Pintura de Ignacio del Rio
(Imagen sacada de Internet)
"En la escena muda, sin vida ni movimiento, se encarna un tiempo carente de proyectos, una perfeccción arrancada a la duración y a su cansina avidez-un placer sin deseo, una existencia sin duración, una belleza sin voluntad."
Pues el Arte es la emoción sin el deseo.
(Sacado de la novela:"La Elegancia del Erizo" de Muriel Barbery)
Fue en la última exposición que se hizo de los cuadros de Ignacio del Rio en el Arco de Santa María, que visité con una amiga. Acabábamos de contemplar las pinturas que estaban en la primera planta, y decidimos subir a la segunda. Al llegar arriba, me quedé mirando uno de los cuadros. Era un bosque nevado. La perspectiva desde allí cambiaba totalmente. Se apreciaba en toda su extensión. Entonces lo ví.
¡Anda! -casi grité.
¿Qué pasa? -preguntó extrañada mi amiga, que se había quedado un poco retrasada.
Mira -le señalé el cuadro en cuestión-. Fíjate bien.
Como mi amiga no decía nada, insistí.
-¿No lo ves?
-¿Qué es lo que tengo que ver?
-Hay un hombre escondido detrás de uno de los árboles. Cuando miré el cuadro desde cerca, no me di cuenta de su presencia.
Entonces mi amiga se fijó.
-Sí, es verdad. Ahora lo veo.
A partir de ahí nuestra mirada cambió totalmente. Nuestros ojos ya no se conformaron con contemplar la belleza de los colores o la fuerza de los trazos. Buscaban. Nos fuimos moviendo por las diferentes salas de un lado a otro, y cada vez descubríamos más personajes en los paisajes, más elementos entre los objetos.
Fue una tarde mágica. De repente parecíamos dos niñas asomándonos a cada cuadro, como si de una ventana abierta a un mundo desconocido se tratara. Y siempre nos sorprendía con algo nuevo.
Salimos de la exposición llenas de luz, de color, de vida.
Un sábado por la mañana del mes de Enero. Ya me iba hacia la salida del Mercado de Abastos, cuando me acordé que tenía que coger un cartón de huevos. Al llegar al puesto donde los venden, me percaté de una pequeña foto, pegada con cello en una de las paredes, que reproducía un cuadro en el que se veía un bosque frondoso, lleno de colores y de formas, fundiéndose unas con otras.
Qué bonito -dije.
Entonces la joven que me estaba despachando, dirigió la mirada hacia donde yo estaba mirando.
Es de Ignacio del Río -me aclaró.
-Lo pensé al verlo.
Este hombre es sorprendente -me puse a explicarle-. Hace no mucho estuve viendo su última exposición, y me quedé sorprendidísima. Descubrí que sus cuadros tienen más cosas de lo que en un primer momento parecen mostrar.
Entonces vi que a la joven se le agrandaban los ojos. Y ya no pudo parar de hablar.
-Mi hermana adquirió hace poco un cuadro de este pintor, y está como loca de contenta porque cada día descubre una cosa nueva. Cada vez que lo hace, me llama por teléfono para contármelo. ¿Quieres verlo? -me preguntó nerviosa de la emoción.
Asentí.
Enseguida sacó su móvil y empezó a buscar la foto del cuadro en cuestión.
En ese momento, una mujer se acercó para comprar.
Espere, por favor -le rogó la dependienta ya con las mejillas coloradas.
-Es que tengo un poco de prisa.
La joven aceleró el movimiento de sus dedos sobre la pantalla del teléfono, lo que le hizo más difícil encontrar lo que buscaba.
Para intentar ayudar a que se calmara, le dije:
Atiende a esta mujer, que yo te espero.
Pareció tranquilizarse con mis palabras.
Sirvió a la mujer y cuando tras pagar, ésta se fue, volvió a concentrarse en la pequeña pantalla de su móvil.
¡Ah, aquí está! -casi saltó de gozo.
Entonces me lo enseñó. Era un jarrón con varias flores, entre las que resaltaban algunas de un rojo intenso.
Fíjate -me dijo loca de contenta, mientras ampliaba la imagen. Era una rosa de color un poco más pálido. Al hacerla más grande, se pudo ver claramente. De entre los pétalos, surgió el rostro de una mujer.
¡Y hay más! -casi gritó.
Al volver a posar sus dedos, esta vez en una flor de color más intenso, apareció el rostro de otra mujer. Ésta de facciones más marcadas. Los labios carnosos, la nariz un poco ancha y los ojos grandes, definían el rostro de una mujer de raza negra.
No sé el tiempo que estuvimos allí, como dos crías, locas de contentas. La gente que estaba en otros puestos cerca de nosotras empezó a mirarnos como si estuviésemos con los síntomas etílicos de una noche de juerga. Vamos, como si estuviéramos borrachas perdidas.
Diferentes personajes fueron apareciendo de entre los pétalos y los tallos de las flores.
