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domingo, 31 de enero de 2016

HORAS MUERTAS

"LA COMIDA DEL MEDIODÍA"
De John Frederick Lewis


Hoy traigo un cuadro que me ha llamado la atención por su colorido, por la variedad de personajes que hay en él, pero sobre todo, porque está lleno de vida. En él podemos contemplar una escena cotidiana: la comida del mediodía, que da título al cuadro. Alrededor de una mesa redonda, llena de frutas variadas, hay cinco hombres. Los dos sentados en la parte izquierda, de más edad. Uno de ellos, el que está en primer plano, sostiene una rodaja de melón. Parece estar hablando, y por la postura de algunos de los comensales, se diría que está diciendo algo de gran interés para ellos. Frente a él un hombre más joven, tocado con un turbante de color rojo, apoya su espalda sobre una de las columnas del edificio mientras contempla, con verdadero deseo, un racimo de uvas que sostiene en su mano. Al lado derecho de este hombre, está sentado otro que tampoco parece prestar atención a lo que el mayor está diciendo. Su atención se centra en alcanzar algo de uno de los platos que están alejados de donde él está sentado. 
Tanto en la mesa, como en la ropa que llevan, así como en los cojines que rodean la mesa, el color se adueña de la escena. Hay una amplia gama de tonalidades. Un pequeño jarrón  lleno de rosas, cerca de ellos, añade alguna más.
Detrás del que habla, permanecen de pie tres hombres que parecen ser sirvientes. El más alto tiene una sonrisa que muestra el contraste de sus blancos dientes con su piel negra. Aunque sonríe, su mirada está en el horizonte. A su lado izquierdo, otro sirviente de menor edad, parece sonreír también pero, ¿su atención está puesta en el grupo de los comensales?  A la derecha del sirviente más alto, hay otro, el único que parece estar atento a lo que ocurre en la mesa. Sostiene un recipiente que seguramente contendrá vino o agua. Quizá por eso está pendiente de cualquier seña que le hagan para comenzar a servir.
Al fondo de la imagen hay una puerta en la que se ven varios personajes. Uno de ellos parece portar varios platos, lo que hace pensar que también forma parte del servicio. Platos que le va recogiendo otro hombre que está a su izquierda, y va colocando en una pequeña mesa.  Detrás de él, hay otro hombre ataviado con ropajes de color negro. Es el único que va vestido con un color tan oscuro.
En la parte inferior de la derecha, se está viviendo otra escena. Varios caballos descansan al sol , mientras sus dueños comen. Con ellos también hay varios hombres que se encargan de su cuidado. Un grupo de palomas está cerca de ellos. Un par de ellas, han decidido alzar el vuelo.
En esta parte, la naturaleza se ha apoderado de un lugar destacado. Hay varios setos y las  frondosas ramas de un gran árbol, se apoyan sobre parte del muro que rodea el edificio. Tras esa parte verde, al fondo, se ve la preciosa fachada, de piedra tallada, de un alto edificio. Ésa arquitectura, así como la vestimenta de los hombres, nos están indicando que estamos en un lugar de Oriente. Luz, color, vida. Otra forma de vida diferente a la nuestra.  ¿Es tan diferente? Sentarse alrededor de una mesa y charlar, sin preocuparse del tiempo. Saboreando cada pedazo de alimento que entra por la boca. El tiempo, ése es su verdadero privilegio. 
Continuamente nos bombardean con mensajes de lo importante que es para nosotros estar siempre en movimiento. ¿Por qué no nos preguntan si es éso lo que realmente  deseamos? ¿Pasa algo por detenerse de vez en cuando y disfrutar de las pequeñas cosas? 
Hace unos días vi un anuncio en el que una chica que está haciendo footing, se acerca a un puesto callejero donde compra una pequeña botella de agua. Para pagar no utiliza unas monedas, lo hace con el móvil. El mensaje está bien claro, no hay que parar demasiado. Hay que seguir en movimiento. Para facilitarnos esa hiperactividad, ponen a nuestro alcance la tecnología punta. ¿Para qué detenerse a hablar con el hombre del puesto si podemos seguir corriendo? Pero tras el envoltorio de ese "hacernos la vida más fácil", se oculta un paso más hacia el control del individuo. No importa lo lejos que vaya la joven corredora, allá por donde pase, quedará su  rastro. Cada vez más aislados unos de otros, cada vez más controlados. Somos como el pequeño Garbancito del cuento infantil. Ese niño que iba dejando garbanzos tras de sí,  por si no fuera capaz de encontrar el camino de vuelta a casa. Lo malo es que ese mismo rastro le servía para saber su recorrido a quien deseaba comérselo.
Antes el enemigo del hombre era el reloj, ahora el número de máquinas a nuestro alrededor se ha multiplicado. Es hora ya de que matemos el tiempo, y de que con esas horas muertas hagamos lo que nos dé la gana. Alargar las sobremesas. Detenernos a hablar y a mirarnos los unos a los otros. Disfrutar de los frutos que tengamos a nuestro alcance. Es hora de que empecemos a recuperar el tiempo, nuestro tiempo, para luego perderlo, sencillamente en vivir.


