(Imagen sacada de Internet)
Hace muchos años, estando con mi familia viendo una procesión de Semana Santa, mi padre me contó el caso que ocurrió en una ciudad, que ahora no recuerdo cual era, en la que los trabajadores de una fábrica llevaban sin cobrar unos cuantos meses. Trabajando, como estaban, muchas más horas de las que entraban en la, ya de por sí, larga jornada laboral. Se pueden imaginar la situación de esos trabajadores pues, de lo poco que cobraban, dependía algo tan esencial como que sus familias tuvieran o no, comida en sus platos.
Eran años en los que la huelga era ilegal. Se perseguía y castigaba a los que se atrevían a manifestar su descontento. Así las cosas, había que buscar soluciones por otro lado, y nada mejor que hacer uso del ingenio. Fue así como a uno de esos hombres se le ocurrió, en mitad de una procesión de Semana Santa, ante el paso de Jesús atado a la columna, ponerse a cantar una saeta, que decía más o menos así:
Mírale por donde viene
descalcito, sin sandalias
esperando a que le paguen
las horas extraorinarias.
Se pueden imaginar la que se armó. El hombre fue encerrado entre rejas por las fuerzas del orden. Se le acusó de desorden público y de falta de respeto hacia la imagen de Jesús.
Pero si ustedes leen atentamente la estrofa que el hombre cantó, verán que no hay ni una sóla palabra irrespetuosa. En cuanto al desorden público, no creo que ese fuera el fin del hombre al lanzar al aire su voz desgarrada. Más bien lo que intentó fue que se oyera su grito de desesperación por el hambre que sus compañeros, él, y sus familias, estaban pasando. Y lo hizo ante el único que podía entenderle. Ante la imagen de un hombre que, como él, sabía de injusticias, de abusos de poder: Jesús el Nazareno, quien estaba recibiendo los latigazos que le corespondían a otro. Otro que, por intereses políticos del momento, se había librado de recibirlos: el ladrón que había sido absuelto en su lugar, en uno los juicios más injustos y corruptos de la historia del mundo.
Han pasado muchos años y muchas cosas desde entonces. Durante un tiempo en nuestro país se fue avanzando mucho, conquistando muchos derechos laborales y sociales para conseguir una sociedad más justa para todos. Hasta que llegó la hecatombe. Bastó que un grupo de poderosos se pusiera a jugar a los dados, para que todos esos derechos se fueran reduciendo a la mínima expresión. Y como entonces, no son los que han ocasionado esa hecatombe los que están siendo castigados. Y como entonces, ni siquiera podemos quejarnos. Y para impedírnoslo, lo mismo lo hacen con la contundencia de la aprobación de una nueva ley que nos ponga, cada vez más difícil, el ejercicio del derecho de manifestarnos como, sibilinamente, extendiendo entre la población la idea de que tenemos que ser positivos a toda costa. Aquí no ha pasado nada. En ambos casos la meta es siempre la misma: dejarnos sin ningún derecho. Incluso sin el derecho al pataleo.
Vaya, qué historia más curiosa. Seguro que habrá pasado algo parecido en otros sitios.
ResponderEliminarLo curioso es que tal y como tenemos ahora en nuestro país la situación económica de muchas familias, se podría repetir esa escena.
ResponderEliminarUn abrazo, Jezabel.
La saeta podría actualizarse.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga paseante.
Hola Abejita:
ResponderEliminarLo bueno de su letra es que todavía hoy tendría vigencia.
Me gusta tu fino sentido del humor.
Un abrazo, amiga caminante.