La lectura además de ser una fuente de conocimiento, también sirve como rastrillo que remueve imágenes, vivencias u otras lecturas vividas. Eso me ha pasado a mí en estos días de re-lecturas. He vuelto a "Solsticio" de José Carlos Llop. Buscaba un lugar de tranquilidad, de sosiego, y este libro me lo da. Es como leer el diario de un chaval que acaba de volver de sus vacaciones de verano. Un verano que lo pasaba con sus padres en la costa mallorquina. En su día lo comenté en este blog.
"El Carro del Tio Junier"
De Henri Rousseau
Hace unos días me enteré por un comentario en la radio, que la BBC ha hecho una serie basada en la novela de Gerald Durrell: "Mi Familia y Otros Animales", titulada "Los Durrell". La pena es que la han puesto en un canal televisivo de pago, canal al que yo no tengo acceso. Es sabido el cariño que la BBC suele poner a las series basadas en obras literarias. Ponen el máximo cuidado en el reparto, los escenarios, el vestuario, y el resultado suele ser de lo más atractivo. En este libro, su autor también nos narra sus veranos junto a su madre y sus hermanos. Veranos que los pasaban en la isla griega de Corfú. Se trata de una novela autobiográfica. El señor Durrell desde pequeño tuvo un gran interés por los animales, lo que le llevó a ser, además de escritor, naturalista y zoólogo. La novela está escrita en un tono irónico que la hace todavía más interesante. Hace una especie de paralelismo entre el comportamiento de algunos animales con el de los miembros de su familia. El escuchar la noticia sobre la versión televisiva de la novela del señor Durrell, me remontó a su vez a una escena de uno de mis felices veranos familiares. Era habitual que en alguna de esas calurosas tardes de Agosto, después de la tan venerada siesta, nos reuniéramos alrededor de una mesa de campo, colocada estratégicamente bajo una buena sombra, para jugar a las cartas. Siempre he admirado a esas personas que son capaces de memorizar tanto las cartas que ya han salido, como las que faltan por salir, a la vez que controlan el juego.
Reconozco que yo soy bastante torpe para disimular si tengo buenas cartas o no. Debe ser porque, en el fondo, nunca me han gustado ese tipo de juegos.
Me puse a la mesa a jugar con ellos. Como una de mis primas, la más pequeña, quería estar conmigo, decidí sentarla en mi regazo para que me "ayudara" en el juego. Así a la vez que la tenía entretenida, le daba su momento de protagonismo.
Estábamos en una de esas partidas en las que el juego estaba muy reñido. Era importante controlar donde estaban los triunfos porque de ello dependía ganar o perder importantes puntos. Una de mis tías estaba preguntándose dónde estaría el caballo que faltaba, (habían salido ya el de oros, espadas y bastos). Faltaba el caballo de copas.
Mis cartas las sostenía, en forma de abanico, mi pequeña ayudanta. Cogí una nueva carta del montón situado en el centro de la mesa. Era el caballo de copas. Contuve el aliento, intenté no pestañear. Con sumo cuidado coloqué la nueva carta entre las otras que sostenían las pequeñas manos. Justo entonces, en mitad del silencio, se oyó un relincho que parecía salido de la boca de un joven potrillo. Mi tía no perdió la pista que se le acababa de dar, y dijo con un tono de sorna: ahora ya sabemos donde estaba el caballo . Ni que decir tiene que la pequeña tahúr políglota y yo, perdimos la partida.
Gerald Durrell en su novela trata con especial cariño al personaje de su madre. José Carlos Llop en su libro, dedica también uno de los capítulos más bellos, a su madre. Debe ser porque las madres son esa isla, ese rincón lleno de sol, de paz, al que siempre queremos regresar.
Les copio aquí un retazo del capítulo titulado "Ella":
"Aunque sepa que en su paisaje de verano -el que se encierra en la infancia y permanece -hay palmeras, frutales, tierras de cultivo sembradas de almendros, acequias y huerto; casa con frescos en la logia, fotografías de grupo familiar, automóvil, grandes estanques y un pozo donde su tío encontró cestos de ampollas de morfina, restos oscuros de su anterior propietario. Ella sabe que la memoria también es una forma de literatura. Como sabe que posee un territorio particular, inaccesible a todos los demás. No ha leído a Virginia Woolf, pero en su interior es dueña de una habitación independiente y propia. Una habitación donde también reside el desapego del mundo".
No dejen de buscar el sol, incluso entre las páginas de un libro.
Gerald Durrell en su novela trata con especial cariño al personaje de su madre. José Carlos Llop en su libro, dedica también uno de los capítulos más bellos, a su madre. Debe ser porque las madres son esa isla, ese rincón lleno de sol, de paz, al que siempre queremos regresar.
Les copio aquí un retazo del capítulo titulado "Ella":
"Aunque sepa que en su paisaje de verano -el que se encierra en la infancia y permanece -hay palmeras, frutales, tierras de cultivo sembradas de almendros, acequias y huerto; casa con frescos en la logia, fotografías de grupo familiar, automóvil, grandes estanques y un pozo donde su tío encontró cestos de ampollas de morfina, restos oscuros de su anterior propietario. Ella sabe que la memoria también es una forma de literatura. Como sabe que posee un territorio particular, inaccesible a todos los demás. No ha leído a Virginia Woolf, pero en su interior es dueña de una habitación independiente y propia. Una habitación donde también reside el desapego del mundo".
No dejen de buscar el sol, incluso entre las páginas de un libro.
La niña y el ruido del caballito. Graciosilla la nena. Yo nunca supe jugar a las cartas.
ResponderEliminarBesos amiga caminante.
Recuerdo algunas navidades que en mi familia se entusiasmaban con jugar a la brisca. En mi caso era coger las cartas y empezar a bostezar. Si es que parezco de otra familia...
ResponderEliminarUn abrazo, compañera de caminos.