miércoles, 27 de enero de 2016

MEDICINA PARA EL ALMA

"MUJER LEYENDO"
De Paul Gustave Fischer


En la isla griega de Patmos se dice que el apóstol San Juan escribió el Apocalípsis. En esa isla un monje ortodoxo fundó el monasterio con el mismo nombre del santo. Dicho lugar alberga una impresionante biblioteca. Hace unos días, en un reportaje de televisión, el monje encargado de cuidar de dicha biblioteca y de los tesoros que alberga , aseguraba que la lectura de determinados libros, podía sanar el alma de un ser humano. Por eso a esa biblioteca los monjes la conocían como el Hospital de las Almas. Me pareció una denominación preciosa para una biblioteca.
Hay quien necesita de un momento de tranquilidad para coger un libro y ponerse a leer. Otros, sin embargo, son capaces de concentrarse en la lectura en cualquier lugar y momento, aunque estén rodeados de bullicio. Los hay, incluso, que pueden leer mientras caminan.  
En mi caso, tener un libro cerca en momentos límite, me ha ayudado a mantener la calma. En esos momentos puede que ni siquiera me apeteciera concentrarme en la lectura. Pero sólo tener un libro entre las manos, me hizo sentir que no todo se derrumbaba a mi alrededor, que había algo sólido cerca a lo que poder agarrarme. Es curioso que en esos momentos, captar a alguien que siente la misma pasión por los libros, hace que se produzca una especie de conexión entre esa persona desconocida y tú. Una conexión que no necesita de palabras. Te sientes entonces doblemente acompañada. Ésto me ocurrió a mí hace unos cuantos años. Estando ingresada en el hospital, llegaron a mi habitación varios médicos que formaban el equipo de especialistas que iban visitando a los enfermos de la planta donde yo estaba. Al verles entrar, dejé el libro que estaba leyendo sobre mi cama. Eran tres, uno de ellos sobresalía por su complexión física. Era alto y de hombros anchos. Tenía su escaso pelo, cano, al igual que su bigote. Sus vivos y pequeños ojos negros, parecían escrutarlo todo a través de los gruesos cristales de sus gafas de montura plateada. Primero me hicieron unas preguntas. Luego comentaron entre ellos, las respuestas que les había dado . En un momento determinado, se hizo un silencio demasiado largo e incómodo para mí. Fue entonces cuando el alto doctor detuvo su mirada sobre el libro que yo había dejado sobre la cama. Y ahí fue también cuando su pasión por los libros quedó al descubierto. Cualquiera que no sintiera esa  pasión, se hubiera conformado con pasar por encima del libro, su mirada distraída. Pero él no. A él no le bastó con éso, necesitaba saber qué libro era aquel. Se apartó de los otros dos. Como era alto, necesitó agacharse para ver más de cerca la portada del libro. En ella había la reproducción de un cuadro en el que se representaba a dos mujeres con ropas de principios del siglo lXX. Una de ellas estaba sentada en una silla, retocándose una flor que tenía prendida en la solapa de su vestido de color malva. Un sombrerito de paja, adornado con una cinta de color amarillo viejo, cubría su cabello de color pelirrojo. La otra mujer, a su lado, estaba con el cuerpo doblado hacia delante, cuidando de un seto que tenía frente a ella. Llevaba también su cabeza cubierta con un sombrero de paja, pero a éste le adornaba una cinta de color negro. Como estaba de espaldas, por debajo de su sombrero, se descubría un pelo de un rojo más oscuro que el de la primera mujer, recogido en un moño.
Al fondo, en la parte derecha del cuadro, se veía un camino cubierto de césped. La luz solar inundaba la escena.
El alto doctor se quedó durante unos minutos embelesado con la bella portada, deteniéndose incluso en la lectura del título de la obra y del nombre de la autora. Luego enderezó su cuerpo con toda tranquilidad, y volvió a reunirse con los otros dos médicos. Cuando dirigió su mirada hacia mí, algo había cambiado en ella. Un especial brillo en sus ojos, atravesaba los cristales de sus gafas. Entonces se percató de mi atención sobre él. Me sonrió, le sonreí, y en ése momento, nos reconocimos el uno en el otro, como dos lectores empedernidos. 
Al despedirse, él volvió a sonreírme. Entonces tuve la seguridad de que todo iba a ir bien. Un médico, pensé, que era capaz de percatarse de un pedazo de belleza impresa en la portada de un pequeño libro, sería capaz de captar cualquier problema que pudiera presentarse en mi proceso de curación. En esos momentos, me sentí mucho más segura.
Eran otros tiempos. Tiempos del siglo pasado. Entonces los médicos se detenían con cada uno de sus pacientes, y tenían tiempo de mirarles a los ojos.
Por si les pica un poco la curiosidad, les diré que el libro que tuve durante esos días de incertidumbre cerca de mí era "Fiesta en el Jardín y Otras Narraciones" de Katherine Mansfield, de la Editorial Juventud, en edición de bolsillo,  muy cuidada.
Cada vez que vuelvo a ese libro, me acuerdo de aquel médico y vuelvo a esbozar una sonrisa.

