés:
-Lo privado, en privado.
Y yo añado:
- *s' il te a vous plaît.
*Por favor (traducido del francés).

miércoles, 8 de enero de 2014

RARAS

JOVEN LEYENDO
De Vanesa Bell



Son fácilmente reconocibles, incluso en lugares públicos llenos de gente. En un café, por ejemplo, es la que se apoltrona en una mesa del rincón, y con una consumición se pasa toda la tarde. Tan absorbida está por la lectura,  que ni se da cuenta que se está convirtiendo en una especie de enemigo público, al no consumir con la asiduidad que la obligaría el hecho de estar ocupando ella sóla una mesa. En cuanto la ven sacar el libro del bolso, el camarero o encargado de turno, intentará disuadirla,  utilizando los más variopintos recursos para conseguirlo. Pero con ella nada funciona. Ni siquiera poniendo el hilo musical a un volumen que ningún oído humano podría soportarlo. Ella ni se entera.
Es la misma que en la cola de un museo, cine, e incluso de una oficina de empleo, no pierde los estribos porque la hagan esperar. Abre el libro que siempre lleva con ella, y se pone a leer.
También es la que en el parque busca el banco que más alejado está del lugar concurrido por los paseantes y antes de sentarse, mira hacia un lado y otro para asegurarse de que realmente está sóla, como si fuera a cometer un delito. Entonces saca el libro, a veces de un volumen considerable, lo posa sobre su regazo, y hace que el tiempo se detenga y que cualquier persona o cosa que la rodee, se convierta en invisible.
Es también la que no se preocupa si hace frío o calor, si es verano o invierno. Es capaz de quedarse encerrada en casa leyendo, aunque fuera haya treinta grados. No importa ni el tiempo atmosférico ni el otro. Para ellas no parece haber estaciones ni temporadas. Tampoco parece preocuparles si van a la moda o no. Algunas parecen daltónicas, por las imposibles combinaciones de colores que llevan. Son anti-fashion total. Y no les importa.
Suelen estar sólas. No se las conoce pareja u otra compañía asidua.
Siempre con la mirada sobre una página.
Tienen pinta de aburridas, de raras. Pero quienes así las juzgan poco saben de ellas, puesto que ni siquiera han intentado acercarse, conversar, llegar a conocerlas. Si lo hicieran, se sorprenderían de lo mucho que se parecen a ellos mismos. Si se acercaran e intentaran captar su atención, les podría sorprender que son recibidos con una sonrisa y no con un gesto amargo, como podría esperarse. En cuanto a lo de aburridas, nada más lejos de la realidad. Son capaces de seguir una conversación, e incluso de hacerla amena. Precisamente por la información que adquieren en cada libro que leen.
Puede que también sean una especie a extinguir, como los dinosauros. Pero eso lo puede ser cualquiera que no se deje llevar por la ola de intolerancia e incompresión, de una sociedad que parece circular en rebaño.
Si se encuentran alguna de estas personitas, no las juzguen, no las maltraten con su mirada despectiva. Debajo de esa apariencia fría, hay un corazón latente.

sábado, 4 de enero de 2014

CARTA A LOS REYES MAGOS




"A CALLING 2"
(By William-Adolphe Bouguereau)





Queridos Reyes Magos:
Os escribo esta carta para pediros varias cosas. No son para mí en realidad, ahora mismo no necesito nada. Quería pediros unas botas para mi hermano, que va a la escuela con unas zapatillas rotas. Un abrigo de lana para mi madre, que siempre va tan mal abrigada, que no hace más que toser.
Para mi padre, os pido que encuentre trabajo, porque desde que no trabaja, se está quedando delgado y triste. Ya sé que vosotros repartís sólo juguetes, pero como me han dicho que llenáis los hogares de magia, he pensado que podiáis dejar parte de esa magia en mi casa.
Ya sabréis que no siempre me he portado bien, sobre todo con mi hermano, que siempre intenta hacerme rabiar. Pero en el fondo le quiero mucho. Así que no tengáis en cuenta las trastadas que a veces le hago.
Estoy pensando que aunque os he dicho que no necesito nada, bueno, el caso es que hay una cosa que sí me gustaría tener. Hace unos días ví un libro en el escaparate de la librería de doña Pilar. Es uno de esos libros de historias sobre las hadas y los duendes que habitan los bosques. Ya sabéis que no tengo dinero, así que he pensado que, a lo mejor, vosotros tenéis un libro como ese en vuestro almacen de regalos. O quizás algún niño que ya lo ha leído, os lo devuelve. Si es así, no olvidéis que yo os lo he pedido, no  me importa que esté usado. Además lo pienso compartir, porque en los ratos libres se lo voy a leer al abuelo que, como ya no ve bien, no puede hacerlo él mismo. Seguro que le va a gustar tanto como a mí.
Creo que no se me olvida nada. Sólo desearos que tengáis una noche de reparto sin ningún percance, y que podáis hacer vuestro trabajo a tiempo. Yo intentaré dormirme para que podáis hacerlo sin problema.
Me despido con un beso para cada uno.
¡Ah, se me olvidaba!, os dejo unos vasos de limonada sobre la mesa de la cocina.