"JOVEN ESCRIBIENDO"
De Elisabeth Vigee-Lebrun
Una de las historias más tristes que he oído nunca, fue la que contó un hombre en un programa de radio. Hablaba de su trabajo, de su dedicación, de su pasión: la pintura. Pintaba cuadros, pero no era un artista reconocido. Pensarán que como tantos otros. No, éste no era un artista como otros. Era un pintor clandestino, un "negro". Pintaba cuadros para otro pintor sí reconocido, sí valorado, venerado por muchos, que se limitaba a plasmar su firma en cada una de las obras que el hombre que estaba confesando, con voz quebrada, el secreto que le había estado quemando por dentro durante muchos años, creaba noche tras noche.
El dolor que sus palabras y sobre todo, sus cortos silencios transmitían, era inmenso.
Cuando la periodista le preguntó por qué lo hacía. Él se limitó a contestar: porque tengo que comer.
Durante varios días esta historia estuvo dándome vueltas en la cabeza. Cúanto tiene que doler crear una obra, dejando en cada pincelada un trozo de sí mismo. Verla crecer poco a poco entre los diferentes colores, y cuando ha tomado forma, tener que dársela a otro para que la muestre como suya, para que disfrute del reconocimiento, de las mieles del éxito.
Esta situación se repite no sólo en la pintura, sino en las otras expresiones del arte como la literatura. Me comentaba hace unos años un amigo el caso de un escritor muy apreciado por él, como persona, además de como escritor, que se había presentado a un concurso literario. Su novela corta no ganó el concurso. Sin embargo, sí la vio publicada, formando parte de una novela, con la firma de un escritor ya consagrado.
A la sorpresa inicial, se añadió la impotencia de no poder defender lo que era suyo. ¿Quién iba a creerle? Se limitó a seguir escribiendo, llegando a ganar algún premio literario. Él si puede decir a voz en grito que esos premios son suyos de verdad.
Hace un tiempo, me encontré con el escritor-usurpador del que les estoy hablando. Estaba rodeado de gente que le miraba con admiración. Todos le transmitían palabras de elogio hacia sus libros. No pude evitar esbozar una sonrisa. ¿Cúantos de esos libros serán realmente suyos? me pregunté.
Sentí cómo me crecía por dentro un doble sentimiento. Por un lado una especie de naúsea. Por otro, sentí algo parecido a la compasión. Cuando le miré, no vi lo que veían los demás. Lo que yo vi fue a un ser que parecía ir encogiéndose poco a poco. A alguien tan insignificante, tan frágil, como un dios de papel.
Uno de los mejores regalos que he recibido en mi vida, ha sido un libro que llegó de Argentina. Para mí este libro tiene un doble valor: el hecho de que me lo haya regalado una buena amiga, y el que esté autoeditado por el propio autor. Sus tapas están hechas con el cartón de una caja de botellas de ron "Cacique", que salvaguardan los folios donde el autor, David Liquen, ha plasmado sus "Poemas de Zapatos Taciturnos", que es como se titula el libro, y Granbob los ha decorado con sus ilustraciones. Es un libro que por diferentes razones, podría decirse que también es clandestino, pues ha tenido que superar la falta de medios materiales para ser creado. Pero sobre todo, ha tenido que vencer las consecuencias que la falta de libertad que, durante demasiado tiempo, Argentina ha estado sufriendo, ha ocasionado. Aún así ha podido ver la luz, y ha ido creciendo con cada una de las lecturas que ha tenido. De él transcribo uno de sus poemas, que espero que no le importe al autor, dedico a todos los artistas que se ven obligados por la necesidad, a hacer de "negros" para otros que ostentan el título de creadores, cuando lo único que han sido capaces de crear es una mala ficción de su propia vida.
Después me compré
unos zapatos que me regalaron
aunque eso sea imposible.
Aunque sea incierto.
Pero bueno.
Es lo que buscamos.
Eran de otros pies
mas caminados y valientes.
Habían andado la espesura,
bailantas y villas, favelas,
Caminos más del pecado.
No eran de mi número,
¡y ya¡, me dije.
Un poeta lento y menor
debe calzarse como mandan,
calzarse justo sin apartarse de los caminos
buscando "las sendas de los abuelos dormidos".
pero no más.
Ni menos
(David Liquen)
Comienzas tu entrada con un cuadro de una gran pintora, Madame Vigée Lebrun, la pintora de la desgraciada reina María Antonieta. Tuvo la suerte de tener un gran talento para pintar y un padre pintor y gran maestro. Y la suerte de poder poner su nombre porque en el mundo de la pintura, como en el de la escritura, ha habido muchas "negras" sin derecho a firmar sus obras. Bueno sí, negros también.
ResponderEliminarBesos amiga caminante.
Fue muy afortunada sin duda, porque en esa época no era normal que se reconociera el talento femenino. El hecho de que se lo reconociera su propio padre, ya dice mucho a favor de él. Aún hoy hay algunos que siguen pensando que cuando una mujer es capaz de crear, se debe a una especie de milagro.
EliminarTe voy a mandar un par de correos sobre el tema que trato en esta entrada, que a lo mejor te interesan . Ninguna de las historias son de hace tanto tiempo.
Un abrazo.