"Juro que los que leen son más hermosos que los que no leen. Como un diamante, el alma se va puliendo con la lectura e inevitablemente sale afuera la luz del corazón"

(Sacado del libro: "Memorias de Un Librero" de Héctor Yánover, ahora reeditado, no se lo pierdan)

sábado, 23 de enero de 2016

LA REBELIÓN DE LOS SIMIOS

"LA TEJEDORA" 
De William Adolphe Bouguereau


La primera vez que leí "Jane Eyre" de Charlotte Brontë, ya mayorcita, me di cuenta de lo bien estructurada que estaba la sociedad de aquella época para que nadie se saliera de la fila a la que había sido asignado. 
Hay niños a los que, desde su nacimiento, se les otorga todo tipo de cuidados y medios para que sigan perteneciendo a la clase privilegiada en la que han nacido. A otros, sin embargo, desde críos también, se les asigna un lugar, pero éste de sufrimiento y carencias, para que sean sumisos, callados, totalmente domables y sigan formando así, parte de ese grupo de personas a las que se les convence de que han nacido para ser animales de carga.
Los tiempos han cambiado, sí, pero no algunas mañas. Los que pertenecen al primero de los grupos que he mencionado arriba, no están por la labor de que vengan otros, no a quitarles, sino ni tan siquiera a compartir sus privilegios, y es entonces cuando el abanico de su ingenio se abre para evitar que ésos a los que consideran inferiores, puedan acceder a cualquier tipo de mejora social. Las vías que utilizan para conseguirlo pueden ser desde la educación hasta la sanidad.
Si a un niño, desde pequeño, se le convence de que no sirve para estudiar, y además se le van cerrando puertas de ayudas para que acceda a una buena educación, no es difícil adivinar como va a terminar. 
La salud, o más bien la falta de ella,  es otra vía para conseguir sumisión. ¿Sabías -me comentaba hace unos días un conocido - que hay empresas farmacéuticas que ofrecen a los científicos que han descubierto nuevos fármacos que pueden curar determinadas enfermedades, el doble de dinero de lo que ganarían por sacar ese fármaco al mercado, para que no lo hagan y así hacer que esa enfermedad no se cure, y puedan seguir  vendiendo sus pastillas? Y lo malo es que hay científicos que aceptan el soborno.
Ahora entiendo -le dije- por qué hay enfermedades "crónicas". Esas enfermedades que no se curan nunca. En lugar de poner en cada pastilla la dosis adecuada del componente curativo, se reduce dicho componente hasta la mínima existencia, o no se pone directamente, y así lo que se podría curar con un reducido tratamiento, se alarga hasta la eternidad. Éso por no mencionar que plantas curativas que se vendían en herboristerías,  las han retirado de la venta de esos establecimientos aduciendo que no eran buenas para la salud, y ahora las empresas farmacéuticas las han incluido en sus propias medicinas. Si no eran buenas, ¿por qué las utilizan ellos? Y si lo eran ¿por qué desprestigian que otros establecimientos las vendan?

Hace poco hemos tenido una Elecciones Generales, y ya se sabe que el tiempo de Elecciones es tiempo de mentiras oficiales. Tiempo de presentar informes manipulados hasta la saciedad. Una de las mentiras oficiales más repetidas en este período electoral y post-electoral es la referente a los Servicios Sociales. Hace poco salió la noticia de que los Servicios Sociales de Castilla-León eran los segundos mejores de toda España. Cuando lo oí, no sabía si echarme a reír o a llorar. Cualquiera que esté dentro del mundo de los Servicios Sociales bien como trabajador o como usuario-sufriente, sabrá que esa declaración se aleja bastante de la cruda realidad. El tiempo que se otorga para el cuidado de dependientes, enfermos y ancianos, se va reduciendo hasta la ridiculez. ¿Qué clase de atención puede recibir  una persona que no se puede valer por sí misma en veinte ridículos minutos? ¿Cómo se puede ser tan cínico de defender, desde un puesto de Inspector de los Servicios Sociales, que a una persona dependiente se le puede dar de comer en cinco miserables minutos? 
Otra de las cosas que no se menciona en esos informes tan "blancos" es que el personal que trabaja cuidando a los dependientes, no ha recibido cursos de formación y reciclaje desde hace años. Quizás por éso haya cuidadores que todavía no sepan cosas tan esenciales como  que con los mismos guantes que se ha hecho el aseo de la persona que están cuidando, no se puede preparar o servir la comida a dicha persona. ¿No deberían ser ellos los que dieran un ejemplo de higiene? ¿Por qué entonces son tan tacaños con el material necesario para el cuidado y limpieza de las personas dependientes?
Yo entendería que se redactaran con sumo cuidado los informes que se presentan ante la Comunidad Europea, si las ayudas o subvenciones que se consiguieran con ello, fueran directamente a los únicos destinatarios que deberían tener esas ayudas: a las personas dependientes. Pero resulta que no es así. Cuando dichas subvenciones llegan a nuestro país, pasan por tantos despachos, que al final lo que queda para los verdaderos destinatarios, es decir los dependientes,  es apenas una calderilla. Por eso nunca hay presupuesto para lo esencial.

