Por la mañana, al despertarte,
da gracias por la luz del día,
por tu vida y por tu fuerza.
Da gracias por los alimentos
y la dicha de vivir.
Si no encuentras razón para dar gracias,
busca la causa en ti mismo.
Recuerdo aquellas sobremesas de los sábados que pasaba pegada a la televisión viendo las películas de indios y vaqueros. El argumento era siempre el mismo. Unos colonos blancos se asentaban en un valle, aparentemente sin dueño, con la intención de comenzar una nueva vida.
El problema es que el valle sí tenía dueño, o dueños mejor dicho: los indios. Estos llevaban viviendo en esa zona más de trescientos años, pero se habían adaptado, mimetizado tanto con el paisaje, que su presencia no fue percibida por el hombre blanco. Hasta que éste comenzó a esquilmar los bosques, cortando árboles para conseguir más madera de la que necesitaba. Cazando búfalos más allá de sus necesidades alimenticias, y destruyendo prados y ríos, cubriendo de hogueras los primeros, y llenando de basura y residuos tóxicos los segundos. Entonces fue cuando los indios se hicieron notar. Tenían que defender su territorio, el lugar donde habían vivido durante mucho tiempo en perfecta armonía con la naturaleza. Cuando surgió el conflicto, el hombre blanco pidió ayuda a las patrullas del ejército, que también se habían asentado en la zona.
Tal y como te explicaba la historia la película en cuestión, no tenías que romperte mucho la cabeza. Los indios eran siempre los malos, los salvajes, por eso acababan o muertos, o domesticados en reservas de espacios cada vez más reducidos, que el hombre blanco había preparado para ellos. Eso, a los que lograban coger. Porque estaban los otros indios, los más malos, los más salvajes, los que no se doblegaban nunca ante los colonos. Para esos tenían preparado algo mejor. Se les fue engañando con falsos acuerdos que se rompían con la misma facilidad que se habían creado. Se les obnubilaba con unas cuantas botellas de whisky, o con regalos, como mantas, que previamente habían sido infectadas para que contrageran enfermedades para ellos incurables. Y así fueron poco a poco expulsados del paraíso terrenal.
Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que alguien tuviera la decencia de contar la historia de otra manera. Fue un actor, Kevin Costner, quien se acercó más a la realidad dirigiendo y protagonizando una de las más maravillosas películas del género que he visto: "Bailando con Lobos". Pero parece que no sirvió de mucho, porque ha sido el ejemplo de las viejas versiones de la historia el que se ha ido imponiendo, con diferentes tribus, en diferentes continentes, con diferentes razas. Basta con que en un lugar haya algo que al hombre blanco le guste, para que se crea inmediatamente dueño de ese lugar.
Ahora corren otros tiempos. Eso obliga a evolucionar. Nuevas modelos de negociación se van imponiendo. Al fin y al cabo, estamos en el siglo XXl, y esto es el primer mundo. Por eso no se queman ya amplias zonas de bosque, ni se destruye la vida humana, animal y vegetal que habita en ellas. Ese tipo de prácticas no serían dignas de seres civilizados como nosotros, eso sólo lo harían los salvajes.
La fotografía arriba expuesta es de Edward S. Curtis. El texto lo he extraído del libro:"Las Palabras de Los Indios Norteamericanos". Seleccionadas y presentadas por Michel Piquemal.