"DIA DE VERANO EN SKAGEN"
De Peder Severin Kroyer
La primera vez que vi el mar yo tendría unos diez u once años. Fue también la primera vez que fui a Galicia, la tierra de mi madre. Despues de pasar unos días con mis tíos en un pueblo del interior, alguien sugirió que hiciéramos una excursión a Vigo. La idea en principio no me entusiasmó pues para llegar hasta allí, había que ir en autocar. Y los autocares de principios de los años setenta no eran como los de ahora, que tienen aire acondicionado, música, y hasta repoductor de películas.
El viaje no era muy largo, pero a mí, los cuarenta o cincuenta kilómetros que había que recorrer de distancia desde donde estábamos, se me antojaban como algo eterno.
Una de las cosas que primero metí en mi bolsa al día siguiente, fue otra pequeña bolsa de plástico, por si me mareaba. Y a punto estuve de tener que usarla. Justo entonces, alguien gritó, ¡mirad, el mar! Yo volví mi cabeza hacia donde la persona que lo había dicho señalaba, y lo vi.
Para mí, que la cantidad más grande de agua que había visto junta hasta ese momento, era la que solía llevar el río Arlanzón, que pasa por Burgos, el ver esa inmensidad de color azul, me dejó sin habla.
Cuando llegamos a la playa, yo me quedé en la orilla, igual que la niña de la pintura que he puesto encabezando esta entrada. Y eso que yo solía bañarme nada más llegar a algún sitio con agua. Sin embargo, en esa ocasión, fui incapaz. Me quedé allí, de pie, quieta, contemplándolo. Y desde entonces llevo el mar concentrado en las retinas. Y el sonido de las olas, de vez en cuando, sale de los más profundo de mis oidos, y llena todo mi cerebro. Es la más bella de las melodías.
Una de las poetas que mejor han descrito el vaivén de las olas y de la vida es: Rosalía de Castro.
Copio aquí alguno de los versos que componen su poema "Del Mar Azul las Transparentes Olas". Dejénse acunar por ellos.
Del mar azul las transparentes olas
mientras blandas murmuran
sobre la arena, hasta mis pies rodando,
tentadoras me besan y me buscan.
Inquietas lamen de mi planta el borde,
lánzanme airosas su nevada espuma,
y pienso que me llaman, que me atraen
hacia sus salas húmedas.
Mas cuando ansiosa quiero seguirlas
por la líquida llanura,
se hunde mi pie en la linfa transparente
y ellas de mí se burlan.
Y huyen abandonándome en la playa
a la terrena, inacabable lucha,
como en las tristes playas de la vida
me abandonó inconstante la fortuna.
Los de tierra adentro quedamos fascinados por ese mar que tenemos tan lejos y que sólo vemos muy de vez en cuando. No recuerdo la primera vez, sería en Santander, seguro. Tu encuentro infantil con el mar...qué bien nos lo cuentas.
ResponderEliminarBesos, amiga caminante.
Cuando te encuentras ante algo tan inmenso, que no ves dónde acaba, te das cuenta de tu pequeñez. Esa sensación me ha quedado grabada desde entonces. Como una amiga me dijo: sólo somos un puntito en mitad del universo.
EliminarUn abrazo, Abejita