El mundo tiene ya muchos siglos, pero hay quien se empeña en seguir tratando a sus semejantes, sobre todo a los más débiles, como si fueran animales. Se olvidan de que venimos del mono, sí, pero de aquel primer simio que un día decidió  dejar de caminar a cuatro patas, mirando hacia el suelo. Como él, caminamos con el cuerpo recto y la cabeza alta, por eso sabemos que hay un horizonte más allá de la fila donde quieren obligarnos a caminar. Eso es lo que, a diferencia de los que intentan aplastarnos, nos ha hecho ir hacia el camino de la evolución. 


lunes, 18 de enero de 2016

PIEZAS DE RECAMBIO

"Pinocho"
(Imagen sacada de Internet)


Vivimos en una sociedad en la que se rinde culto al cuerpo. Es importante dar una imagen de eterna juventud, de personas saludables y llenas de vida. Constantemente nos bombardean con la publicidad de productos que nos quitan años, arrugas. Que hacen desaparecer los defectos de "fábrica" que tenemos al nacer. Es tal la gama de posibilidades que hay, que a menudo nos olvidamos que nuestro cuerpo es sólo éso: un cuerpo. Todo lo bello, fuerte y saludable que pueda ser, sí,  pero también frágil. Que como materia que es, puede estropearse, romperse incluso. 
Cuando una amiga me aconsejó la lectura de la novela que quiero comentar aquí, al decirme su título: "Reparar a los Vivos", mi mente se fue enseguida por un camino por el que estaba casi segura  iba a transcurrir la historia. Sin embargo, me equivoqué. El título de esta novela lo deja tan claro, que ni lo contemplé. La historia nos presenta a Simon Limbres un joven que practica el surf. A nadie le extrañaría que un joven obsesionado por encontrarse con la ola más grande del mundo, acabara atrapado por una de ellas, pero no es así. Lo que le arranca la vida es un accidente de tráfico. La camioneta donde viaja el joven Limbres con otros dos amigos, choca contra un árbol. Él, que es el único que no lleva cinturón de seguridad, muere en el accidente. Sin embargo, su corazón sigue latiendo. A partir de ahí todo cambia para un grupo de gente, cercanos unos al joven, otros, totalmente desconocidos, pero todos ellos "conectados" de algún modo a ese joven corazón aún latiente, del joven Simon.
Ésta es una historia que, por su temática, hay que leerla despacio. Es una de esas novelas que dejan "tocado" al lector. En mi caso, tuve que parar de leer en algún momento para ir asimilando lo que transcurría en  ella. 
Varias cosas me sorprendieron al ir avanzando. Una de ellas lo bien documentada que está su autora Maylis de Kerangal, en un tema que, supongo, no es fácil adentrarse: el de los trasplantes de órganos. 
La novela tiene varios protagonistas de historias paralelas a la principal, que es la muerte del joven. A partir de ahí, conoceremos a sus padres. La forma en que cada uno de ellos reaccionará ante la horrible noticia de la muerte de su hijo. Será la madre, Marianne quien dé la noticia al padre, Sean. Cuando quedan los dos para hablar de lo sucedido:
"... los brazos doloridos a fuerza de oprimirse, se amalgaman en las bufandas, las chaquetas y los abrigos, la clase de abrazo que uno se da para ser una roca ante el ciclón, para ser una piedra antes de saltar al vacío, una cosa de fin del mundo en cualquier caso, cuando al mismo tiempo, exactamente al mismo tiempo, es también un gesto que los reconecta -sus labios se tocan-, acentúa y elimina su distancia, y cuando se liberan, cuando se desasen por fin, sorprendidos, extenuados, son como náufragos."
 Cerca de ellos, estará Thomas Remige, un especialista en trasplantes, quien tiene la ardua misión de convencerles  de que donen los órganos de su hijo. Y deberá hacerlo con la suficiente habilidad como para hablar claro, pero convincente porque:
"las conversaciones donde se eterniza la ambigüedad son trampas de sufrimiento. Thomas lo sabe."
 Ésto nos conducirá a su vez,  a los enfermos que están a la espera de un trasplante. Como Claire:
"A ratos tiene la sensación de sustituir las trabajosas contracciones de su órgano enfermo por un vaivén fluido, el que se establece entre su francés de nacimiento y el inglés aprendido,  de que ese movimiento rotativo abre en ella una anfractuosidad en forma de cuna, una cavidad nueva -hubo de aprender otra lengua para conocer la suya, por lo que se preguntaba si ese otro corazón le permitiría seguir conociéndose: te dejo un sitio, corazón mío, creo espacio para ti." 
Esta novela la leí antes de Navidad, pero cuando Diciembre cayó encima, pensé que no era un tema para tratar en esas fechas. Si no me resigno a no comentarla es porque creo que está muy bien escrita. Además la señora Kerangal ha tenido el buen sentido de intercalar las escenas más crudas con otras descritas de forma poética. Lo que da oxigeno al lector.
Al leer este libro, nos damos cuenta de que nuestro cuerpo es útil en la medida en que cada una de su partes, cada uno de sus órganos, recibe vida como motor para su funcionamiento. Pero que cuando no haya vida en él, si alguno de sus órganos todavía sigue conservándola, puede servir para otro cuerpo distinto, y hacer que todo en él funcione. 
Una novela intensa.


