"Pájaros"
de Albert Joseph Moore
Mi padre solía decir que la felicidad era un pájaro que volaba muy alto, que por eso era tan difícil de alcanzar.
Se han escrito líneas y líneas sobre lo que significa verdaderamente ser feliz. Está claro que para cada persona la palabra Felicidad tiene un significado diferente, aunque un denominador común: el sentirse bien.
Ayer, durante una entrevista que se le hacía a una actriz en televisión, cuando le preguntaron qué era para ella la felicidad, dio una respuesta que me pareció de lo más exacta.
La felicidad -dijo- es esos buenos instantes que la vida nos regala, entre putada y putada.
Esta misma mañana he podido comprobar lo acertado de esa definición.
Estaba esperando a un autobús que iba para el centro, cuando me fijé que entre la gente que esperaba cerca de mí, había una pareja. El hombre llevaba un sombrero, de esos impermeables, al que le había doblado la visera, lo que permitía ver perfectamente su rostro. Sus negros ojos eran pequeños, pero vivos. Algunos cabellos que asomaban por debajo del sombrero, eran del mismo tono, aunque se empezaban a ver las primeras canas. Era de estatura media. No se podría decir que fuera guapo, o especialmente atractivo. A su lado, la mujer que le acompañaba esperaba en su silla de ruedas. Le faltaba parte de su pierna derecha. Su cabello era castaño claro, igual que sus ojos. No era tampoco muy alta. Ninguno de los dos eran tan guapos como las estrellas del celuloide. En un momento determinado, el hombre se puso frente a la silla, se agachó y, posando sus manos en el rostro de ella, le dio un beso. Un beso largo y apasionado. Cuando parecía que iban a separar sus bocas, él volvió a besar a la mujer con uno de esos intensos besos de película.
Si en ése instante alguien me hubiera preguntado cual era el hombre ideal para mí, hubiera respondido sin dilación que era ése. Yo quiero -diría- uno como ése.
Cualquier otra persona rodeado de su mismas circunstancias, llevaría cara de tristeza o de amargura. Cuando el hombre de esta historia, alzó su rostro después de haber besado a su pareja, lo que se veía en él era luz. Era el mismísimo rostro de la felicidad.
Cada vez que mis amigas y yo nos paramos frente a un escaparate de alguna tienda de zapatos, ellas ya saben cual de ellos voy a elegir como mis preferidos. Aquellos que sean de colores vivos. Rojos, verdes, amarillos, incluso dorados o plateados. Lo mismo me pasa con las medias o los calcetines. Me gustan con topitos u otro tipo de estampado de colores.
Cuando una de esas amigas me preguntó por qué me atraían tanto los colores para los complementos de los pies, le expliqué que eran buenos para los malos tiempos. Ella me miró extrañada, así que le desarrollé mi particular teoría de la revolución de los colores:
Normalmente voy con la cabeza muy alta para caminar por la vida, pero a veces ésta me ha dado golpes tan fuertes, que me ha hecho doblarme y bajar la cabeza hacia el suelo. Cuando ésto sucedió, si me hubiera encontrado con unos zapatos de color negro, hubiera terminado por hundirme en la miseria. Sin embargo, si al mirar hacia abajo, me encuentro con unos zapatos y unos calcetines llenos de colores, el efecto del golpe parece amortiguarse. No es todo tan negro, pienso, y eso me hace ver la realidad menos dura.
Esta teoría, hizo que mi amiga esbozara una sonrisa un tanto irónica. Pero pasados unos minutos, me contestó que no estaba tan mal la idea.
No se puede decir que el Nuevo Año haya empezado demasiado bien para mí. Éso ha hecho que durante algún día mi estado de ánimo bajara un poco. Incluso he dejado aparcada la lectura de algún que otro libro que me está esperando. Me he levantado ya cansada de la cama, y el ver el día nublado, no es que me haya ayudado precisamente. Entonces, al empezar a vestirme me he acordado de mi teoría, y he decidido ponerme un par de medias de ésas que dan calor bajo los botines. Unas medias de color rosa. El momento lo exigía. Parece que ha funcionado porque al hacerlo, todo a mi alrededor ha empezado a tener algo más de claridad. Cuando he llegado a la parada de autobús y he visto la escena que arriba les he contado, he pensado: vaya, parece que el poner color en mis pies, hace que a mi alrededor ocurran bellas escenas. Así que ya lo saben, prueben, si les apetece. Dejen de mirar hacia arriba buscando el escurridizo pájaro de la felicidad y empiecen a mirar hacia abajo. Pongánse un par de alegres calcetines o chispeantes zapatos , y verán la realidad de otro color.
Llenemos todo de colores para los malos tiempos y besemos para cargar nuestras baterías ante lo que venga.
ResponderEliminarEncontrarse con personas como el hombre del autobús, cambia el tono de todo lo que nos rodea. Aunque los golpes de la vida intenten imponernos la negrura, el resto de colores y los besos espontáneos, están ahí para impedir que lo consigan.
EliminarSaludos, Pedro.
Voy a la tienda del señor de Pradoluengo a que me venda unos calcetines de colores. Porque yo me los compro negros y todos iguales. Lo mismo que los zapatos. No es tristeza, es que soy muy comodona. No hay problemas para emparejarlos. Pero probaré tu método.
ResponderEliminarPueden ser los calcetines o puede ser...
Confío en que levantes el ánimo, bajones los tenemos todos.
Besos de colores, amiga caminante.
En la parte práctica tienes razón, es imposible equivocarse con todos los calcetines del mismo color, siempre que sean el mismo modelo. Porque también hay diferentes tonalidades de negros. No sé si al final le estoy dando demasiadas vueltas a los calcetines, y ése no era el tema central.
EliminarTe mando un abrazo con los colores del arco iris.
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ResponderEliminarGracias por el arco iris.Ya sé que tu entrada no va de calcetines sino de poner color a la vida. Y amor. Besos.
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