"LA COMIDA DEL MEDIODÍA"
De John Frederick Lewis
Hoy traigo un cuadro que me ha llamado la atención por su colorido, por la variedad de personajes que hay en él, pero sobre todo, porque está lleno de vida. En él podemos contemplar una escena cotidiana: la comida del mediodía, que da título al cuadro. Alrededor de una mesa redonda, llena de frutas variadas, hay cinco hombres. Los dos sentados en la parte izquierda, de más edad. Uno de ellos, el que está en primer plano, sostiene una rodaja de melón. Parece estar hablando, y por la postura de algunos de los comensales, se diría que está diciendo algo de gran interés para ellos. Frente a él un hombre más joven, tocado con un turbante de color rojo, apoya su espalda sobre una de las columnas del edificio mientras contempla, con verdadero deseo, un racimo de uvas que sostiene en su mano. Al lado derecho de este hombre, está sentado otro que tampoco parece prestar atención a lo que el mayor está diciendo. Su atención se centra en alcanzar algo de uno de los platos que están alejados de donde él está sentado.
Tanto en la mesa, como en la ropa que llevan, así como en los cojines que rodean la mesa, el color se adueña de la escena. Hay una amplia gama de tonalidades. Un pequeño jarrón lleno de rosas, cerca de ellos, añade alguna más.
Detrás del que habla, permanecen de pie tres hombres que parecen ser sirvientes. El más alto tiene una sonrisa que muestra el contraste de sus blancos dientes con su piel negra. Aunque sonríe, su mirada está en el horizonte. A su lado izquierdo, otro sirviente de menor edad, parece sonreír también pero, ¿su atención está puesta en el grupo de los comensales? A la derecha del sirviente más alto, hay otro, el único que parece estar atento a lo que ocurre en la mesa. Sostiene un recipiente que seguramente contendrá vino o agua. Quizá por eso está pendiente de cualquier seña que le hagan para comenzar a servir.
Al fondo de la imagen hay una puerta en la que se ven varios personajes. Uno de ellos parece portar varios platos, lo que hace pensar que también forma parte del servicio. Platos que le va recogiendo otro hombre que está a su izquierda, y va colocando en una pequeña mesa. Detrás de él, hay otro hombre ataviado con ropajes de color negro. Es el único que va vestido con un color tan oscuro.
En la parte inferior de la derecha, se está viviendo otra escena. Varios caballos descansan al sol , mientras sus dueños comen. Con ellos también hay varios hombres que se encargan de su cuidado. Un grupo de palomas está cerca de ellos. Un par de ellas, han decidido alzar el vuelo.
En esta parte, la naturaleza se ha apoderado de un lugar destacado. Hay varios setos y las frondosas ramas de un gran árbol, se apoyan sobre parte del muro que rodea el edificio. Tras esa parte verde, al fondo, se ve la preciosa fachada, de piedra tallada, de un alto edificio. Ésa arquitectura, así como la vestimenta de los hombres, nos están indicando que estamos en un lugar de Oriente. Luz, color, vida. Otra forma de vida diferente a la nuestra. ¿Es tan diferente? Sentarse alrededor de una mesa y charlar, sin preocuparse del tiempo. Saboreando cada pedazo de alimento que entra por la boca. El tiempo, ése es su verdadero privilegio.
Continuamente nos bombardean con mensajes de lo importante que es para nosotros estar siempre en movimiento. ¿Por qué no nos preguntan si es éso lo que realmente deseamos? ¿Pasa algo por detenerse de vez en cuando y disfrutar de las pequeñas cosas?
Hace unos días vi un anuncio en el que una chica que está haciendo footing, se acerca a un puesto callejero donde compra una pequeña botella de agua. Para pagar no utiliza unas monedas, lo hace con el móvil. El mensaje está bien claro, no hay que parar demasiado. Hay que seguir en movimiento. Para facilitarnos esa hiperactividad, ponen a nuestro alcance la tecnología punta. ¿Para qué detenerse a hablar con el hombre del puesto si podemos seguir corriendo? Pero tras el envoltorio de ese "hacernos la vida más fácil", se oculta un paso más hacia el control del individuo. No importa lo lejos que vaya la joven corredora, allá por donde pase, quedará su rastro. Cada vez más aislados unos de otros, cada vez más controlados. Somos como el pequeño Garbancito del cuento infantil. Ese niño que iba dejando garbanzos tras de sí, por si no fuera capaz de encontrar el camino de vuelta a casa. Lo malo es que ese mismo rastro le servía para saber su recorrido a quien deseaba comérselo.
Antes el enemigo del hombre era el reloj, ahora el número de máquinas a nuestro alrededor se ha multiplicado. Es hora ya de que matemos el tiempo, y de que con esas horas muertas hagamos lo que nos dé la gana. Alargar las sobremesas. Detenernos a hablar y a mirarnos los unos a los otros. Disfrutar de los frutos que tengamos a nuestro alcance. Es hora de que empecemos a recuperar el tiempo, nuestro tiempo, para luego perderlo, sencillamente en vivir.