jueves, 14 de enero de 2016

EL PÁJARO DE LA FELICIDAD

"Pájaros"
de Albert Joseph Moore


Mi padre solía decir que la felicidad era un pájaro que volaba muy alto, que por eso era tan difícil de alcanzar.
Se han escrito líneas y líneas sobre lo que significa verdaderamente ser feliz. Está claro que para cada persona la palabra Felicidad tiene un significado diferente, aunque un denominador común: el sentirse bien.
Ayer, durante una entrevista que se le hacía a una actriz en televisión, cuando le preguntaron qué era para ella la felicidad, dio una respuesta que me pareció de lo más exacta. 
La felicidad -dijo- es esos buenos instantes que la vida nos regala, entre putada y putada. 
Esta misma mañana he podido comprobar lo acertado de esa definición. 
Estaba esperando a un autobús que iba para el centro, cuando me fijé que entre la gente que esperaba cerca de mí, había una pareja. El hombre llevaba un sombrero, de esos impermeables, al que le había doblado la visera, lo que permitía ver perfectamente su rostro. Sus negros ojos eran pequeños, pero vivos. Algunos cabellos que asomaban por debajo del sombrero, eran del mismo tono, aunque se empezaban a ver las primeras canas. Era de estatura media. No se podría decir que fuera guapo, o especialmente atractivo. A su lado, la mujer que le acompañaba esperaba en su silla de ruedas. Le faltaba parte de su pierna derecha. Su cabello era castaño claro, igual que sus ojos. No era tampoco muy alta. Ninguno de los dos eran tan guapos como las estrellas del celuloide. En un momento determinado, el hombre se puso frente a la silla, se agachó y, posando sus manos en el rostro de ella, le dio un beso. Un beso largo y apasionado. Cuando parecía que iban a separar sus bocas, él volvió a besar a la mujer con uno de esos intensos besos de película. 
Si en ése instante alguien me hubiera preguntado cual era el hombre ideal para mí, hubiera respondido sin dilación que era ése. Yo quiero -diría- uno como ése.
Cualquier otra persona rodeado de su mismas circunstancias, llevaría cara de tristeza o de amargura. Cuando el hombre de esta historia, alzó su rostro después de haber besado a su pareja, lo que se veía en él era luz. Era el mismísimo rostro de la felicidad.

Cada vez que mis amigas y yo nos paramos frente a un escaparate de alguna tienda de zapatos, ellas ya saben cual de ellos voy a elegir como mis preferidos. Aquellos que sean de colores vivos. Rojos, verdes, amarillos, incluso dorados o plateados. Lo mismo me pasa con las medias o los calcetines. Me gustan con topitos u otro tipo de estampado de colores.
Cuando una de esas amigas me preguntó por qué me atraían tanto los colores para los complementos de los pies, le expliqué que eran buenos para los malos tiempos. Ella me miró extrañada, así que le desarrollé mi particular teoría de la revolución de los colores:
Normalmente voy con la cabeza muy alta para caminar por la vida, pero a veces ésta me ha dado golpes tan fuertes, que me ha hecho doblarme y bajar la cabeza hacia el suelo. Cuando ésto sucedió, si me hubiera encontrado con unos zapatos de color negro, hubiera terminado por hundirme en la miseria. Sin embargo, si al mirar hacia abajo, me encuentro con unos zapatos y unos calcetines llenos de colores, el efecto del golpe parece amortiguarse. No es todo tan negro, pienso, y eso me hace ver la realidad menos dura.
Esta teoría, hizo que mi amiga esbozara una sonrisa un tanto irónica. Pero pasados unos minutos, me contestó que no estaba tan mal la idea. 
No se puede decir que el Nuevo Año haya empezado demasiado bien para mí. Éso ha hecho que durante algún día mi estado de ánimo bajara un poco. Incluso he dejado aparcada la lectura de algún que otro libro que me está esperando. Me he levantado ya cansada de la cama, y el ver el día nublado, no es que me haya ayudado precisamente. Entonces, al empezar a vestirme me he acordado de mi teoría, y he decidido ponerme un par de medias de ésas que dan calor bajo los botines. Unas medias de color rosa. El momento lo exigía. Parece que ha funcionado porque al hacerlo, todo a mi alrededor ha empezado a tener algo más de claridad. Cuando he llegado a la parada de autobús y he visto la escena que arriba les he contado, he pensado: vaya,  parece que el poner color en mis pies, hace que a mi alrededor ocurran bellas escenas. Así que ya lo saben, prueben, si les apetece. Dejen de mirar hacia arriba buscando el escurridizo pájaro de la felicidad y empiecen a mirar hacia abajo. Pongánse un par de alegres calcetines o  chispeantes zapatos , y verán la realidad de otro color.



