Por cierto -me dijo-, ¿sabes que fui a ver el poema de Emily Dickinson que me dijiste que estaba bajo el puente, y resulta que no estaba?
En cuanto pude, volví al lugar indicado y, efectivamente, el poema ya no estaba. Alguien lo había cubierto con una capa de pintura y sobre la misma había escrito, con letras tipo graffiti, una única palabra: "ARRE".
Mi primer pensamiento fue que el que lo hizo tenía, además de poco gusto, ninguna consideración, pues se había cargado algo bello, teniendo como tenía un buen trozo de muro libre al lado del poema, donde podía haber expuesto su obra artística, para sustituirlo por algo que, a mí por lo menos, no me decía nada.
Es curiosa la paradoja. Emily Dickinson siempre se creyó pequeñita, un ser sin importancia, tal y como nos lo ha hecho entender en sus poemas y, sin embargo, su presencia se ha ido agigantando después de su definitiva partida, a través de su obra. Eso es lo que les pasa a los grandes de verdad, que son inmortales.
En cuanto al creador del graffiti, no sé lo que le deparará el futuro, pero si para hacer que su arte se haga visible, necesita borrar el de los demás, me temo que ya está diciendo bastante poco a favor de ambos.
Para los que tengan curiosidad, transcribo aquí debajo el poema que encontré en un día de paseo. Un poema que, como todos los que esta mujer creó, nadie podrá hacer desaparecer.
Sólo sabemos toda nuestra altura
si alguien le dice a nuestro ser: ¡levanta!
y entonces fiel consigo,
se agiganta
hasta llegar al cielo su estatura.
Emily Dickinson
10-12-1830/15-5-1886)
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