Nunca he sentido tanto tener que dejar a alguien, y menos a alguien con quien apenas había tenido trato.
Cuando llegué a casa, mis mejillas ardían y debía lucir una amplia sonrisa porque mi madre me preguntó de qué me reía. En un principio iba a decirle "cosas mías", pero luego me pareció que sería bonito compartir ese momento mágico con ella, y así lo hice. Mientras preparaba el desayuno, le fui describiendo los colores, las formas y, dejé para el final, las sorpresas que el cuadro tenía escondidas. Entonces la magia empezó a aparecer en el brillo de la mirada de mi madre y se extendió por toda la habitación.
Desde ese día, estoy deseando continuamente tener que volver al puesto de los huevos, para ver si la mujer que trabaja allí ha descubierto algo nuevo.
Es verdad, amiga, a veces los cuadros se nos van revelando poco a poco, es como si guardaran celosamente sus secretos envueltos en colores y figuras, los significados también van cambiando con nosotros, con nuestro estado de ánimo, con nuestras emociones del momento...
ResponderEliminarUn abrazo desde Caracas
Es verdad, amiga, a veces los cuadros se nos van revelando poco a poco, es como si guardaran celosamente sus secretos envueltos en colores y figuras, los significados también van cambiando con nosotros, con nuestro estado de ánimo, con nuestras emociones del momento...
ResponderEliminarUn abrazo desde Caracas
Después de la experiencia tan bonita que tuve con esa exposición, y con la conversación a la que me llevó conocer a alguien que había hecho mi mismo descubrimiento, pensé: ¿cómo es que no me di cuenta antes de todo lo que los cuadros de este pintor guardaban, habiendo visto ya varias exposiciones de él? la respuesta es muy sencilla: porque las veces anteriores no iba con los ojos abiertos, y no me refiero a la parte física. A veces vamos por la vida tan ensimismados en nuestros pensamientos, que nos perdemos muchas cosas. También, como tú dices, influye el estado de ánimo.
Eliminar¡Hay tanta belleza y tantos mundos por descubrir a nuestro alrededor!
Gracias por tu visita, y un abrazo grande.
Me gusta tanto este relato como el arte de Ignacio del Río. En efecto, toda buena obra de arte enseña cosas diferentes cada vez que la contemplamos: completa o en cada uno de sus fragmentos.
ResponderEliminarCreo que este pintor tiene que tener un inmenso mundo interior. Los trazos de sus pinturas demuestran, además, mucha fuerza (si no le conociera, pensaría al ver sus cuadros que son de una persona mucho más joven, y quizás lo sea interiormente). Que haya "escondido" personajes entre sus paisajes, me parece mágico. Tenías que habernos visto en el mercado llenas de emoción por lo que habíamos descubierto, y por poderlo compartir. Fue mágico.
EliminarDespués de leer tu entrada, busco imágenes de pinturas de Ignacio del Río y le doy al zoom. Hace mucho que no entro en el Mercado Norte, iré a comprar huevos...Entre los colores surgen sorpresas. Un buen artista con gran fuerza aunque parece tan débil...porque le veo muy a menudo, en la Plaza Mayor sobre todo.
ResponderEliminarGracias por compartir la emoción del arte.
Besos, amiga paseante.
A veces para descubrir cosas en los cuadros tienes que acercarte, otras, alejarte. Cuando voy a ver alguna exposición, he cogido la costumbre de mirar desde distintos ángulos. Es maravilloso.
ResponderEliminarYo tampoco pude imaginar nunca lo que el Mercado Norte podía dar de sí. Como me dijo una vez una mujer que tiene allí un puesto, es otro mundo dentro de éste.
Yo también he visto ultimamente a este pintor un tanto desmejorado. El tiempo, los malos momentos, todo repercute, pero cuando se lleva fuego dentro, es difícil que no vuelvan a reavivarse las brasas.
Un abrazo grande, amiga.
Eso suele pasar, cada vez que se ve un cuadro se encuentra un detalle nuevo.
ResponderEliminarEs una suerte poder disfrutar del arte como tú lo describes. Los aficionados a "esto", nos cuesta entender que haya quien no lo dé importancia. Estuve mirando las obras de este pintor, no lo conocía, gracias por ponerlo aquí.
El descubrir esos detalles "escondidos" te lleva a pensar en todo el mundo interior que el artista tiene que tener. Te descubre mundos nuevos. Hay gente que no lo aprecia porque no se para a contemplarlo. He visto como grupos de personas que van a pasar unos días a una ciudad, se dedican a recorrer un montón de sitios apurando el poco tiempo que tienen, y eso hace que no se detengan a desarrollar el verdadero placer que es la contemplación. A mí también me ha pasado lo mismo. Ahora cuando vaya a ver una exposición, guardaré el reloj en el fondo de mi bolso e ignoraré el tiempo. Hay mucha belleza por descubrir.
EliminarGracias a tí por tu visita. Un abrazo.