     

sábado, 9 de enero de 2016

LA *EROSICIDAD DE UN CUERPO DESNUDO

"INTERIOR DEL ESTUDIO"
De David de León-Mattieu Cochereau


Cuando un poeta escribe sus versos, se va desprendiendo de todo el ropaje que lleva encima, hasta quedarse desnudo ante quien quiere escucharle o leerle. Se convierte en el centro de atención primero, de admiración o rechazo después. Es como uno de esos modelos que posan en los estudios de pintura. Bello, sí, pero también muy frágil, porque está en el centro de muchas miradas. Cada una de ellas le captará de diferente forma. Una vez captado por esos ojos ajenos,  ya no será el mismo. A su forma real se le irán añadiendo los sentimientos o sensaciones del que le contempla y dibuja. 
Cada vez que un lector se acerca a un poema y lo lee, éste muda su piel tomando la del lector por unos instantes. Así, entre esos versos declamados o leídos, se van colando otras historias, las de las imágenes que la mente del lector va creando o recordando a través de su lectura.  Eso me ha pasado a mí al leer el libro de poemas  "PIEL" de Pedro Ojeda Escudero. Sus versos desnudos haciéndose preguntas y dando respuestas, han mudado en otra historia, ¿quieren que se la cuente?

"FRILEUSE" ("TÍMIDA")
De Anders Zorn


Clara era una de esas niñas tímidas hasta la exageración. En clase de gimnasia, cuando tenía que cambiarse , le horrorizaba la idea de que alguna de sus compañeras pudiera ver su cuerpo desnudo. Eso hizo que desarrollara una habilidad digna de admiración para cambiarse de ropa, sin mostrar ni un centímetro de su cuerpo. Pero por mucho que se cubriera, no lograría estar fuera del alcance de la crueldad de otras niñas, que se burlaron una y otra vez de su exceso de recato.
Cuando Clara llegó a la adolescencia, la cosa no mejoró. Cada vez que contemplaba en el espejo su cuerpo desnudo,  siempre encontraba algún defecto. No se gustaba, y el pensar que los demás pudieran rechazarla también, la decidió a crearse una coraza que impidiera ver sus verdaderas formas. Si algún chico intentaba acercarse para conocerla mejor, ella se enfundaba su escudo protector, y conseguía disuadirle. Así logró que algunos la vieran como la chica rara de la pandilla, otros como una especie de enigma imposible de resolver.

**¿CÚANTO ES
lo que de verdad importa?

¿Qué número de cosas 
te guardas en el secreto lugar 
que ni tu corazón sabe? 


La vida, en su vieja sabiduría, se encargaría de hacer que Clara aprendiera a mirarse, aceptarse y quererse, tal y como era.
Una noche, al ponerse su pijama, Clara notó que tenía un bulto en uno de sus pechos. Al día siguiente decidió ir al médico. Cuando un tiempo después el oncólogo le anunció que el resultado de la biopsia era positivo, una losa cayó sobre su cuerpo, y se preguntó para qué se había ocultado tanto del mundo.

**SOLO LOS VERSOS PUEDEN expresar
el tiempo derrochado. Como herida,
como ruda pregunta que nos abre:
donde dejaste el cuerpo del delito 
de todos tus silencios. En los blancos
tan pulcramente limpios entre cada 
palabra.

A partir de ahí, el camino que tuvo que recorrer Clara con su cuerpo tocado por un destino cruel por lo incierto, fue largo y duro. Tuvo que aprender a desnudarse una y otra vez ante miradas de extraños. Su cuerpo dejó de ser suyo, para pasar a pertenecer a la ciencia. 
Al día siguiente de la operación, al despertar, decidió ante el asombro de los que estaban con ella en la habitación del hospital, que quería ir al baño a asearse. Se puso frente al espejo. Vio que en la parte derecha de su pecho, había un vacío que antes no estaba. Alzó su mirada y dijo a la nueva persona que se reflejaba: 
-Ahora eres así, y así te vas a aceptar.  
Entonces vio que ese reflejo, le regalaba una sonrisa.

**NO QUIERO MÁS PAISAJE
que la certeza tibia 
de tu carne en presente,
guion y mapa del mundo
por tu revolución 
al fin 
comprensible y humano.


Clara consiguió curarse por fuera y por dentro. Ahora ama cada parte de su yo, como si fuera el mayor de los tesoros. Decidió reanudar su andadura por la vida sin miedo, sin corazas. En lugar de armadura, lleva una sonrisa puesta que abre su corazón a toda persona de bien que quiera acercarse a ella. 

La historia de Clara es la de tantos hombres y mujeres que han padecido un cáncer de mama. A los que lo han superado, y a los que están en pleno recorrido del camino hacia la curación, les dedico esta entrada. ¡Ánimo y fuerza!


Los que suelen pasar por este blog, ya sabrán de mi afición a jugar con las palabras. En el título de esta entrada, me he permitido la libertad de fusionar dos palabras en una, me refiero a la palabra "Erosicidad", que es el fruto de la suma de "Eros" (nombre del dios de la mitología griega responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo) más la terminación de la palabra "Heroicidad".

Todos los poemas señalados con dos asteriscos, están sacados del libro arriba mencionado: "Piel" de Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 6 de enero de 2016

¿(IN)DIGNAS SUCESORAS?

Imagen sacada de Internet
( Traducción del letrero impreso en la camiseta: "Prefiero ser Rebelde a ser esclava")


Hoy quiero comentar una película que pusieron en los cines en plena Navidad. Una de esas películas que suelen poner en las salas más pequeñas,  (las grandes se dejan para temas de más tirón como alguna que otra guerra en alguna que otra galaxia), su título: "Sufragistas". Ignoro si tiene alguna nominación para los Oscars. Si no es así, debería tener varias. El reparto, la ambientación, el vestuario, son magníficos. La acción, basada en hechos reales, se sitúa en los albores de la 1ª Guerra Mundial. Un grupo de  inglesas sufragistas, deciden luchar para dar voz a las mujeres. Cuando se habla de dar voz, no es sólo en política, también en derechos laborales, que brillan por su ausencia. Quien mejor lo sabe es una de las protagonistas de la historia: Maud Watt, (papel interpretado por la buena actriz Carey Mulligan), una mujer que a sus veintitantos años está casada, tiene un hijo, y carga sobre su cuerpo, los constantes abusos laborales y sexuales del patrono de la fábrica donde trabaja. 
Son tiempos difíciles (cuales no),  las sufragistas no caen bien a ciertos sectores de la sociedad. La presión que sufren Maud y el resto de mujeres que se atreven a dar un paso hacia adelante en contra de tanta injusticia, viene desde varios lados. Tanto desde ese sector acomodado en la esclavitud de esas mujeres, como de sus propias familias. El responsable del orden Arthur Streed, interpretado por mi admirado Brendan Gleeson, lo deja claro, cuando en una de las manifestaciones de las mujeres, Streed les dice a los policías que no las detengan, que las acompañen hasta la puerta de sus casas para que sus maridos se "ocupen" de ellas. La cara llena de moratones de una de esas mujeres, que aparece en la escena que sigue a la orden del responsable de seguridad, deja bien evidente que algunos de los maridos, forman parte del engranaje social de persecución y derribo de esas mujeres. 
La primera vez que Maud es detenida y llevada frente a Streed para ser interrogada, ella se defiende diciendo que no es sufragista. Y es verdad, entonces no lo era. Paradójicamente quien la lleva a formar parte de ese grupo de mujeres comprometidas, son sus represores. Unos por activa, como el propio Streed, o su jefe en la fábrica, que no deja de acosarla. Otros por pasiva, como su marido, que acorralado por su propio miedo, no hace más que hundirla cada vez un poco más.
Cuando una sociedad es injusta, comienza a hacerlo con los que están más abajo, pero no se detiene ahí, sigue hacia arriba. Así vemos como las mujeres de la alta sociedad de aquella época, no estaban mejor consideradas por sus maridos. Aunque herederas de las grandes fortunas de sus familias, en cuanto pasaban por el altar, perdían todo derecho sobre sus posesiones, que acababan bajo el control de sus esposos. Ésto lo vemos en una de las escenas más explícitas de la película, cuando una mujer acaudalada, detenida por la policía por formar parte del grupo de sufragistas, es rescatada por su marido, que paga su fianza. Ella le pide que no deje a sus compañeras en la cárcel, que pague también la fianza de las demás. El marido se niega rotundamente, y ella le responde: Pero si el dinero es mío.
Otro de los poderes que no siempre está donde debiera es la prensa, que pone unos medios que ya están evolucionando hacia una mayor modernidad, (empiezan a aparecer las primeras cámaras fotográficas sin trípode), al servicio no precisamente de la verdad. La muerte de una de las sufragistas, Emily Davidson, que decide ponerse frente al caballo del Rey George V, durante la celebración del Derby Epsom , (papel interpretado por la actriz Natalie Press), será el detonante que haga reaccionar a esa prensa.

(a la izquierda la actriz Natalie Press, a la derecha fotografía de la auténtica Emily Davidson.
Imagen sacada de Internet)

Hay que reconocer que, afortunadamente, no todos los hombres dieron la espalda a esas mujeres. Tal y como se puede ver en alguna de las escenas de la película, hubo algunos que incluso fueron con ellas a las manifestaciones. Hombres lo suficientemente inteligentes como para darse cuenta que esas mujeres a las que se las estaban negando una serie de derechos, mientras se las trataba como meros trozos de carne, no eran otras que sus propias madres, hermanas, hijas y esposas. 

Los tiempos han cambiado. Algunas mujeres han logrado estudiar en la Universidad,  incluso llegar a puestos de responsabilidad en sectores empresariales, financieros y políticos. Pero ¿todas ellas son dignas sucesoras de aquellas pioneras? Me pregunto qué pensarían mujeres como Emily Davidson de las féminas que, habiendo alcanzado puestos de poder y responsabilidad, se limitan a anunciar políticas de continuidad, convirtiéndose en meros brazos ejecutores de los mismos abusos e injusticias que los de sus predecesores masculinos. ¿No sentirían esas primeras sufragistas una punzada en su interior, mezcla de dolor y vergüenza?

Si bien es verdad que se han logrado muchas cosas, hay otras que están por reconquistar. No hace mucho se aprobó una ley que castigaba a los que se atrevieran a insultar a personas de autoridad. 
Hace poco se aprobó una subida de 6 € al mes, para los sueldos mínimos. Si dividimos 6 € entre 30 días al mes, nos da un resultado de 0,20 céntimos de subida al día. Si éste resultado lo dividimos entre 8 horas, que suele ser la jornada laboral media, nos da un resultado de 0,025 décimas de céntimo de subida, el precio de la hora laboral. Supongo que a ésto se habrá llegado contando con los representantes sindicales. El mensaje que se está dando con este tipo de acuerdos es que el trabajo de las personas que cobran ese salario, no vale nada. Y encima lo hacen subestimando la inteligencia de los trabajadores ¿Hay mayor forma de insulto?

Películas como la que aquí comento, son necesarias para recordarnos lo que aquellas mujeres conquistaron, pagando incluso el alto precio de sus vidas. Es la historia que debería transmitirse a las nuevas generaciones para que valorasen lo que se ha conquistado, y siguieran luchando por lo que aún queda por ganar y por lo que, durante estos últimos años, se ha ido perdiendo.  



domingo, 3 de enero de 2016

COMO NIÑOS

"UN BAILE ESPONTÁNEO"
De Eva Roos


Recuerdo que una de las veces que escribí mi carta a los Reyes Magos con la lista de lo que queríamos mi hermana y yo, le pedí un regalo para mi madre y otro para mi padre. Se me ocurrió que como estaban siempre trabajando, merecían que sus Majestades se acordaran de ellos. Así que, ni corta ni perezosa, pedí que les trajeran un reloj de oro para cada uno. Aquel año además, me enteré de que se podían mandar las cartas a Radio Nacional para que las leyeran y así, a través de las ondas, les llegara antes la lista de nuestros deseos. Estaba tan contenta de mi carta que antes de mandarla, se la leí a mis padres. En mi inocencia de niña, pensé que la mirada que se cruzaban los dos al oír lo que pedía para ellos,  era de felicidad, al comprobar que su hija también se acordaba de incluirles algo.
A partir del momento en que eché mi carta al correo, no me perdí ni un sólo día el programa en el que se leía tan importante correspondencia. Cuando la presentadora de voz cristalina anunció que iba a leer una carta firmada por una niña de Burgos, y mencionó además mi nombre, no cabía en mí de felicidad. Llamé a toda la familia para que se acercaran a la radio, creo recordar que era un sábado o un domingo por la mañana. Y allí estábamos los cuatro, con la oreja pegada a aquel aparato de color marrón oscuro, grande como una caja de zapatos, y con unas ruedecitas, que parecían los botones del abrigo de los payasos de la tele. De repente,  mi gozo se tornó en sorpresa desagradable al comprobar que la mujer se saltaba un párrafo de mi carta, y pasaba a la presentación de la siguiente misiva. Pero es que, además, el párrafo que se había saltado  era, para mí, el más importante pues daba detalle de lo que quería que los Magos de Oriente trajeran a mis padres. 
Se imaginarán el cabreo que cogí. Tan indignada estaba, que le dije a mi madre que había que poner una queja a ese programa por lo mal que había leído mi carta aquella presentadora. Mi madre consiguió, como siempre lo ha hecho, apaciguar mis humos con sabias palabras. 
Aquellos eran tiempos difíciles-me explicó-. En muchas casas no había casi ni para comer, así que ¿cómo iba yo a pedir algo de oro para ellos? Lo lógico era que pidiera algo que realmente desearan la gente que estaba peor que nosotros.
Como ya no había tiempo para mandar otra carta, lo que hice fue, la noche anterior a la Noche de Reyes, abrí una de las ventanas del comedor, miré al cielo y, cerrando los ojos, dije con todas mis fuerzas:
-Majestades, que mañana ningún niño se quede sin su regalo. 
Han pasado muchos años, pero hay cosas que no han cambiado. Si tuviera que volver a escribir hoy esa misma carta, tampoco incluiría nada de oro para los que aún estamos aquí. Lo que pediría, subrayándolo con un rotulador de ésos de colores chispeantes sería:
Por favor, Majestades, que ningún niño, por muy viejos que tenga sus zapatos, se quede sin su regalo.

Como me gusta, siempre que puedo, incluir algo literario en mis entradas, voy a dejar aquí una sugerencia para los niños de todas las edades. Aquellos que aún no sepan leer, pueden pedir a sus padres o a cualquier adulto que se lo lea.  El título que sugiero es una bonita historia que se titula "Hachiko, El Perro que Esperaba", su autor es Luis Prats. Es la bella historia de un perro muy fiel. Un bello texto debe estar acompañado, como lo está éste, por unas bellas ilustraciones. Quien las ha hecho para esta historia es Zuzanna Celej. 

No se olviden que los libros, además de en las librerías, también están en las bibliotecas. Lo importante es poder conocer bellas historias.